martes, 30 de marzo de 2010

Una reflexión cultural para Guerrero y los guerrerenses

Una reflexión cultural para Guerrero
David Cienfuegos Salgado
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De nuevo en Colima. Entrada por salida. Pero ahora sin anécdota gastronómica, aunque sí envidias palpables. Gracias a Leticia Barragán conocí a José Miguel Romero de Solís. Nada del otro mundo: un historiador local, hombre entrado en años, con un entusiasmo adolescente. Investigador nato de visión extraordinaria.
Me llevó por pasillos y rincones de la Casa del Archivo y con gesto amable, luego de saber mi interés por la historia, me obsequió un libro pequeño “Escritos y escritores de la Casa del Archivo”. Me contó en quince minutos, veinte a lo más, sus aspiraciones para hacer de la Casa del Archivo una institución más atractiva para investigadores y público en general. Tuvo el detalle de contarme sobre los antecedentes, sobre los proyectos y sobre algunos de sus colaboradores. Me mostró las labores que llevan a cabo para cuidar libros, documentos y todo lo que constituye el acervo histórico de la institución. Después, simplemente se despidió y volvió a su cubículo, quizás a seguir leyendo. Me agrado su figura y personalidad. Franco, abierto, soñador. Hombre de pasado y futuro.
Compré algunos libros en la Casa del Archivo y me fui a preparar mi plática de la tarde. Con las premuras del caso concluí mi charla sobre Juan Álvarez en la Casa de la Cultura Jurídica y me dispuse volver al Distrito Federal. El vuelo fue tranquilo y me permitió leer el libro obsequiado, breve pero sustancioso. Se trata de una suerte de catálogo de las obras escritas y publicadas bajo el sello de la Casa del Archivo.
Aquí empieza la envidia.
Ya me había dicho Romero de Solís que la Casa del Archivo contiene el Archivo Histórico del Municipio de Colima, en cuyo acervo se conservan miles de documentos: el legajo más antiguo es de 1535. Los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX, ahí se dan la mano. No sólo fondos documentales, sino también bibliotecas enteras, fotografías e incluso obras artísticas están ahí reunidas. ¡Qué envidia, de verdad! Un simple archivo municipal, pero ¡qué centro cultural!
Seguí leyendo. El primer trabajo publicado data de 1985, hace un cuarto de siglo, de la pluma de mi anfitrión: “La Alcaldía Mayor de Colima”. Desde entonces hasta la fecha conté más de setenta trabajos. De todo tipo, de toda época. El mérito es mayor porque ví como el afán de unos cuantos ha logrado consolidar una institución.
Afán creativo. Imaginación en acción. Ellos mismos, los investigadores y unos cuantos ayudantes, construyendo una bibliografía para Colima. Con los rudimentos mínimos, pero con una guía inspiradora. ¡Qué envidia!
Miro afuera. En las alturas, insisto, todo se ve igual aunque tan diferente. Las luces de los pueblos de este país inmenso y colosal parecen cuestionarme, ¿por qué en Guerrero no?
De manera involuntaria recuerdo anécdotas: aquellos libros pudriéndose en los sótanos de lo que ahora es el Museo Regional del Guerrero; aquellas obras “desechadas” de las bibliotecas universitarias porque algunos guerrerenses las consideraron obsoletas e indignas de ocupar un espacio en los acervos de la Universidad Autónoma de Guerrero y terminaron en aquellos bidones a la espera de que el carro de la basura se deshiciera de ellos. Pero también me preguntó dónde habrán quedado no pocas colecciones de oficinas e instituciones públicas que de un trienio o sexenio a otro han desaparecido (aprovechando que no hay un inventario posible ni confiable).
¿Por qué nunca mi amigo Jorge Alberto Sánchez Ortega hizo realidad aquel proyecto de una biblioteca dedicada a Guerrero? ¿Por qué mi amigo Ricardo Infante Padilla sigue empeñado en construir un acervo mínimo para los guerrerenses, que seguimos escamoteándole el gentilicio a él, que se ha revelado más guerrerense que muchos?
Escribo pues movido por la envidia. Está decidido: enviaré a José Miguel Romero de Solís mi agradecimiento por su ejemplo y espero volver pronto a Colima, para andar los pasillos y escuchar los susurros y enseñanzas que una pequeña Casa del Archivo tiene. Y entonces, cuando la envidia vuelva a hacer presa de mí, escribiré y diré que hace falta que los guerrerenses nos conozcamos y nos reconozcamos, para poder escribir como lo dicen de los Brizuela: desde entonces hubo guerrerenses en esta tierra: hacendados, clérigos, militares hombres de bien, pecadores, patriotas, violentos y pacíficos, ganaderos, comerciantes, arrieros, alcaldes, regidores, alguaciles, diputados, y la última generación de hombres y mujeres vinculados con su pasado, con su cultura, con su futuro.
Ha habido más guerrerenses aun que esos, pero bastaría que una mínima parte de ellos se hiciera presente, lo mismo mestizos que amuzgos, nahuas que mixtecos, o incluso yopes o afromestizos y mulatos. De todos algo hay qué decir. ¿Podremos con ese reto? Ojalá y aunque fuera por un solo lustro de nuestra historia, hubiera interés por rescatar los archivos municipales que hace más de veinte años nos describía Jaime Salazar Adame.
En tanto, me consuela pensar que en Colima llamaron mi atención para que alguien más leyera este reclamo, en alguna parte del sur, en algún rincón de Guerrero.

viernes, 26 de marzo de 2010

Sobre el discurso de Colosio... Veo un México de hambre y sed de justicia...

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Veo un México con hambre y sed de justicia
César Julián Bernal
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Estas palabras fueron pronunciadas por Luis Donaldo Colosio en el Monumento a la Revolución un 6 de marzo de 1994, hoy en el año del bicentenario y centenario de la Independencia y la Revolución Mexicana todavía tienen vigencia, y qué mejor momento para recordar, que en el 16 aniversario luctuoso de su partida; cuando en nuestro país de 106 millones de mexicanos la mitad vive en pobreza, y una cuarta parte en extrema pobreza, y sin embargo tenemos al hombre más rico del mundo; cuando pertenecemos al club selecto de la OCDE, y sin embargo hay mucha gente que vive con dos dólares al día si bien le va.
Hace 16 años Luis Donaldo Colosio dijo “me he encontrado con el México de los justos reclamos, de los antiguos agravios y de las nuevas demandas; el México de las esperanzas, el que exige respuestas, el que ya no puede esperar”, 16 años después seguimos esperando esas respuestas, 16 años después hay mayores reclamos, mayores agravios y muchas demandas. Hace 16 años en ese célebre discurso Luis Donaldo hizo una radiografía cruda de México en la forma siguiente: “Yo veo un México de comunidades indígenas, que no pueden esperar más a las exigencias de justicia, de dignidad y de progreso...; un México de campesinos que aún no tienen las respuestas que merecen. Un campo empobrecido, endeudado…., un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan…..; un México de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la falta de empleo, que no siempre tienen a su alcance las oportunidades de educación y de preparación. Jóvenes que muchas veces se ven orillados a la delincuencia, a la drogadicción…; un México de mujeres que aún no cuentan con las oportunidades que les pertenecen; mujeres con una gran capacidad, una gran capacidad para enriquecer nuestra vida económica, política y social. Mujeres en suma que reclaman una participación más plena, más justa, en el México de nuestros días. Un México de empresarios, de la pequeña y la mediana empresa, a veces desalentados por el burocratismo, por el mar de trámites, por la discrecionalidad en las autoridades….un México de profesionistas que no encuentran los empleos que los ayuden a desarrollar sus aptitudes y sus destrezas. Un México de maestras y de maestros, de universitarios, de investigadores, que piden reconocimiento a su vida profesional, que piden la elevación de sus ingresos y condiciones más favorables para el rendimiento de sus frutos académicos; técnicos que buscan las oportunidades para aportar su mejor esfuerzo…”.
16 años después en la lectura y relectura de este discurso, se puede decir, sin temor de equívoco alguno, que esa radiografía sigue intacta, y mucho más grave; uno como simple ciudadano se da cuenta que muchas cosas no han cambiado en México a pesar de la alternancia política que tanto se vendió, esas comunidades indígenas, esos campesinos, esos jóvenes, esas mujeres, esos maestros y maestras, esos universitarios siguen esperando respuestas, tan sólo basta salir a las calles, ir a las escuelas, comunidades, pueblos o ciudades.
Es cierto, vivimos en un país democrático, sin embargo de que nos sirve esa democracia, que no se traduce en lo que el constituyente de 1917 quiso: “un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”; tal pareciera que la democracia de México es sigue y siendo esa fría estructura jurídica y régimen político; que se traduce sólo en democracia electoral, como dijo Luis Donaldo Colosio hace 16 años, y hoy lo retomo, existe “Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.
Aquí podemos y debemos preguntarnos que tanto ha cambiado nuestro país, estado municipio o comunidad.
Finalmente el discurso del 6 de marzo de 1994 marcó una esperanza que es justo recordarla hoy. México tiene “ciudadanos que merecen mejores servicios y gobiernos que les cumplan. Ciudadanos que aún no tienen fincada en el futuro la derrota; son ciudadanos que tienen esperanza y que están dispuestos a sumar su esfuerzo para alcanzar el progreso”.
Sí, es cierto, 16 años después México sigue de pie, con esperanza, con un “México convencido de que ésta es la hora de las respuestas; un México que exige soluciones. Los problemas que enfrentamos los podemos superar”, pero la última palabra la tiene usted lector, la tenemos todos.

martes, 23 de marzo de 2010

Una opinión más: La UAG sometida, de Jorge Salvador Aguilar

En la edición del 23 de marzo de 2010, EL SUR publica la siguiente nota:
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La UAG sometida
Jorge Salvador Aguilar
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Durante las primeras décadas de gobiernos posrevolucionarios, en Guerrero se estableció una de las expresiones más autoritarias de éste, controlada por el ala carrancista, es decir, una de las más conservadoras del movimiento triunfante. A esta corriente la caracterizaba su atraso político, la instrumentación de algunas medidas populistas, como el reparto de tierra, pero donde el argumento principal para ejercer el control de la sociedad era el uso de la fuerza selectiva.
A lo largo de los primeros treinta años del nuevo régimen, estos métodos fueron eficaces para mantener bajo control la protesta social, pero a partir de finales de la década de los cincuenta surge en el estado un movimiento social de tal fuerza, que esos métodos resultan insuficientes para mantener la gobernabilidad; reacio a ampliar los espacios de participación que exige el movimiento, durante toda la década de los setentas, el Estado inicia una guerra de baja intensidad contras los sectores más radicales de éste.
Con instituciones democráticas inexistentes, con una organización política localizada en pequeños núcleos campesinos y magisteriales, con partidos políticos en la clandestinidad, acosada por el caciquismo, perseguida por los cuerpos represivos, la disidencia se refugia en el campus universitario, convirtiendo a la UAG a lo largo de casi dos décadas en una especie de partido político alterno, desde donde el movimiento social dio una enconada lucha contra el régimen autoritario.
Aún falta una investigación seria que haga un balance de esta lucha, pero es indiscutible que a nivel político la UAG hace un aporte importante al desarrollo de la democracia en el estado, pues aporta la mayoría de los cuadros dirigentes de 1988, y luego del PRD. Pero no podemos afirmar lo mismo en cuanto a su tarea central: la educación.
La represión que ejerce el régimen sobre la universidad durante la década de los setenta y la primera mitad de los ochenta es tan violenta, que para poder sobrevivir, el movimiento universitario prioriza la actividad política por sobre la académica, lo que deteriora de tal manera su tarea sustancial, y veinticinco años después la institución y la sociedad guerrerense aún sufren las consecuencias.
Aunque hace ya más de cuatro lustros que la universidad ha “normalizado” su actividad, su dinámica actual sigue determinada por una buena parte de los usos y costumbres que normaron su vida durante la confrontación con el régimen autoritario: sectarismo, reparto de cuotas de poder, priorizar los compromisos políticos sobre los académicos, convertir cada elección en una confrontación a muerte, carencia de proyecto de desarrollo académico en todas las corrientes.
Mientras en el país y en el estado se ha establecido la alternancia y una competencia electoral más o menos equitativa, las fuerzas internas de la UAG se siguen manejando con la misma inercia de hace tres décadas: una disputa donde el objetivo central es el control de la universidad, aunque carezcan de proyecto académico, a la altura de las necesidades de la sociedad guerrerense.
Esto mantiene hoy a nuestra máxima casa de estudios del estado en los últimos lugares del ranking de la educación superior del país, prueba de ello es el más reciente proceso electoral para elegir rector, donde predominaron campañas vacías de propuesta y los vicios más pedestres. Pero a diferencia del pasado, en el que al menos en el discurso había una intención de poner a la universidad al servicio de los sectores mayoritarios del estado, hoy ambos contendientes estuvieron guiados por una política pragmática; hacerse del aparato administrativo a toda costa para fortalecer a sus grupos y ser un factor en la política estatal.
Lo anterior fue especialmente claro en la Alianza Ganadora, de Ascencio Villegas Arrizón, que con la protección del poder estatal y echando mano de los peores vicios del viejo régimen: golpeadores, chantajes, amenazas, y ofrecimiento de posiciones, fue a la campaña con la intención de mantener sumisa a la universidad al poder público.
Si durante la administración de Florentino Cruz Ramírez algo se intentó en materia académica, con una tímida reforma, fue echado a la basura en la administración de Contreras, quien, en aras de conseguir más presupuesto, se convirtió en dama de compañía del gobernador; de imponerse el triunfo de Arrizón, como seguramente sucederá a cambio de algunos puestos para los perdedores, el declive de la universidad continuará, para consolidarla como la peor del país.
Aunque es justo decir que tampoco el bloque perdedor, el Gran Frente Universitario, encabezado por Rogelio Ortega Martínez, entusiasmó a los universitarios. Activo participante en el proyecto de Universidad Pueblo, del que fue uno de sus impulsores en aquella etapa histórica del movimiento universitario, en los últimos años Ortega Martínez ha preferido una civilizada subordinación al poder.
Ni la marginación a la que se vio sometido a su paso por la administración zeferinista, como subsecretario de Educación, que lo obligó a renunciar poco después del año de su nombramiento, hicieron entender a Ortega que la disputa por la UAG no era contra Arrizón o Contreras, sino contra el gobernador.
Así pues, no era portándose bien o haciéndole guiños a Casa Guerrero, como iba a conseguir el apoyo de la comunidad universitaria, sino recurriendo a la memoria histórica del movimiento, mediante un proyecto que se comprometa a convertir a la UAG en un instrumento del desarrollo estatal, pero sobre todo al servicio de los sectores mayoritarios; un líder de la sociedad guerrerense en el aspecto técnico, científico e intelectual. Volverla convertir en sede del pensamiento crítico.
El Gran Frente Universitario y su candidato, Ortega Martínez, no entendieron, o no quisieron entender, que hoy la disputa por la universidad es parte de la disputa por el poder en el estado y prefirieron quedar bien con el neocacique, para ver si así les permitía ser sus compañeros de ruta. Hoy tendrán que conformarse con migajas, y Guerrero tendrá que esperar a que surjan nuevas generaciones de académicos menos comodinos.
La sociedad puede derrotar al viejo régimen, puede lograr todas las alternancias, pero mientras no logre impulsar una profunda reforma cultural y educativa, Guerrero seguirá en los últimos lugares del desarrollo nacional. Para ello es indispensable rescatar a la UAG del atraso y la mediocridad en la que la mantienen los grupos que hoy la controlan.
Sé que esto no es políticamente correcto, y que estas afirmaciones pueden causar malestar en muchos amigos, pero parafraseando al prócer diría, la sociedad es primero.
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Puede consultarse en:

Otra opinión sobre el proceso electoral en la UAG

En la edición del 22 de marzo de 2010, EL SUR publica la siguiente nota:
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OTRO PAÍS
Manotazo de Zeferino en la UAG
Tomás Tenorio Galindo
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La enorme y costosa operación política que hizo “ganar” la rectoría de la Universidad Autónoma de Guerrero a Ascencio Villegas Arrizón no puede explicarse sin la participación del grupo del gobernador Zeferino Torreblanca Galindo, uno de cuyos brazos está representado de forma lacayuna por el actual rector Arturo Contreras Gómez.
La intervención directa del grupo de Zeferino Torreblanca en la elección del rector de la UAG se confirma por noticias que circulan en los corrillos del gobierno del estado, según las cuales Carlos Álvarez Reyes, el número dos del directorio zeferinista, se dispone a capitalizar como suyo el “triunfo” de Villegas Arrizón en la sorda y creciente disputa que sostiene contra Armando Ríos Piter por la bendición de Zeferino Torreblanca en pos de la candidatura del PRD a gobernador.
Si la contienda por la Rectoría alcanzó momentos de genuina competencia, ello se debió a la fuerza que Rogelio Ortega Martínez imprimió a su campaña con el objetivo de impedir la imposición de Villegas Arrizón, una amenaza que estuvo siempre en el horizonte de esa elección y que se consumó a ojos vistas el 12 de marzo.
En el esquema de la exacerbada derechización que Zeferino Torreblanca impuso al gobierno del estado, resultaba inconcebible que un universitario de izquierda como Rogelio Ortega pudiera aspirar a dirigir la universidad como en aquellos tiempos de los setenta en que la UAG era considerada por las clases dominantes como un “nido” de guerrilleros. Si a ello le añadimos que Ortega era además un cercano amigo del asesinado Armando Chavarría y era apoyado por su viuda Martha Obeso, se entenderá cuál era el estado de ánimo en el Palacio de Gobierno en torno a la sucesión en la UAG. No importa que Rogelio Ortega sea un académico con prestigio y prendas indiscutibles, adquiridas aquí y en el extranjero.
En esa trama de reproducción de poder, tanto Arturo Contreras como Ascensio Villegas juegan un papel de marionetas y comparsas de intereses políticos que trascienden a la universidad, pues la UAG fue usada por el zeferinismo como una zona de pruebas previas a la disputa por el control del gobierno, y el mensaje que envió es a la vez inequívoco y sombrío: no está dispuesto a entregar el poder, ni una fracción del poder.
Es por eso que pese a las múltiples evidencias del fraude electoral de que se hizo víctima a Rogelio Ortega y a los universitarios, Zeferino Torreblanca y Arturo Contreras tratarán de impedir al costo que sea el reconocimiento de las irregularidades, el desconocimiento del falso triunfo de Villegas y la repetición del proceso, como sería el caso si se impusiera la sensatez y la disposición democrática.
Lo sugiere así el hecho de que arbitrariamente solamente cuatro de los seis integrantes de la Comisión Electoral del Consejo Universitario hayan avalado y anunciado el resultado que da el triunfo a Villegas Arrizón, y que los otros dos hayan sido excluidos de las reuniones de ese órgano en cuyas manos está depositada la legalidad y legitimidad de la elección. Más todavía: nadie supo cuándo, dónde y cómo realizaron esos cuatro integrantes de la Comisión Electoral el cómputo de la elección.
La universitaria Berenice Illades Aguiar denunció que “este fraude se fraguó desde mucho tiempo atrás en la entrega de recategorizaciones, contrataciones, basificaciones, contrataciones unilaterales y manejo de las becas”, y durante la jornada electoral mediante la coacción y compra masiva de votos, así como de la manipulación del padrón electoral. (El Sur, 20 de marzo de 2010).
Todas esas irregularidades fueron expuestas por la planilla de Rogelio Ortega el mismo 12 de marzo a la Comisión Electoral, pero ésta no hizo nada al respecto; no investigó las denuncias, y ni siquiera las contestó, lo que está entre sus obligaciones.
Con una Rectoría y una Comisión Electoral ostensiblemente parciales a favor de Villegas Arrizón, y sin instancias que ante los vacíos de legalidad y legitimidad permitan encauzar las denuncias de fraude, la institucionalidad interna de la UAG quedó aplastada por los grupos al servicio de los intereses del gobernador Zeferino Torreblanca. No es un organismo respetado y respetable el que dice que Villegas Arrizón ganó la contienda, sino un grupo que manifiesta una conducta facciosa. En esas condiciones, el conflicto en la universidad sólo puede escalar.
En la elección del rector no hubo, como arguyen los defensores del “triunfo” de Villegas Arrizón, un clima civilizado y de tranquilidad, pues no puede haberlo en una atmósfera que asfixia el derecho a elegir libremente. En consecuencia no se expresó la voluntad mayoritaria de los universitarios –al menos no a favor de Villegas Arrizón, y en todo caso no es posible saber a favor de quién– y es irresponsable atribuir al grupo de Rogelio Ortega el propósito de desestabilizar a la UAG sólo por demandar la restitución del derecho en el ámbito universitario. Es previsible que Villegas Arrizón busque negociar un pacto con Ortega Martínez con la oferta del tradicional reparto de posiciones en la administración universitaria a cambio de arrojar a la basura las impugnaciones y la denuncia del fraude. Así ha sido siempre, arguyen también los seguidores de Villegas Arrizón, y no tendría porqué ser distinto ahora.
Sin embargo sí es un caso distinto de cualquier otro de los muchos conflictos postelectorales que ha vivido la universidad, e importa mucho que exista conciencia de ello entre los seguidores de Rogelio Ortega y entre los universitarios. Porque en esta ocasión fue el gobernador de la alternancia, que formalmente pertenece al PRD, el que interpuso su poder para sumar a la UAG a su proyecto transexenal, ideológicamente sólo comparable al figueroísmo.
Rogelio Ortega no enfrentó a un sector universitario, sino al grupo en el poder en Guerrero, que pretende perpetuarse mediante las mismas fórmulas de imposición que distinguieron los peores momentos del régimen del PRI. Ninguno de los rectores de la UAG vinculados al PRI en el pasado, significó en los hechos un retroceso tan grande como el que representa hoy Villegas Arrizón por sus compromisos con el zeferinismo. Si por complacer al gobernador Zeferino Torreblanca el rector Arturo Contreras pisoteó la autonomía universitaria, Villegas Arrizón no tendría límites en su servilismo: es el zeferinista ideal, débil y maniatado. Por su origen político, el peor rector que podría tener la UAG. Eso sí es una crisis.
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Puede consultarse en:
http://www.suracapulco.com.mx/opinion02.php?id_nota=6000

Alejandra Cárdenas: La democracia, una utopía en la UAG

En la edición del 23 de marzo de 2010, EL SUR publica la siguiente nota:
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Lamenta la maestra emérita Alejandra Cárdenas que la democracia es una utopía en la UAG
Berenice Reyes
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Chilpancingo
La maestra emérita Alejandra Cárdenas Santana lamentó que a 38 años de la lucha emprendida en 1972 y tras las “irregularidades” en el pasado proceso electoral por la Rectoría, la democracia sigue siendo una utopía en la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG).
La integrante del desaparecido Partido de los Pobres que encabezó Lucio Cabañas Barrientos, dijo que las irregularidades en el proceso electoral pasado por la Rectoría no se habían visto antes, “incluso el rector Arturo Contreras ganó por amplio margen y nadie se opuso y en este caso es muy diferente”.
Dijo que si es verdad que el rector Arturo Contreras Gómez está a favor de la democracia, una actitud mínima favorable es revisar las denuncias que se han hecho, “porque dan cabida a las violaciones e inconformidades, ¿de qué otra manera podemos llegar a la democracia?”.
La maestra emérita recordó que una Universidad con los problemas electorales de ahora no es algo que buscaban los jóvenes que lucharon por la autonomía y la democracia universitaria, “aspirábamos a que la Universidad fuera ejemplo de democracia y no se ha cumplido. Un proceso que se inició en 1972 y ya son 38 años de esto, y todavía la democracia sigue siendo una utopía”, dijo entrevistada al salir de la Codehum en donde simpatizantes del Gran Frente Universitario (GFU), solicitaron la emisión de una recomendación para que sea revisado el proceso electoral en la UAG.
Al respecto, mencionó que fue muy importante la entrega de documentos de todas las violaciones que hubo al proceso electoral, que tuvieron que ver incluso con denuncias previas que se habían hecho. “Se advirtió la injerencia del propio rector, Arturo Contreras, en los trabajos de la Comisión Electoral y ahora se ha visto que se han hecho denuncias y no han sido atendidas y además la Comisión de Vigilancia no se ha instalado”, agregó.
Cárdenas Santana consideró que los universitarios deben revisar las reglas de las elecciones, “porque no es posible que el rector siga inaugurando obras, de forma velada para hacer campaña y no es posible que no se tenga un tope de campañas; se tienen que revisar las normas que rigen el proceso electoral porque no queremos que vuelva ocurrir otro fraude como éste”, concluyó.
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La nota puede consultarse en:

domingo, 21 de marzo de 2010

Sobre el proceso electoral en la UAG

En la edición del 21 de marzo de 2010, LA JORNADA GUERRERO publica la siguiente nota sobre el proceso electoral en la UAG:
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La UAG al Congreso
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El anuncio del diputado Florentino Cruz Ramírez, presidente de la Comisión de Educación en la Cámara de Diputados de Guerrero, en el sentido de que los dirigentes de las fracciones partidistas representadas en el Congreso local van a analizar el proceso electoral en la Universidad Autónoma de Guerrero, como solicitaron los simpatizantes del candidato declarado oficialmente como perdedor, Rogelio Ortega Martínez, tiene varias aristas.
Un problema principal es que la UAG conquistó a base de luchas y de sufrir mucha represión, con la sangre y la cárcel de muchos de sus estudiantes y maestros, la autonomía que impide la intervención externa, incluido en este caso el Congreso. Otro aspecto de ese asunto es que hay una discusión en el sentido de que la universidad no es una ínsula y no puede, en aras de la autonomía –que se refiere a lo académico– sustraerse del cumplimiento de leyes que rigen a todos los demás actores de la sociedad.
Por donde se le vea, el conflicto derivado del proceso electoral ha ido subiendo de tono, y ése no puede ser un escenario favorable para ninguno de los actores en este conflicto, ni para el rector Arturo Contreras, que dirige en este momento a la UAG; ni para Ascencio Villegas Arrizón, que ha sido declarado ganador; ni para Rogelio Ortega Martínez, que oficialmente perdió la contienda; ni, por supuesto, para los estudiantes que han quedado enmedio de los dos bandos que se disputan el poder.
La postura planteada por Cruz Ramírez –quien, valga decirlo, fue rector, es universitario y ha mantenido su apoyo a una de las fórmulas que contendieron– de que los dos ex candidatos se sienten a negociar, no es descabellada, es más, pudiera decirse que es una postura inteligente, si bien es sabido, en la UAG hay mucha práctica de negociación. Al final de cuentas, todos los que participan no son sino los mismos, sólo que hoy están en un bando y en la próxima elección en el otro.
Así, cuando se dio otro conflicto similar en la rectoría de Hugo Vázquez Mendoza (que ganó con el apoyo del entonces rector Gabino Olea Campos, los cuales, Hugo y Gabino, hoy apoyan a Rogelio Ortega), el candidato declarado perdedor, Armando Chavarría Barrera, aceptó el diálogo y, finalmente, con elementos de ambos grupos se integró la administración.
No sería extraño que caminaran hacia allá, dado que los de uno y otro bando, apenas termine el proceso, seguirán siendo los mismos vecinos de siempre. Lo que sería saludable es que todo diálogo sea público, de cara a los electores de cada grupo, y de la sociedad, a la que se deben la UAG y los universitarios.
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Consultado en:
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/03/21/index.php?section=opinion&article=002a1soc

Otra más sobre la elección de rector en la UAG

En la edición del 21 de marzo de 2010, EL SUR publica la siguiente nota:
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La elección de rector en la UAG
Hugo Martín Medina
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Contra todo pronóstico fatalista, que auguraba un clima de violencia y provocación los días 12 y 13 de marzo, la reciente elección de rector en la Universidad Autónoma de Guerrero, se desarrolló en un ambiente tranquilo y civilizado.
Fuera de algunos incidentes menores, como el retardo en la instalación de algunas casillas, desencuentros verbales, así como la continuidad de actividades de proselitismo fuera del periodo oficial de campaña entre los seguidores de ambos candidatos, el proceso se desarrolló de manera pacífica y sin que se registraran hechos graves que lo empañaran.
Como en toda elección democrática, se gana y se pierde, y en esta ocasión el candidato que resultó victorioso fue el Dr. Ascencio Villegas Arrizón, ya que, de acuerdo con el cómputo final realizado en todas las casillas por la Comisión Electoral del H. Consejo Universitario, éste obtuvo 23 mil 697 votos, frente a su oponente el Dr. Rogelio Ortega Martínez que obtuvo 21 mil 372 votos, 700 abstenciones y 687 votos nulos, que suman un total de 46 mil 456 votantes en la institución.
Sin embargo, como ya es costumbre en la UAG, siempre que un candidato pierde una elección se da a la tarea de promover actos de descontento, impugnaciones fuera de tiempo, declaraciones de guerra en contra del que ganó con el fin de presionar y chantajear para negociar cargos y no quedarse fuera de la administración. Esos escenarios ya los hemos visto en otras coyunturas. Sólo por citar un ejemplo, ¿quién no recuerda la elección entre J. Hugo Vázquez Mendoza y Armando Chavarría Barrera, en la que el segundo perdió, pero negoció con la intervención del gobierno del estado el 40 por ciento de la administración y un cargo como delegado estatal del INEA? La diferencia entre esta elección y aquella es que ahora los resultados son clarísimos y en aquel entonces siempre se ocultaron las cifras, lo que nos hace recordar la famosa “caída del sistema” en la elección presidencial de 1988.
Con diversos matices, con Florentino Cruz Ramírez como rector, frente al perdedor Samuel Reséndiz Nava, con Nelson Valle López, frente al perdedor Rogelio Ortega Martínez, y con Arturo Contreras Gómez, frente al perdedor Germán Cerón Silverio, también se dieron negociaciones entre los primeros y los segundos, pues los líderes tradicionales que tanto daño han hecho a la universidad, enquistados por años en la Rectoría, se niegan a regresar al pizarrón y prefieren negociar, a como dé lugar los cargos para seguir disfrutando de las mieles del poder universitario como si fuera un botín.
Esa práctica caduca y viciada debe ser desterrada en la universidad, si queremos realmente lograr ese cambio tan prometido durante las campañas. Los seguidores de Rogelio Ortega se niegan a aceptar la derrota, acusando al rector Arturo Contreras de usar los recursos de la institución para beneficiar a Ascencio Villegas. Si esto fuera cierto, hay que recordar que ha sido una constante en la UAG y que forma parte de la cultura política, no solo de los universitarios, sino de los guerrerenses y los mexicanos, son las cosas que necesitamos cambiar y pronto. Ya me imagino a Germán Cerón Silverio como rector apoyando sin ningún rubor con recursos de la universidad a Rogelio Ortega Martínez.
Otra de las acusaciones de los seguidores de Rogelio es que se compraron conciencias con categorías, tiempos completos y becas para orientar el voto a favor de Ascencio Villegas. No estuve enterado si las hubo, pero esa también ha sido una vieja práctica de todos los que tuvieron el poder de la Rectoría y lo ejercieron a diestra y siniestra; Gabino Olea Campos, J. Hugo Vázquez Mendoza, Florentino Cruz Ramírez y Nelson Valle López hicieron lo propio en su momento.
Advierten los seguidores de Rogelio que “si no se limpia la elección podrían paralizar a la UAG”. ¿Si el resultado les hubieran favorecido, estarían planteando esas medidas de presión? ¿Estarían hablando de “pedir perdón a los universitarios por lo ilícito e irregular del proceso electoral”? No lo creo, estarían muy contentos festejando y acusando al perdedor de querer desestabilizar a la universidad.
La UAG tiene nuevo rector porque así lo decidieron más de 23 mil universitarios y quienes hoy pretenden confrontarnos con el cuento de que el proceso fue un cochinero, tiran la piedra y esconden la mano, ya que si de compra del voto y corrupción se trata, tan sólo en mi unidad académica, la Preparatoria No. 2 los maestros que apoyaron a Rogelio Ortega se dedicaron durante toda la campaña a comprar a estudiantes de manera escandalosa, con dinero, calificaciones, comidas, cervezas, albercadas y fiestas. En la Prepa No. 14 de San Luis Acatlán, trascendió que la gente de Rogelio con el apoyo de la presidencia municipal estuvo comprando el voto de 500 a mil pesos.
Los que hablaron en la campaña de institucionalidad, de civilidad, de legalidad, de democracia y de la nueva universidad, hoy pretenden desconocer la voluntad mayoritaria de los universitarios expresada en las urnas, y meter a la institución en una nueva crisis, con el fin de preservar sus viejos privilegios e intereses personales y de grupo, por encima de los de la institución. No debemos permitirlo.
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Consultado en:
http://www.suracapulco.com.mx/opinion02.php?id_nota=5993

sábado, 20 de marzo de 2010

Un artículo más sobre la UAG y su proceso electoral

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El desencanto por la democracia universitaria
José Gilberto Garza Grimaldo
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Para Rogelio Ortega Martínez y Ascencio Villegas Arrizón.
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Hace algunos días se dio a conocer los resultados de una encuesta nacional realizada por Berumen & Asociados, financiada por el periódico El Universal, donde los resultados arrojan que en la mayoría de los mexicanos hay un desencanto por la democracia.
Recordemos que en el 2004, latinobarometro dio a conocer que en 18 países de nuestro continente, recorre el fantasma del desencanto por la democracia.
Los recientes escándalos políticos de nuestro país y el cinismo de la clase política, corroboran del por qué de la falta de credibilidad de la democracia y de las instituciones.
En México, la democracia electoral se entiende como el conjunto de marrullerías para llegar o mantenerse en el poder, ante la complacencia, y por ende, complicidad de los órganos electorales encargados de aplicar la ley: Nadie tiene facultades para detener ilícitos electorales.
El reciente proceso electoral en la Universidad Autónoma de Guerrero, fue una síntesis de lo que externamente sucede en las elecciones “dizque” constitucionales.
Los instintos y las pasiones más bajas afloraron en la “máxima casa de grillos”.
Como será el nivel de estiércol que caracterizó el proceso electoral, que hasta los más revolucionarios universitarios exclaman: “el modelo de elección está agotado”.
Es obvio, que con tan “civilizados universitarios” el actual modelo educativo es inaplicable, el modelo es tan solo una quimera. No hay en los universitarios conciencia holista ni cultura política democrática.
La política en la Universidad, es la lucha por el poder. Lo que ha ocasionado que se construya en el tiempo, un entretejido de complicidades entre diversos grupos cuya bandera que enarbolan “es el cambio universitario o la excelencia”. Algo así a lo que sucede en el exterior cuando nuestra clase política desde hace décadas promete la llegada de “la modernidad al país”, y éste se derrumba ante millones de pobres y la riqueza concentrada en pocas manos.
El premio Nobel de Economía, el estadunidense Gary Becker, advirtió que en algunos países de América Latina comienza a consolidarse un ''capitalismo de compadres'', por el cual sectores privilegiados consiguen ''favores del gobierno''.
Guardando las respectivas proporciones, en la UAG, se practica un “capitalismo de cuates y familiares.” En radio UAG, diversos ciudadanos se preguntan quienes serán los nuevos ricos en la universidad.
Una práctica nefasta en la Universidad es la negociación sin principios éticos. Lo ejemplifico con algo que escuché en un noticiero radial local y muestra nuestro nivel de cultura democrática. El conductor estaba entrevistando a un líder de Apango, y este decía que el presidente municipal era un individuo sin voluntad política para dirimir los conflictos.
El conductor le preguntó: ¿Porque considera que el presidente es un político antidemocrático. El líder le respondió: Es una costumbre en Apango, que el ganador se sienta a negociar con los perderos para repartirse los cargos públicos en el Ayuntamiento.
Este tipo de negociaciones que ni en la delincuencia organizada se practican, ha impedido a diversos rectores cumplir con sus compromisos de campaña por estar rodeados de hienas y pirañas.
Que un rector o director, invite a integrase a su equipo a cualquiera de los que integraron el grupo de apoyo de los candidatos perdedores, es loable. Siempre y cuando, tenga el perfil para ocupar el cargo que va a desempeñar.
En fin, los universitarios estamos entrapados. Es el momento de cambiar, la violencia no es la forma racional de dirimir las controversias o conflictos.
Es el momento de mandar un mensaje al pueblo y a la clase política nacional, de cómo deben de resolverse un problema de tal magnitud: El derecho y los valores de la cultura política democrática son la solución.
La violencia deja una estela de dolor, de sufrimiento. Es la forma más irracional para dirimir los conflictos.
No hay cultura de legalidad en la UAG.

viernes, 12 de marzo de 2010

Sobre universidades aprobadas y reprobadas...

Fernando A. Sotelo, nos recomienda el siguiente artículo, mismo que reproducimos:
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Ernesto Ortiz Diego
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En 2006 leí una historia desagradable de dos estudiantes de medicina ya por terminarla en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), se habían formado en la educación de la incertidumbre, de poco les servirían títulos, togas y birretes. Su futuro estaba marcado, desde aquella época, por el de su universidad de Oaxaca, una de las instituciones del país reprobadas en estándares mínimos de calidad. Una de las peores de México, al igual que la Universidad Autónoma de Guerrero.
Me adentré más en la información, resulta que la UABJO aparece como “reprobada” por el Consejo Mexicano para la acreditación de la Educación Médica (COMAEM) y eso ha marcado durante muchos años a los profesionistas que egresen de esta institución.
En el estado de Guerrero siempre hemos sabido que la UABJO y la UAG, desde hace muchos años se disputan el último lugar, esto despertó mi curiosidad por conocer cuáles son las mejores universidades y las peores universidades públicas del país.
Las mejores universidades
La evaluación de la Secretaría de Educación Pública (SEP), señala que de 60 universidades públicas, sólo siete cuentan con altos índices de calidad académica. Son las autónomas de San Luis Potosí, Nuevo León, Yucatán, Ciudad Juárez, Chihuahua y Baja California, Aguascalientes. Por una parte, me dio gusto saberlo porque en dos de estas universidades hace algunos años fui profesor: la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) y la Universidad Autónoma de Chihuahua (FCPyS-UACH), en la primera fui profesor en sociología y en la segunda en ciencia política.
El estudio señala que las universidades que han marcado récord en su crecimiento y estándares de calidad destaca la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, que en sólo tres años se metió al grupo de las mejores instituciones de educación superior, con más de 30 programas acreditados y 18 por acreditar a corto plazo en el nivel de licenciatura.
En todos estos casos, el estudio de la SEP identifica como factores cruciales para la mejoría académica la vinculación de las universidades con los sectores productivos, la despolitización de la academia, la gobernabilidad interna y la aceptación voluntaria a ser auditadas en sus tareas académicas.
La evaluación a las universidades comenzó hace más de 10 años por parte de la SEP, al fundar los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior (CIEES), en los que participan 500 expertos de las más diversas especialidades, reconocidos por su calidad académica y experiencia en sus campos profesionales.
A lo largo de más de una década, estos “pares” o “auditores académicos” han recorrido el país escuela por escuela para revisar la calidad de las instituciones de educación superior. Ellos se apoyan en reportes y estudios de organismos como la ANUIES, el Ceneval, así como en organismos independientes avalados por el Consejo para la Acreditación de la Educación Superior AC (Copaes).
En otra entrega, escribiré sobre las universidades reprobadas donde, desafortunadamente, se encuentra la Universidad Autónoma de Guerrero, pero sobre todo, con el actual rector Arturo Contreras Gòmez, la UAG se encuentra en sus peores momentos, por eso no es conveniente el continuismo.
Los días 12 y 13 del presente mes, la comunidad universitaria de la UAG, si realmente quiere un cambio estructural, para transitar de una universidad reprobada a una aprobada, la mejor opción es el doctor Rogelio Ortega Martínez, candidato a rector por el Gran Frente Universitario (GFU).
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Tomado de:

jueves, 11 de marzo de 2010

Sobre la UAG

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Desafíos y prioridades de la UAG
Armando Escobar Zavala
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Por lo explícito de la relación educación y desigualdad social, no sólo los jóvenes demandan una universidad de buena calidad, también otros actores lo hacen: empleadores, padres de familia, representantes de los sectores social y productivo, comunidades y organizaciones regionales.
Es en este contexto de escenarios y demandas que la Universidad Autónoma de Guerrero enfrenta un conjunto diverso de complejos desafíos, para cumplir con las funciones y responsabilidades que la sociedad le ha encomendado.
La respuesta se encuentra en la capacidad que tenga la universidad para visualizar un porvenir que le permita regresar a sus tareas sustantivas con sus propias propuestas, con su propia capacidad de planearse y de conducirse, diciendo no a todas aquellas prácticas que oscurecen y obstaculizan el renacimiento de la Universidad.
Es urgente refundar el mundo de la academia, con los valores que la constituyen. La autonomía no debe ser vista como un recurso para mantener los feudos de grupos de poder, sino para darle espacio a lo que puede ser la única oportunidad que tiene para recrearse y reconstruirse desde el conocimiento.
La UAG debe estar a la altura de la sociedad a la que se debe, con la que tiene el compromiso, además del de formar profesionales bien preparados y socialmente comprometidos, de anticiparse a las transformaciones complejas de la naturaleza del trabajo, señalar nuevos derroteros, visualizar y mostrar las diversas opciones por las que Guerrero puede encontrar el mejor camino hacia su desarrollo, pues en ello estriba su pertinencia y compromiso social.
La universidad es parte fundamental de cualquier solución sensata para atender y superar los problemas estructurales de Guerrero. No podemos pensar en una política pertinente de salud sin buenos médicos, ni tampoco en la modernización y expansión del aparato productivo sin ingenieros y técnicos altamente preparados. Lo mismo podríamos decir del sistema de justicia y, en general de la administración pública y privada.
Sin embargo, la tragedia de la UAG es que la política y la academia caminan por senderos que al encontrarse, la segunda ha sido cercenada, por lo que la preeminencia de la “democracia universitaria” ha dejado de lado las tareas sustantivas de la UAG.
Es momento de comenzar una reflexión acerca de sus resultados, de los problemas y vigencia del método universal para elegir rector y directores, valorar sus aciertos y desventajas, sus rutinas perversas en muchos ámbitos, si queremos retomar el camino de la academia y de la ciencia. Las epopeyas de ayer son las ataduras de hoy.
Sus males endémicos dan lugar a una formación de baja calidad e irrelevante para las necesidades del presente y futuro de Guerrero. Esto explica su ineficacia y su precariedad institucional.
La elección de rector debe escapar de los grupos de poder –de dentro y fuera–, y de las prácticas “motivacionales” de maestros a alumnos –regalo de calificaciones–. ¿Qué tanta “democracia” podrá seguir soportando la UAG? Es lamentable leer en los medios el tono festivo de los grupos anunciando que uno u otro tuvo mayor concentración en su apertura, suspendiendo el quehacer universitario, donde el estudiante es rehén de las luchas intestinas. O el que docente se “lance” a una huelga de hambre para descalificar al que no es su candidato. En estas prácticas reside la fuente de precariedad institucional y de la perversión de lo que debiera ser la vida universitaria.
En este contexto de creciente fragmentación, en candidaturas apoyándose en redes extensas de lealtades e intercambios de tipo clientelar y Unidades Académicas transformadas en maquinarias electorales, la UAG debiera evaluar la necesidad de designar a su rector con criterios académicos, pero sobre todo con un proyecto construido por todos los universitarios. Las mejores universidades del mundo, designan a sus rectores en procesos que permiten la continuidad de la investigación, la docencia y la extensión de la cultura, con el consentimiento de su comunidad, sin campañas absurdas y costosas. Sin elecciones directas y universales. Nadie podrá negar que la UNAM ha tenido a sus mejores docentes o científicos al frente de esa casa de estudios reconocida a nivel mundial.
Es hora de transferir el prestigio ideológico de la UAG al prestigio académico y científico al que tiene derecho. Creo que el cambiar el método de elección del rector es piedra angular para su transformación.
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Puede consultarse la nota en:

miércoles, 10 de marzo de 2010

La Universidad que Guerrero Necesita

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La Universidad que Guerrero Necesita
Carlos Reyes Romero
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Hace muchos años que Guerrero necesita que la Universidad Autónoma de Guerrero, tenga un buen nivel académico, que esté realmente comprometida con el desarrollo del estado y que sea socialmente reconocida y respetada.
Ese fue el principal propósito de la Universidad Autónoma de Guerrero, desde que los sectores democráticos asumieron el control de la Institución en 1972.
Desgraciadamente tal intención se fue desdibujando con el paso de los años, en medio de una debacle académica propiciada por el ausentismo magisterial, la venta de calificaciones, el uso político del alumnado y las rencillas y descomposición de los grupos políticos que disputan por el control de la Universidad.
Ciertamente, a pesar de ese panorama, florecen en la UAG algunos nichos con buen nivel académico, alentados por distinguidos investigadores y profesores, quienes conjuntamente con grupos de alumnos y trabajadores administrativos mantienen vivo su compromiso con los fines sociales de la UAG; ellos son los que sostienen y le dan pertinencia a la UAG.
Es esta obstinada y encomiable labor la que ha permitido mantener a flote el barco sin ruta de navegación ni destino en que han convertido a la UAG, los grupos que la han dirigido.
Este fin de semana la UAG elegirá a su rector para el cuatrienio 2010-2014; formalmente se disputan el cargo los doctores Ascencio Villegas Arrizón y Rogelio Ortega Martínez; detrás de ellos van los grupos y subgrupos de siempre y, desgraciadamente, detrás de éstos miles de alumnos a quienes se ha hecho creer que su voto es realmente decisivo o que se les ha prometido la mejora de sus calificaciones. Qué lástima que las cosas sean así en la UAG.
Será una competencia reñida y no exenta de tensiones, de amagos de fuerza y con agresiones verbales y físicas; pero al final se impondrá la negociación, el arreglo, el acomodo. Los grupos se reconciliaran, los profesores y alumnos se concentrarán en sus clases; la “operación cicatriz” entrará en juego. En eso son expertos los grupos contendientes.
Más allá de esta certidumbre y de la lluvia de acusaciones con la cual los partidarios de uno y otro contendiente han ensuciado el campus universitario, vale la pena preguntarse:
¿Aparte de los méritos académicos que ambos candidatos ostentan, podrán el doctor Ortega o el doctor Arrizón promover realmente el cambio que la UAG necesita?
¿Tendrán la determinación y el carácter para priorizar el desarrollo académico y el compromiso social de la UAG, por encima de las ambiciones de los grupos que los promueven?
¿Logrará alguno de los dos que la UAG deje de ser rehén de los grupos de poder que la han rezagado?
¿Podrán el doctor Arrizón o el doctor Ortega restablecer la dignidad y el decoro de la vida universitaria?
Ojalá; por el bien de Guerrero.
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lunes, 8 de marzo de 2010

Sobre la Universidad Autónoma de Guerrero

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Universidad, poder y democracia
Luis A. Arcos Castro
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Cuando terminé mis estudios de licenciatura en la hoy Facultad de Economía de la UNAM a finales del periodo echeverrista, después de haber recorrido el estado de Guerrero auspiciado por el fondo nacional de fomento ejidal, haciendo parte de mi servicio social elaborando proyectos de inversión encaminados a fomentar el desarrollo económico, pude constatar la ingenuidad y la falsedad de dichas políticas mismas que poco o casi nada podían hacer para superar la situación de atraso y de pobreza en que se encontraba postrado nuestro estado, misma que por cierto, muy poco ha cambiado.
Dada mi formación progresista universitaria, de entre otras propuestas, decidí aceptar la invitación para trabajar en la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), en la que en aquellos tiempos se gestaba el proyecto Universidad Pueblo; considerando que mi trabajo podría ser más útil en esta institución que se proponía contribuir a la superación del subdesarrollo, materia en la que nuestro estado tenía y sigue teniendo uno de los primeros lugares a nivel nacional.
Ya en la Universidad, pude conocer de cerca el proyecto o mejor dicho los proyectos y sus principales teóricos y representantes; bajo el influjo del optimismo juvenil y la vorágine del activismo, me convertí en simpatizante del proyecto abrazando por convicción cercanía y carisma la propuesta de Rosalío Wences Reza. Con el tiempo conocí a las diversas agrupaciones universitarias en distintos periodos y momentos.
Al principio en la Universidad la lucha fue contra el “conservadurismo”, luego contra los “oportunistas-economicistas”, más tarde contra el “reformismo”, después entre los “revolucionarios” y en tiempos más recientes de todos contra todos, así sin adjetivos. Después de la Crisis de la Deuda (1982), de la Reforma Política (1982), de la Crisis Financiera de la UAG (1984), la irrupción de la Participación Ciudadana como consecuencia del terremoto de la ciudad de México (1984), el Fraude Electoral (1988), la Caída del Muro del Berlín en (1989) , la Desaparición de la URSS (1991), el “Fin de las Ideologías” y el “Triunfo del Neoliberalismo”; lo duro se hizo flácido, lo rígido flexible, lo transparente borroso y lo claro confuso. En la Universidad perdimos el rumbo.
En los 70, la UAG tenía que formar técnicos y profesionistas basados en una filosofía “científica, crítica, democrática y popular”, necesarios para incidir en la transición al socialismo. Después de los 80 y con mayor nitidez a partir de los 90, las autoridades universitarias acuciadas por los problemas financieros y la pérdida de certeza e identidad aceptaron las recomendaciones oficialistas haciéndose evidente una crisis institucional. Así es como hoy se sostiene con base a una “visión integral humanista y ambiental” que su misión es formar y actualizar recursos humanos, en sus diferentes modalidades y niveles educativos en las diversas disciplinas del saber, con un elevado compromiso social. Se dice además que el “nuevo modelo educativo se centra en el aprendizaje y el estudiante introduciéndose el enfoque de competencias”. Lo cierto es que después de 34 años la UAG como institución académica poco ha avanzado y el estado tampoco ha logrado cosechar gran cosa de la misma, para atender sus más acuciantes problemas. Obviamente hay muchos factores que lo explican, pero no lo justifican.
Un factor que hay que analizar para entender la historia reciente de la UAG, lo es el asunto del poder, mismo que aunado a los cambios antes referidos, trastocaron y modificaron el comportamiento y la composición de las élites universitarias, las que al priorizar las tareas sociales y políticas descuidaron la adecuación y consolidación del proyecto académico institucional.
[Segunda parte]
El poder había trastocado el comportamiento y composición de las élites univesitarias, lo que no sólo trajo rezagos, sino que también promovió toma de decisiones pragmáticas y oportunistas, que al calor de la lucha interna por el poder con el tiempo condujeron a la pérdida de principios y valores, que a su vez propiciaron un proceso de depauperización institucional, que en algunos casos raya en la depredación vergonzante; simplemente al no haber claridad en las ideas, todo se ha perturbado, se ha caído en la simulación, no se respeta la normatividad, pareciera no haber límites, todo se negocia, se imponen los intereses de grupo y personales. Obviamente que aún hay excepciones.
Otro aspecto a considerar lo es la democracia universitaria, que hizo posible la participación de los diversos sectores en la designación de autoridades vía votación universal directa y secreta, misma que al carecer de una normatividad adecuada, producto de una casi inexistente cultura democrática para su puntual observancia, trajo consigo un proceso de sobrepolitización que afectó notablemente la eficacia y la eficiencia de la estructura político-institucional en todos los órdenes. Lo que en principio se consideró un avance, se convirtió en una obstáculo, una pesadilla, sobre todo para los estudiantes quienes vieron sustraídos sus derechos mediante diversos mecanismos de coacción, represión y corrupción. La democracia así vía procesos electorales pervertidos ha sido convertida en un mercado cuasi permanente, donde el mal uso de los recursos institucionales y la compra de conciencias están a la orden del día. Democracia en la que el cumplimiento de los proyectos ofertados en campaña tiene una importancia residual.
Este proceso cada vez más intenso de deterioro institucional, reflejado en una marcada pérdida de reconocimiento social, en el que se encuentra atrapada nuestra universidad, se ha intensificado en las últimas administraciones, resultado de las políticas promovidas con un alto grado de discrecionalidad, en el que la responsabilidad por acción u omisión compete a todos los universitarios y sobre todo a las élites de las corrientes políticas, que no han sabido orientar ni conducir adecuadamente la institución, permitiendo un sinfín de irregularidades en relación a la rendición de cuentas, la transparencia en el uso y aplicación de recursos, propiciando su desvío y deficiente utilización, haciéndose cómplice en ocasiones, del beneficio personal o familiar de las burocracias en turno.
Por todas estas observaciones y muchas otras que por hoy me reservo, el actual proceso electoral de elección de rector de nuestra máxima casa de estudios reviste de singular importancia para el presente y el futuro de la misma. Hoy a diferencia de otras contiendas, dada la aguda crisis por la que atraviesa nuestra institución, ya no tenemos mucho tiempo, por lo que tiene que ser rescatada, reorientada, reposicionada, relanzada y modernizada; retomando lo mejor de sus orígenes y de su historia, de cara a los retos que nos imponen los nuevos tiempos.
Esta oportunidad no podemos desaprovecharla, no debemos equivocarnos, el costo sería demasiado alto. Nuestra confianza debe de ser depositada en el candidato que de acuerdo con su don de gente, compañerismo, trayectoria, formación, experiencia, compromiso, honestidad y carisma sea el idóneo, para que por encima de todos los intereses personales y de grupo proponga, construya, articule y promueva con carácter y decisión en compañía de todos los universitarios guerrerenses y ciudadanos en general, la universidad que Guerrero necesita para responder a los desafíos del siglo 21.
Con base en estas reflexiones, considero que la mejor propuesta para nuestra institución, será la que garantice, su reorientación, renovación, transformación, desarrollo y consolidación; la que proponga y de certeza de cambio y rumbo a la institución. Hoy a diferencia de otras contiendas, la participación libre, organizada, consciente, responsable y comprometida de la comunidad universitaria guerrerense será decisiva. ¿Vale?
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Consultado en:

Sobre la obra de Carlos Montemayor

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Las armas del alba, la prosa del cenit
Notas sobre la literatura guerrillera
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Octavio Augusto Navarrete Gorjón
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I
La prematura muerte de Carlos Montemayor obliga a un análisis detallado de su vasta obra literaria. Fue el único escritor que elevó la literatura sobre la guerrilla mexicana a niveles de excelsitud.
Hasta antes de Montemayor, el género “guerrillero” es dominado por lo testimonial, esa variante interesada que escriben los sobrevivientes de hechos de armas. Aunque importante como fuente primaria que mantiene la visión de los vencidos, los intentos derivan en crónica parcial de los hechos, que, a veces, carece incluso de requisitos literarios.
Los proyectos de escritores serios para atender el tema de la guerrilla naufragaron porque quienes intentaron hacerlo (aunque dominaran el oficio) no fueron tocados en carne viva por los acontecimientos. Así, una intención de novelar la guerrilla urbana a partir del fallido secuestro de Margarita López Portillo, terminó en una monumental novela de ficción política: La guerra de Galio. En la introducción, Héctor Aguilar Camín confiesa su desencanto con el mar de papeles, volantes y proclamas que revisó y a los que llama “basura literaria”.
En 1987 aparece “Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres, una experiencia guerrillera” de Eleazar Campos Gómez (seudónimo de uno de los dirigentes del EPR desaparecidos). Aunque no deja de ser un testimonio parcial y doctrinario de los hechos, la novela está apegada estrictamente a la realidad y tiene una extensión que le permite abarcar prácticamente todos los tópicos importantes de la guerrilla cabañista (el libro tiene 440 páginas, 60 más que Guerra en el paraíso). Es posible que Montemayor se inspirara en ese material para escribir su obra sobre la guerrilla guerrerense.
Guerra en el paraíso surge además en un contexto de reivindicación de la novela histórica, género que se había devaluado, cuando se transformó en la versión oficial y parcializada de ciertos acontecimientos, desde que a los protagonistas de todos los bandos se les ocurrió dejar por escrito sus experiencias, o incluso encargárselas a otros que sí tenían el tiempo, la pasión y el oficio de escribir. El resurgimiento del género llegó a su cúspide con “Galindez” de Manuel Vázquez Montalván, Premio Europeo de novela en 1991. Completó la reivindicación la trilogía insuperable de Mario Vargas Llosa (Historia de Mayta, La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo). Ese marco intelectual dio para el surgimiento de muchos productos intermedios entre la novela histórica y la ficción literaria; destaca entre ellos “En busca de Klingsor”, de Jorge Volpi.
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II
La vinculación de Carlos Montemayor con la guerrilla guerrerense no comienza en Guerrero, empieza el 24 de septiembre de 1965 en la ciudad de México, cuando el joven chihuahuense, estudiante del primer grado en la escuela de leyes de la UNAM, se estremece con las noticias del intento de asalto al cuartel militar de Ciudad Madera. El bachiller, escucha atónito los nombres de varios muchachos a quienes conoció y a los que quizá acompañó en el reparto de volantes para algún evento político. Eran tiempos de la guerra fría y el macartismo como doctrina dominante; por eso se hizo famosa (no por su contenido deleznable) la versión oficial de aquellos hechos, resumida en la frase del gobernador Giner: “Querían tierra, denles tierra”.
Tal vez desde ese momento quiso el poeta escribir y publicar una versión novelada de aquellos hechos, pero no tenía entonces la distancia crítica que se necesita para esos cometidos. Si Las armas del alba se hubiera escrito antes de Guerra en el paraíso, seguramente su resultado se emparentaría (en una variante más fina, claro) con las crónicas que hemos comentado.
Las campañas militares en Guerrero y las batallas que se dieron entre 1967 y 1974 fueron más intensas, más voceadas y sus efectos más prolongados; pervivirían mucho tiempo después en la forma de denuncia contra los excesos del ejército.
Sin procurarlo, Montemayor adquiere la distancia que le permite ver los acontecimientos con el desgarramiento propio de la guerra, pero sin el partidarismo que deviene de un tema familiar. Roto el vínculo del paisanaje, el escritor se acerca al tema de la guerrilla dando un rodeo que producirá una de las mejores novelas de la literatura mexicana del siglo XX.
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III
Guerra en el paraíso no es sólo un libro sobre la guerrilla. En la obra se condensa magistralmente una época de la política mexicana. Los enfrentamientos en Guerrero son sólo la vía por la que van surgiendo todos los personajes de una trama nacional. Con rigor extraño para este tipo de obras, aparece la voz de Fernando Gutiérrez Barrios cuando recibe la notificación de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento que tiene en su poder “al burgués carrancista Rubén Figueroa Figueroa”: “Nos sorprende que secuestren a Figueroa casi como una venganza por la muerte de Zapata. No se dan cuenta de la época en que viven” (pag. 251).
También el discurso de Ricardo Margáin Zozaya en el funeral de Eugenio Garza Sada y frente al presidente Echeverría:
“Sólo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad; urge que el gobierno cambie de rumbo para que renazca la confianza en el pueblo mexicano. Poner un hasta aquí a quienes mediante agitaciones estériles, actos delictivos y declaraciones oficiales injuriosas, amenazan con socavar los cimientos de la patria” (pag. 163)
Las palabras de un hombre de inteligencia, represor de disidentes al tiempo que solícito contacto con rebeldes de otros países, reflejan pulcramente su personalidad, así como los duros reproches de la derecha regiomontana (“los conspiradores de Pichilingue” les llamó Echeverría unos meses después), aparecen con una frescura que casi no es necesario decir de quién son esas voces y esos reclamos. Como la voz de Figueroa que le explica al hijo:
“Si sigues pensando así de nada te servirá gobernar Guerrero. Y tú, Febronio, ya verás que Lucio me va a acompañar a la convención del partido y seré el único verdadero gobernador en todo el país, no mamadas, sino el único político en México. A eso es a lo que le tienen miedo Nogueda y Moya. No quisieran verme con esa fuerza. Pero que vean cómo hacen política los hombres, no los maricas” (pag. 230)
O como la de Lucio, separando a sus contingentes:
“¡Orden, compañeros! Primero definamos que en el grupo pequeño no pueden ir más de doce, porque entonces no podrán desplazarse con facilidad y sería contraproducente. Así que debemos tener en cuenta esto y no sólo decir que los que quieran ir vayan” (pag. 271)
La objetividad no implica imparcialidad. Una tenue, apenas visible, línea de simpatía hacia Lucio y su pequeño ejército de campesinos se advierte en la novela. Por eso en la acción de ejecutar a Enrique Juárez, informante del ejército, no se dice que Lucio (que se propuso para esa comisión) se hizo acompañar por Isabel Nava, que no era guerrillera, sino su novia y que (contra los reglamentos que él mismo había impulsado) no usaba anticonceptivos y estaba embarazada.
Las veces en que el Partido Comunista de Arnoldo Martínez Verdugo propuso la amnistía de Lucio Cabañas, el gobierno le contestó recordando una averiguación previa por la muerte de un judicial que había participado en la matanza de padres de familia de la escuela Juán Álvarez de Atoyac. Sin embargo como todo héroe o superhéroe, Lucio no puede matar y Montemayor envuelve en frases poéticas la huida del profesor a la sierra de Atoyac:
“Las campanas tañían a revuelo, insistentes, vigorosas, como si provocaran a todo el pueblo, a toda la fuerza, a toda la vida. Lucio dudó, pero el agente empezaba a desenfundar. Lucio empuñó su pistola debajo de la camisa; estaba el metal sudado, caliente, casi resbaloso por tanto sudor. Luego el agente se fue doblando de dolor, manchado de sangre, queriendo respirar, queriendo gritar. Las campanas seguían doblando a revuelo, sobre los gritos y los disparos” (pag. 21)
Montemayor también es benevolente con Rubén Figueroa, que después de su actitud altiva del primer encuentro, llora cuando en hombros de un guerrillero atraviesa el Río Chiquito, en la sierra de Tecpan. Ese llanto no se escucha en la obra, ni la imploración cuando se subía el pantalón para no mojarse: “Dios mío ¿Habré sido tan malo para merecer esto?. El llanto de Figueroa que sí registra Montemayor es cuando, en uno de sus intentos de fuga, cae a un barranco de donde lo rescatan los guerrilleros. Por respeto seguramente, el autor hace llorar a Figueroa cuando nadie lo ve y no registra el llanto y la imploración que todos escucharon. Montemayor es atrapado por sus personajes; igual que Lucio, que: “Tenía la sensación desagradable de sentirse parte de lo secuestrado, parte del mismo peso que lo asfixiaba, que lo inmovilizaba” (pag. 277)
Fuera de esas omisiones y detalles nimios, en la novela aparecen tal cual fueron el ingeniero Rubén Figueroa y el profesor Lucio Cabañas. Uno de los primeros desenlaces históricos y literarios de la obra es eso precisamente. Al autor debemos el trato humano a ambos personajes; a Lucio lo bajó del caballo de libertador en que lo tenía la izquierda y a Rubén Figueroa (hombre recio, pero que pedía a sus acompañantes que en turnos de dos horas velaran su sueño) le quitó un aura que sólo pervive en el recuerdo de sus correligionarios priístas más atrasados, que le siguen llamando “el tigre”. En la obra, ambos personajes se encaminan desde un principio a un encuentro sin soluciones, a un destino que los atrapará en sus redes y del cual ninguno de los dos podrá salir. El final es previsible, son personajes de una tragedia griega, que tanto conocía Carlos Montemayor.
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IV
Casi al final de Guerra en el paraíso, cuando la derrota militar de la guerrilla es inminente, Montemayor introduce el tema del ejército a partir del recurso de una conversación entre sus mandos en el casino del Campo Militar Número Uno. Es conveniente una larga cita, porque, como en muchos temas, el autor es pionero en este tipo de investigaciones “de frontera”.
“El destino de los ejércitos siempre colinda con los territorios más disputados de la historia, con los terrenos más difíciles (…) No nacimos ayer y sabemos por qué los pueblos comienzan a delatar a movimientos como este. Lo saben también los asesores militares que tenemos en Atoyac y los especialistas en interrogatorios que tenemos en el Campo Militar (…) El pelotón que entra en un pueblo no sabe cuántos están vinculados con la guerrilla, deben sitiar y actuar como si todo el pueblo fuera cómplice de Lucio. Por eso se requiere un control efectivo de la zona. (…) Sólo una fuerza como el ejército puede tomar una decisión así, no el presidente de la república ni el gabinete civil, porque a ellos les aterra la imagen política de la decisión. (…) por eso tenemos toda la zona bajo un gobierno militar. En nuestros días, se trata de algo excepcional en México. (…) La guerra es contra esa zona, cabe la posibilidad de que estemos atacando una lucha del pueblo y no sofocando un alzamiento contra el pueblo (…)
“El ejército es algo más que su fuerza en Guerrero. No entiende que Hermenegildo es un inicio EN LA PRÓXIMA EVOLUCIÓN DEL EJÉRCITO (mayúsculas mías. O.N) Es el primer general de cuatro estrellas que ha sido preparado, que ha surgido del saber, no sólo de la fuerza. A él le importa la inteligencia en el ejército. Sabe que hay destinos más importantes en México” (pag. 356, 352, 351, 350)
Esa nueva realidad de la misión del ejército adquiere en “Los informes secretos” los perfiles de un verdadero trabajo de inteligencia. Los informes secretos es la novela que el autor escribe a vuelapluma. Es el relato de un minucioso trabajo de investigación sobre el propio Montemayor (al que se denomina “el objetivo”). El equipo que realiza el seguimiento quería saber (y al parecer nunca lo logran) quién le pasa información fidedigna y sensible al autor. La investigación tiene que ver con las filtraciones del Plan General de Maniobra Estratégica Operacional para destruir la estructura política y militar del EZLN y mantener la paz. (pag. 226)
En la obra, Montemayor cuestiona conceptualmente la represión del Estado. Dice (las palabras las publicó en La Jornada, pero en el libro se le atribuyen al “Objetivo”)
“Durante décadas, el gobierno mexicano ha resuelto cada uno de los conflictos en términos represivos. En ningún caso se propuso negociar pacíficamente. Es tal la fuerza de la infiltración militar y policiaca en nuestro país, que ningún alzamiento rural podría modificar esencialmente la inercia represiva de las autoridades. La infiltración política es una mirada sobre nosotros que no queremos ver, que muchos grupos políticos o clandestinos creen posible pasar por alto” (pag. 230)
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VI
Las armas del alba se publica en 2003, doce años después de Guerra en el paraíso. Entre la escritura de una y otra obra, Montemayor logró la distancia que le permite un tratamiento impersonal y hasta un poco lejano de sus personajes. Aunque la simpatía por los rebeldes continúa, ya no se permite indulgencias y sus protagonistas, puestos en situaciones límite, hacen lo que tienen que hacer. Aquí los héroes no sólo “sienten el metal de las armas”, también disparan y matan; como la ejecución del guardia blanca Rito Caldera, que narra en términos parecidos a la huida de Lucio por la calle empedrada:
“Escóbel sintió el metal de la pistola tibio, como si fuera una rama cálida del árbol, no un metal frío. Disparó. Sintió en la descarga que el golpe de la pistola era suave, que el rebote del arma se ablandaba. Sintió el olor de la pólvora otra vez. Oyó los disparos de todos. Los cuerpos parecían parte de la tierra, parecían querer descansar, buscar algo” (pag. 177)
Pero si el trato de los personajes es distante, el oficio de escritor se sublima y Carlos Montemayor logra páginas espléndidas en Las armas del alba.
Tiene esta obra un mérito adicional. A diferencia de la guerrilla guerrerense, que provenía de una honda tradición de rebeldía armada (y de la que había muchos testimonios), Las armas del alba es el primer tratamiento sistemático, la primera interpretación histórica de los hechos de Ciudad Madera. Por el rodeo que comentamos arriba, constituye también la expresión literaria más rigurosa y completa. En esta obra, Montemayor logra el cenit de su vasta producción literaria.
La guerrilla de Arturo Gámiz tuvo con la de Lucio Cabañas una continuidad histórica y orgánica; varios descendientes de los que lucharon en Chihuahua se vincularon al Partido de los Pobres (entonces ya se llamaban Liga Comunista 23 de Septiembre). Jacobo Gámiz, hermano de Arturo, fue militante de la brigada de Lucio y está desaparecido. A Quirino (que tal era su nombre en la guerrilla) lo aprehendió el ejército en el retén de Xaltianguis, cuando regresaba de una comisión a la ciudad de México.
La continuidad literaria mayor entre Guerra en el paraíso y Las armas del alba lo constituye una práctica recurrente de Montemayor: que sus personajes hagan evocaciones. El pensamiento que define más plenamente a sus personajes son los recuerdos que surgen en el sueño o en el descanso. No olvidemos que Montemayor es esencialmente un poeta; por eso su prosa magistral (prosa poética, diremos, forzando los convencionalismos y los géneros) hace que sus personajes se fundan con la naturaleza, que a su vez parece cobrar vida humana y que incluso puede tener sentimientos. ¿Quién dijo que después de “la manzana de oro” que constituye la obra de Rulfo el campo no hablaría? ¿Qué todo intento en ese sentido estaba destinado a la repetición?. Con Montemayor regresó la nostalgia por el mundo rural. Sin en La región más transparente el personaje principal es la gran ciudad que abraza cálidamente a sus protagonistas, en la obra de Carlos Montemayor es la naturaleza toda la que se expresa en una especie de discurso biológico, donde hablan las piedras, las nubes y las estrellas; hay párrafos donde puede percibirse el aroma a légamo de un río crecido o la fragancia lejana de un sonido azul. En Las armas del alba puede leerse:
“No había silencio: sólo un creciente rumor de los alrededores, de los árboles, del viento, de la hierba. El cielo enrojecido del atardecer parecía generar un ruido. Pero una sensación de soledad se expandía también con el viento, se respiraba. De algún modo era otro silencio cuya corriente incontrolable se abría paso por debajo de la corriente de sus pensamientos. (…) Ahora estaba aquí, en el mundo que conocía, en la sierra que había recorrido desde niño, en el lugar que silenciosa, profundamente, le pertenecía. Respiró hondo, lento, como si retornara a formar parte de las cosas, de un color, un tronco, una piedra quizás. Sentía la seguridad, la certidumbre de las cosas vivas en el campo, en la hierba o el agua. Su cuerpo era diferente, distinto e idéntico a él, humano y al mismo tiempo palpable como tronco, ramas, tierra; unido a él y a la vez remoto, como el firmamento, el atardecer o los recuerdos, que están hechos de distancia” (pag. 194-195)
Las evocaciones anteriores son de Antonio Gaytán, uno de los protagonistas principales del asalto al cuartel de Madera. Las que siguen son de Lucio Cabañas en Guerra en el paraíso:
“La sierra donde caminó con su abuela llevando el pan que ella horneaba para cambiarlo por maíz, frijol, camarones de otros ríos de la sierra o de pozas donde él comenzó a bañarse, a jugar. En esta Costa Grande, bajo estas lluvias, junto a estas avenidas de ríos, de arroyos. Campesinos y poblados que también el gobierno masacró y arrasó por órdenes de Madero, de Huerta, de Carranza. Bajo esta lluvia, estas noches, junto al ruido del río de Coyuca, la orilla parecía un largo rosario de difuntos, una larga letanía de gritos, de nombres desesperados, de árboles que volvían a crecer, a reverdecer, a cargarse de fruta, de fuerza. (…) Y junto al río pensaba que era la misma sierra, la misma sangre, el mismo grito sin terminar que lo llamaba desde la otra orilla, donde él también tendría después que llamar a otros, que gritar a otros, que recordar a otros que desde la orilla sumaban su grito, su estertor, su furia, su desesperado recuerdo” (pag. 154)
Con Montemayor regresó la novela histórica; también el mundo rural y el paisajismo, que ahora incluye no sólo lo que está a simple vista, sino lo que se siente, que puede ser desde una raíz hasta una constelación que pasa en los intersticios que dejan las caudas luminosas de una lluvia de estrellas fugaces. La nostalgia rulfiana del mundo campesino se convierte en nostalgia por la vida, por las cosas que viven como vive la gente. Un bello párrafo de Las armas del alba es lo mejor para cerrar este apartado. Es la mirada del periodista Víctor Rico Galán al llegar al aeropuerto de Ciudad Madera:
“Las estrellas parecían producir un fino rumor. Destilaban su luz como un sonido que desconcertaba, que envolvía la noche y la aligeraba, la hacía descender, acercarse a las cosas. El firmamento parecía respirar, estar vivo, tener a flor de piel, pero sujetos, los tejidos de las constelaciones, su muchedumbre luminosa. Contemplaron la blanquísima luz de estrellas fijas, de racimos y enjambres espaciosos. Vieron estrellas fugaces, abundantes, sorpresivas, brotando y cayendo en el vacío del espacio. Entre las bellas luminosas estrellas fugaces y las luces de estrellas fijas, vieron puntos radiantes que se desplazaban suavemente, que no desaparecían; las distinguieron hacia la constelación Orión, que ascendía expandiéndose, como arrastrando en un montoncito de semillas de luz el inquieto enjambre de las Pléyades” (pag. 118)
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VII
Guerra en el paraíso termina con una serie de frases que dejan entrever lo inconcluso de muchas tareas. Es un grito silencioso que pone en los últimos pensamientos del comandante guerrillero; una prisa que grita: “gritando por hacerlo, gritando que falta mucho por hacer, por hacer, por hacer, por hacer”.
Montemayor era de Parral, Chihuahua (donde descansa el general Francisco Villa, dice el corrido). Ese es un dato importante para entender su trayectoria y para descifrar el enigma que guarda uno de sus mensajes póstumos.
En un artículo memorable sobre el líder electricista Rafael Galván, Adolfo Gilly dice que para las generaciones que se formaron en la segunda mitad del siglo pasado, todavía importa mucho la región de donde vienen, más incluso que la clase o sector al que pertenecen.
El poeta se formó cuando todavía estaban frescos los mitos propios del tiempo de los héroes y caudillos. Infancia es destino, y los primeros pasos de Montemayor fueron en los mismos lugares que caminaron los hombres y mujeres que formaron la División del Norte, el formidable ejército popular de Pancho Villa. El martes lo escribió Taibo II aquí mismo, recordando las palabras del poeta: “Estás ahí sentado a la puerta del rancho –decías–, y ves pasar a una vaca. Y no es de nadie. Zas, te la apropias. Y luego ves pasar a lo lejos un ejército de hombres sudorosos con armas de bronce, que apenas brillan en el sol que se acaba, y zas, te los apropias. Y te encuentras de repente con que La Iliada y La Odisea son tuyas.”
Intelectual orgánico de la izquierda, el escritor quiso que una parte de sus cenizas fuera esparcida en la sierra de Atoyac, para que se funda con la sangre de guerrilleros, de soldados y de inocentes que desde aquellos años 60’ y hasta ahora, medio siglo después, cubre esta parte de la geografía mexicana. Simbolismo extremo, también es una forma de fundirse con los protagonistas de su obra cumbre; de estar con ellos para todos los quehaceres que quedaron pendientes; de abrazar la misma tierra que abrazó Lucio Cabañas la mañana del 2 de diciembre de 1974 con una sonrisa que el martirio no pudo borrar.
Coyuca de Benítez, invierno del bicentenario.

martes, 2 de marzo de 2010

Sobre el futuro de la UAG


¿Cuál es el futuro de la UAG?
Arturo Miranda Ramírez
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Durante las campañas electorales en la UAG y fuera de ellas se generan prejuicios en torno a señalamientos de las fortalezas y debilidades de los contendientes; sin embargo, cabe preguntarse ¿Cuál es el futuro de la universidad guerrerense si gana uno u otro de los dos candidatos contendientes?
Obviamente, se parte de la convicción de que la neutralidad weberiana en todo hecho social es un mito y, por tanto, en la presente reflexión es inevitable tomar partido por alguna de las opciones.
Desde sus orígenes en 1960, la UAG surgió con un compromiso social para brindarles la oportunidad de estudios a los hijos de las clases históricamente marginadas; pero también, se definió por un proyecto democrático de universidad. Para lograrla, no pocos universitarios ofrendaron hasta su vida el 30 de diciembre de 1960; al tiempo que durante las décadas de los 70 y 80 se puso en marcha el llamado Proyecto Universidad-Pueblo, que hizo posible extender los servicios educativos a lo largo y ancho de la entidad. Con ello fue posible que de 6 mil estudiantes que había en 1972, para principios de 1980 ascendían a más de 60 mil.
Es larga la lista de estudiantes y docentes universitarios desaparecidos, torturados, encarcelados o perseguidos durante el periodo de la llamada guerra sucia, por querer una universidad para todos. Como parte de aquella política represiva gubernamental, se generó una espiral de violencia al interior de la UAG a través de los denominados porros; fueron frecuentes las tomas de edificios universitarios con armas de alto poder; en consecuencia, las marchas, mítines y diversas acciones de masas estaban a la orden del día, ya fuera para exigir la entrega del subsidio retenido o para exigir la liberación o presentación de universitario y ciudadanos encarcelados o desaparecidos.
La crisis de 1984 significó el fin de los los intentos de construir una universidad alternativa al decretarse su clausura por razones políticas. La única esperanza de salvar a la universidad fue, aceptar el cierre de más de 15 preparatorias, los comedores universitarios, los laboratorios, los consultorios médicos, bufetes jurídicos gratuitos, en fin, todos los programas de vinculación con el entorno.
Para muchos universitarios guerrerenses es tiempo de empezar a construir una nueva universidad a partir de sus raíces o continuar con la política universitaria actual, impuesta desde la OCDE, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, que se propone desarrollar en los educandos las competencias para satisfacer las necesidades del mercado global y los estándares de producción antes que el desarrollo humano. ¿Qué será más importante, cumplir con los indicadores de calidad impuestas desde fuera o abrir las puertas de la universidad a los jóvenes para alejarlos del crimen organizado y de la tentación de irse de mojados? Ahí está la disyuntiva este próximo 12 y 13 de marzo.
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Nota publicada en La Jornada Guerrero, el 02 de marzo de 2010: