¿Hacia donde va nuestro sistema democrático?
David Cienfuegos Salgado
Al inicio de la semana, nos encontramos con una cruda visión de la crisis que atraviesa la humanidad, Sabato escribe su legado, literario y humanista, lo titula “Antes del fin”. Las paradojas de su relato, apenas esbozado en los avances de su obra, son brutales. No dan respiro a nuestras inquietudes de inicio de siglo. Y lo hace lúcidamente, afirmando que “hoy no sólo padecemos la crisis del sistema capitalista, sino de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la deificación de la técnica y la explotación del hombre”. Neoliberalismo y libertad son expresiones que contrapone, pero no olvida mencionar los terrores que vivimos, a los que asistimos como espectadores, como víctimas, herederos como somos del legado civilizatorio que se nos escurre entre los dedos. Sabato es contundente, recordando a Camus: “indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión”.
¿A qué o a quiénes nos recuerda? En esta hora del proceso democratizador que vive nuestro país. Ante las elecciones que vienen en los próximos días, no puedo evitar el reflexionar, así sea en perspectiva local, como lo hace el autor en cita.
Quizá haya más textos como el de Sabato. Nos ponen a pensar y nos generan cuestionamientos y certezas sobre la fragilidad del sistema democrático que se ha pretendido construir en los últimos años. Ya ni mencionar que el telón de fondo son hechos que demuestran un clima de inseguridad que se lleva al ámbito político electoral.
Cuando los ciudadanos empezábamos a crearnos una representación más o menos consensuada de los escenarios políticos que nos llevarán (o alejarán) de las urnas, la realidad viene a cuestionar tal representación.
Lo obvio es lo único que puede pretenderse demostrado. Y hay muchas obviedades que no se mencionarán aquí, aunque subyacen a la respuesta que debe darse a la cuestión ¿hacia dónde va nuestro sistema democrático?
Nuestra concepción de lo que es la democracia nunca ha sido cuestionada. Con un pluralismo ideológico como estandarte y como penitencia, los actores políticos han consentido la legitimación de un concepto de sistema democrático que tiene numerosas aristas y recovecos. De ahí que los ciudadanos veamos con recelo o sospecha el abuso de la expresión democracia en el discurso electoral de estos día.
¿Hacia dónde va nuestro sistema democrático? El papel del ciudadano, y por tanto el ejercicio del derecho de participación en la sociedad guerrerense, es cada vez más limitado. A pesar de la reforma de Estado, en el ámbito local el nuevo régimen jurídico electoral soslaya el tema de la participación y por ende el de la soberanía, el de la voluntad popular. Ciertamente en la teoría política se ha cuestionado la pertinencia de este elemento en el estado constitucional y democrático, pero ante la ineficacia del modelo vigente se impone la necesidad de nuevas soluciones.
¿Podremos los ciudadanos construir soluciones ante un régimen prohibitivo y un contexto de inseguridad e ingobernabilidad? Esta cuestión no tiene que ver, aunque está íntimamente relacionada con la irresponsabilidad (o ineptitud) del sistema político para generar espacios de diálogo y respuesta a los problemas presentados. Los ciudadanos asistimos al triste mensaje que nos dejan los plantones que impiden el acceso a dependencias públicas (y por tanto a trámites y servicios públicos); al cierre de vías de comunicación; al dispendio que se justifica en la búsqueda del voto; a los secuestros y a las ejecuciones, a los atentados y al terror.
Ante este escenario, son preguntas fáciles: ¿Dónde está el Estado? En cambio, es difícil cuestionar: ¿Dónde está la participación ciudadana? ¿Cómo mejorará el sistema democrático? ¿Alcanzamos a detectar las distorsiones que presenta nuestro sistema democrático?
Ninguna duda cabe que la democracia es única: se debate entre la utopía y la realidad. Tiene un carácter particular: constantemente se plantea su perfeccionamiento. Tampoco cabe duda alguna de que la democracia es frágil. A pesar de ello, también resulta evidente que las experiencias fallidas son un elemento determinante en la rectificación, mejora o perfeccionamiento de los ideales democráticos, sean cuales sean.
Este proceso electoral es una oportunidad para que los ciudadanos reflexionemos sobre el rumbo que lleva nuestro sistema democrático. ¿Es el correcto? ¿Es errático? ¿Qué debemos hacer? ¿Es suficiente pensar la democracia como lo hacía Schumpeter, como una forma de seleccionar líderes a través del voto? ¿O es necesario reivindicar la democracia como lo hace la Constitución federal al señalar que es un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo?
En cualquier caso, los ciudadanos tenemos el deber de decirlo y decidirlo, así como el derecho de pedirlo. (30 de septiembre de 2008)
David Cienfuegos Salgado
Al inicio de la semana, nos encontramos con una cruda visión de la crisis que atraviesa la humanidad, Sabato escribe su legado, literario y humanista, lo titula “Antes del fin”. Las paradojas de su relato, apenas esbozado en los avances de su obra, son brutales. No dan respiro a nuestras inquietudes de inicio de siglo. Y lo hace lúcidamente, afirmando que “hoy no sólo padecemos la crisis del sistema capitalista, sino de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la deificación de la técnica y la explotación del hombre”. Neoliberalismo y libertad son expresiones que contrapone, pero no olvida mencionar los terrores que vivimos, a los que asistimos como espectadores, como víctimas, herederos como somos del legado civilizatorio que se nos escurre entre los dedos. Sabato es contundente, recordando a Camus: “indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión”.
¿A qué o a quiénes nos recuerda? En esta hora del proceso democratizador que vive nuestro país. Ante las elecciones que vienen en los próximos días, no puedo evitar el reflexionar, así sea en perspectiva local, como lo hace el autor en cita.
Quizá haya más textos como el de Sabato. Nos ponen a pensar y nos generan cuestionamientos y certezas sobre la fragilidad del sistema democrático que se ha pretendido construir en los últimos años. Ya ni mencionar que el telón de fondo son hechos que demuestran un clima de inseguridad que se lleva al ámbito político electoral.
Cuando los ciudadanos empezábamos a crearnos una representación más o menos consensuada de los escenarios políticos que nos llevarán (o alejarán) de las urnas, la realidad viene a cuestionar tal representación.
Lo obvio es lo único que puede pretenderse demostrado. Y hay muchas obviedades que no se mencionarán aquí, aunque subyacen a la respuesta que debe darse a la cuestión ¿hacia dónde va nuestro sistema democrático?
Nuestra concepción de lo que es la democracia nunca ha sido cuestionada. Con un pluralismo ideológico como estandarte y como penitencia, los actores políticos han consentido la legitimación de un concepto de sistema democrático que tiene numerosas aristas y recovecos. De ahí que los ciudadanos veamos con recelo o sospecha el abuso de la expresión democracia en el discurso electoral de estos día.
¿Hacia dónde va nuestro sistema democrático? El papel del ciudadano, y por tanto el ejercicio del derecho de participación en la sociedad guerrerense, es cada vez más limitado. A pesar de la reforma de Estado, en el ámbito local el nuevo régimen jurídico electoral soslaya el tema de la participación y por ende el de la soberanía, el de la voluntad popular. Ciertamente en la teoría política se ha cuestionado la pertinencia de este elemento en el estado constitucional y democrático, pero ante la ineficacia del modelo vigente se impone la necesidad de nuevas soluciones.
¿Podremos los ciudadanos construir soluciones ante un régimen prohibitivo y un contexto de inseguridad e ingobernabilidad? Esta cuestión no tiene que ver, aunque está íntimamente relacionada con la irresponsabilidad (o ineptitud) del sistema político para generar espacios de diálogo y respuesta a los problemas presentados. Los ciudadanos asistimos al triste mensaje que nos dejan los plantones que impiden el acceso a dependencias públicas (y por tanto a trámites y servicios públicos); al cierre de vías de comunicación; al dispendio que se justifica en la búsqueda del voto; a los secuestros y a las ejecuciones, a los atentados y al terror.
Ante este escenario, son preguntas fáciles: ¿Dónde está el Estado? En cambio, es difícil cuestionar: ¿Dónde está la participación ciudadana? ¿Cómo mejorará el sistema democrático? ¿Alcanzamos a detectar las distorsiones que presenta nuestro sistema democrático?
Ninguna duda cabe que la democracia es única: se debate entre la utopía y la realidad. Tiene un carácter particular: constantemente se plantea su perfeccionamiento. Tampoco cabe duda alguna de que la democracia es frágil. A pesar de ello, también resulta evidente que las experiencias fallidas son un elemento determinante en la rectificación, mejora o perfeccionamiento de los ideales democráticos, sean cuales sean.
Este proceso electoral es una oportunidad para que los ciudadanos reflexionemos sobre el rumbo que lleva nuestro sistema democrático. ¿Es el correcto? ¿Es errático? ¿Qué debemos hacer? ¿Es suficiente pensar la democracia como lo hacía Schumpeter, como una forma de seleccionar líderes a través del voto? ¿O es necesario reivindicar la democracia como lo hace la Constitución federal al señalar que es un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo?
En cualquier caso, los ciudadanos tenemos el deber de decirlo y decidirlo, así como el derecho de pedirlo. (30 de septiembre de 2008)
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