A continuación nos permitimos trascribir una nota publicada en Diario 21 de Iguala, Guerrero, el pasado 05 de noviembre de 2008, referido al Día de Muertos. La información se consultó en:
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Día de Muertos en Iguala
Rafael Domínguez Rueda
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Rafael Domínguez Rueda
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Para el cronista es gratificante, muy gratificante consignar que este año, el Sector 09 de Educación Preescolar, el CESVI, el CBTis, DIARIO 21 y sobre todo nuestra comunidad demostraron mucho interés por fortalecer y mejorar la tradición del DÍA DE MUERTOS que en Iguala se significa por sus originales y vistosas “tumbas”.
Los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre se festeja en esta ciudad el Día de Muertos. El 31 se recuerda a las almas de los infantes difuntos; el 1, por la noche, se exhiben vistosas y coloridas “tumbas” en memoria de los seres queridos que fallecieron dentro de los doce meses anteriores y el día 2 se acude a los panteones a rendir pleitesía a todos los que se nos adelantaron en ese gran viaje al más allá, del que se vuelve en espíritu cada año para compartir la mesa con los que aún viven y no olvidan a sus difuntos, de ahí que los familiares colocan la “ofrenda” para demostrar al alma que regresa todo el cariño que se le profesa y hacerle sentir la armonía que reina en el seno familiar.
Esta celebración tiene un significado muy profundo. Para el indígena la idea de otra vida era colectiva, para el católico la idea de salvación es personal. Para nuestros antepasados, después de la muerte se emprendía un largo viaje del que el espíritu volvía cada año para convivir con los suyos; para nuestras religiones después de la muerte hay un premio o castigo para las almas. En casi todos los países la palabra muerte jamás se pronuncia. El mexicano la adula, la festeja. Tal vez sea el mismo miedo de los otros, pero nosotros la miramos cara a cara. El Día de los Muertos es la fiesta donde se canta, se come, se ríe, se baila con ella… con la pelona… con la catrina…
Pues bien, el pasado 31 de octubre asistimos a las instalaciones del CBTis, a donde pudimos admirar veintiún “tumbas” que entusiastamente montaron los alumnos con motivo del Concurso a que convocó la Institución, por iniciativa de la dinámica profesora Guadalupe Delgado Velázquez. Debo confesar que nos dejaron sorprendidos los jóvenes, pues en cada uno de los cuadros se apreciaba el empeño, creatividad, colorido, apego a la tradición y el mensaje que implicaba cada representación. Lamentamos mucho que no fueran exhibidas en el centro de la ciudad para que todo mundo las gozara, pues fue grande el trabajo y mayor la originalidad.
La mayoría de las escenificaciones incluían personas muy bien caracterizadas lo que les daba mayor vigor y viveza. ¡Qué bien que se hayan apegado a la tradición, pues cuando no se cubren los elementos que la integran se pierde la esencia!
Al día siguiente, primero de noviembre, como acostumbro desde hace más de 50 años, salí a recorrer la ciudad para admirar las “tumbas”. En esta ocasión, en 5 horas (de 9 de la noche a dos y media de la mañana, pude apreciar una treintena.
Alarcón, Escobedo, Pacheco, Bravo, Riva Palacio, Álvarez, Rayón, Hidalgo, Melchor Ocampo, Joaquín Baranda, Degollado, Manuel Doblado, González Ortega y Aldama, fueron algunas de las calles donde se instalaron estas representaciones plásticas.
En siete, se incluyeron personajes en vivo. Conocimos que se homenajeó a tres periodistas, un taquero, muchos profesores, una cocinera, un chofer de la Corona y hasta una de mis maestras a la que recordé con cariño. En una ofrecían vino y rompope, en otra pan casero, en una más daban galletas, no faltaba donde ofrecían pozole y, porque no decirlo, a las dos de la mañana, no me negué a degustar una “coronita”. Ese es el auténtico igualteco: participativo, animoso, desprendido, que ofrece hasta la camiseta.
Espectacular era el cuadro que en Bravo 86 se le dedicó a Agustina Bello, donde se representaba de una manera laboriosa “El Calvario” y aparecían en vivo siete personajes en vivo, muy bien caracterizados.
Impresionante estaba la representación de la forma en que perdió la vida el joven Javier Aparicio el pasado 21 de junio. Motivándonos a reflexionar del peligro que acarrean las malas compañías. Una advertencia para los padres.
Llamativa fue la estampa que en honor de la profesora Lucina Ruíz se preparó con mucho esmero y gran vistosidad.
Ornamental resultó la que se colocó sobre el templete que preside la explanada de las Tres Garantías y que se dedicó al ingeniero Durán.
Original era la representación de la Resurrección que para recordar a don Pablo Padilla se montó en Degollado 32. Es de admirarse la resistencia del joven que personificó a Jesús, al permanecer por más de 4 horas de pié y con los brazos extendidos. Además se daba a conocer perfectamente el oficio que en vida desempeñó.
La fiesta de los muertos conmueve a todas las almas, cualesquiera que sean sus creencias religiosas, porque de todos modos, aunque no se crea en la eficacia del sufragio de los vivos y se niegue el Purgatorio, ella trae a la memoria el recuerdo de los seres queridos que no existen.
Verdad es que para aquellos que saben amar, no es necesario que venga el día 2 de noviembre con su fúnebre clamoreo de campanas y con su ropaje de duelo para que piensen en los que han muerto; pero también es cierto que, siendo tan evidente la memoria en esta fecha, hay mayor fijeza en el recuerdo.
Para los que no profesan el culto del sentimiento, la fiesta de los muertos es como cualquier día del año, pero para quienes abrigamos un gran sentimiento es una fiesta del espíritu y en eso nos distinguimos de París, de Madrid y de cualquiera otra parte.
Los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre se festeja en esta ciudad el Día de Muertos. El 31 se recuerda a las almas de los infantes difuntos; el 1, por la noche, se exhiben vistosas y coloridas “tumbas” en memoria de los seres queridos que fallecieron dentro de los doce meses anteriores y el día 2 se acude a los panteones a rendir pleitesía a todos los que se nos adelantaron en ese gran viaje al más allá, del que se vuelve en espíritu cada año para compartir la mesa con los que aún viven y no olvidan a sus difuntos, de ahí que los familiares colocan la “ofrenda” para demostrar al alma que regresa todo el cariño que se le profesa y hacerle sentir la armonía que reina en el seno familiar.
Esta celebración tiene un significado muy profundo. Para el indígena la idea de otra vida era colectiva, para el católico la idea de salvación es personal. Para nuestros antepasados, después de la muerte se emprendía un largo viaje del que el espíritu volvía cada año para convivir con los suyos; para nuestras religiones después de la muerte hay un premio o castigo para las almas. En casi todos los países la palabra muerte jamás se pronuncia. El mexicano la adula, la festeja. Tal vez sea el mismo miedo de los otros, pero nosotros la miramos cara a cara. El Día de los Muertos es la fiesta donde se canta, se come, se ríe, se baila con ella… con la pelona… con la catrina…
Pues bien, el pasado 31 de octubre asistimos a las instalaciones del CBTis, a donde pudimos admirar veintiún “tumbas” que entusiastamente montaron los alumnos con motivo del Concurso a que convocó la Institución, por iniciativa de la dinámica profesora Guadalupe Delgado Velázquez. Debo confesar que nos dejaron sorprendidos los jóvenes, pues en cada uno de los cuadros se apreciaba el empeño, creatividad, colorido, apego a la tradición y el mensaje que implicaba cada representación. Lamentamos mucho que no fueran exhibidas en el centro de la ciudad para que todo mundo las gozara, pues fue grande el trabajo y mayor la originalidad.
La mayoría de las escenificaciones incluían personas muy bien caracterizadas lo que les daba mayor vigor y viveza. ¡Qué bien que se hayan apegado a la tradición, pues cuando no se cubren los elementos que la integran se pierde la esencia!
Al día siguiente, primero de noviembre, como acostumbro desde hace más de 50 años, salí a recorrer la ciudad para admirar las “tumbas”. En esta ocasión, en 5 horas (de 9 de la noche a dos y media de la mañana, pude apreciar una treintena.
Alarcón, Escobedo, Pacheco, Bravo, Riva Palacio, Álvarez, Rayón, Hidalgo, Melchor Ocampo, Joaquín Baranda, Degollado, Manuel Doblado, González Ortega y Aldama, fueron algunas de las calles donde se instalaron estas representaciones plásticas.
En siete, se incluyeron personajes en vivo. Conocimos que se homenajeó a tres periodistas, un taquero, muchos profesores, una cocinera, un chofer de la Corona y hasta una de mis maestras a la que recordé con cariño. En una ofrecían vino y rompope, en otra pan casero, en una más daban galletas, no faltaba donde ofrecían pozole y, porque no decirlo, a las dos de la mañana, no me negué a degustar una “coronita”. Ese es el auténtico igualteco: participativo, animoso, desprendido, que ofrece hasta la camiseta.
Espectacular era el cuadro que en Bravo 86 se le dedicó a Agustina Bello, donde se representaba de una manera laboriosa “El Calvario” y aparecían en vivo siete personajes en vivo, muy bien caracterizados.
Impresionante estaba la representación de la forma en que perdió la vida el joven Javier Aparicio el pasado 21 de junio. Motivándonos a reflexionar del peligro que acarrean las malas compañías. Una advertencia para los padres.
Llamativa fue la estampa que en honor de la profesora Lucina Ruíz se preparó con mucho esmero y gran vistosidad.
Ornamental resultó la que se colocó sobre el templete que preside la explanada de las Tres Garantías y que se dedicó al ingeniero Durán.
Original era la representación de la Resurrección que para recordar a don Pablo Padilla se montó en Degollado 32. Es de admirarse la resistencia del joven que personificó a Jesús, al permanecer por más de 4 horas de pié y con los brazos extendidos. Además se daba a conocer perfectamente el oficio que en vida desempeñó.
La fiesta de los muertos conmueve a todas las almas, cualesquiera que sean sus creencias religiosas, porque de todos modos, aunque no se crea en la eficacia del sufragio de los vivos y se niegue el Purgatorio, ella trae a la memoria el recuerdo de los seres queridos que no existen.
Verdad es que para aquellos que saben amar, no es necesario que venga el día 2 de noviembre con su fúnebre clamoreo de campanas y con su ropaje de duelo para que piensen en los que han muerto; pero también es cierto que, siendo tan evidente la memoria en esta fecha, hay mayor fijeza en el recuerdo.
Para los que no profesan el culto del sentimiento, la fiesta de los muertos es como cualquier día del año, pero para quienes abrigamos un gran sentimiento es una fiesta del espíritu y en eso nos distinguimos de París, de Madrid y de cualquiera otra parte.
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