lunes, 28 de noviembre de 2011

Sobre el Festival de Cine de Acapulco

Yo, ciudadano

Festival de Cine en Acapulco
Gustavo Martínez Castellanos
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El cine ha hecho de Acapulco una ínsula. Desde 1928 que se grabó aquí por primera vez una película, hasta hoy día, el cine que ha llegado a nuestro puerto sólo se ha quedado en la efímera forma de una filmación o en la ostentosa presentación de reseñas y festivales. Y se ha vuelto a ir. A reserva de 1914, que fue motivo del holocausto del teatro Flores.
El cine es otra de nuestras no-tradiciones, una más de nuestras no-tecnologías; la más grande de nuestras no-expresiones. Porque, y a pesar de ser Acapulco la ciudad en la que más películas se filmaron después de la posguerra, aquí no hacemos cine. Y por lo que se puede vislumbrar, en un futuro próximo, tampoco se va hacer.
La sentencia no es vana. Por principio de cuentas no tenemos industria fílmica como el Distrito Federal, Baja California o Durango. No tenemos escuelas de fotografía y de actuación, ni institutos de letras que promuevan el guionismo. No tenemos una clase económica que se interese en la producción; ni tenemos la estructura social ni cultural para promover el consumo, el análisis y la emisión de propuestas con referencia al cine de arte. Al buen cine. O cuando menos, al cine. A secas.
Peor aún: el cine que nos llega es lo más vacuo e insustancial de Hollywood. Peor que peor: las distribuidoras ni siquiera envían el cine más vacuo e insustancial de otras latitudes. Bollywood, por ejemplo. No sé si esta condena a una sola visión justifique la obstrucción tanto de universidades como de medios locales para promover el cine de arte en sus respectivos espacios. Lo único cierto es que, en materia de cine, somos una ínsula. Un punto perdido en el océano de esa gran carencia cultural.
Esa carencia causa pasmo cuando vemos que el Instituto Guerrerense de Cultura avala el Festival Internacional de Cine de Acapulco con sus desaciertos. El mayor: la falta de una motivación local para erigir de un festival de cine una vertiente cultural. ¿Qué director, que fotógrafo, qué musicalizador, qué guionista, qué escenógrafo, qué editor, qué actor acapulqueño o guerrerense puede avalar la presencia de un festival así? Ninguno. No hacemos cine. ¿Qué película? Ninguna: no hacemos cine. No hacemos cine.
Así, el Festival Internacional de Cine de Acapulco, es, como la Fiesta de la nao, las Jornadas Alarconianas y demás, otro desatino cultural. Otra mentira en ese rubro.
O, visto desde un ángulo práctico: es otro subterfugio de promoción turística. Pero nunca de promoción de la cultura local, porque -así como no pertenecemos a una tradición náutica (como industria y objeto de investigación) tampoco hacemos teatro. Ni hacemos cine. ¿Qué hacemos? Al menos en Acapulco hacemos turismo y lo hacemos tan mal que nuestros índices de ocupación decaen a grado tal que tenemos que echar mano de los recursos de cultura para tratar de levantar esos índices con éste y otros subterfugios.
Sin embargo, las cosas no están tan mal como parecen. El Instituto Guerrerense de Cultura puede empeorarlas. Y lo hace con gusto y mucho ahínco.
En esta emisión, el Festival Internacional de Cine de Acapulco incluyó una sección llamada “Aquí se filmó” en la que presentó películas que, aparte de todas las ausencias descritas líneas arriba, desdice su nombre: son películas cuyas historias inician en otras partes, con protagonistas y problemas de aquella latitudes y cuyo guión exige filmar en “Acapulquito” a cuenta de que éste puerto era por excelencia el centro de diversiones de la clase pudiente mexicana de inicios de la segunda mitad del siglo XX y era prestigioso filmar aquí. Era.
Pero ninguna de esas películas inicia y termina en lo que es Acapulco, es decir, la ciudad, no sólo sus playas o la zona turística. Ninguna toca nuestros problemas ni lo que somos, ninguna presenta rasgos de nuestra cultura porque ninguna hace recurso ni de nuestra idiosincracia, nuestros regionalismos, nuestra espiritualidad o nuestra cosmovisión. Y cuando se da el caso de esa oportunidad (pienso en Subida al cielo o Simbad el mareado) los protagonistas hablan, actúan y piensan como entes ajenos a nosotros.
Ese desconocimiento (o desdén) por lo que somos los acapulqueños va de la mano de una estética fílmica que privilegia la toma panorámica de las bellezas naturales de la zona turística; nunca nuestros barrios pobres o nuestros sitios sagrados (Palma Sola, el panteón San Francisco entre otro) o nuestra urbanística; (contra la visión de Fun in Acapulco, 1963 en la que Elvis Presley en un excelente montaje recorre el Barrio de La playa en bicicleta). Esa estética llegó a extrapolaciones tales como La Perla (Emilio Fernández, 1947) en la que Acapulco sólo es el fondo o paisaje de un excéntrico potpurrí de “mexicanadas” (como “romperle el hocico” al Popocatépetl) extraídas de un sinnúmero de tradiciones regionales.
El terrible –e imperdonable- desconocimiento (o simple y vulgar ignorancia) tanto del arte fílmico como de lo que somos por parte de los funcionarios del Instituto Guerrerense de Cultura dio como resultado esa aberración semántica (y semiótica) llamada “Aquí se filmó”; porque, por si fuera poco, sobre todos los yerros mencionados aún falta señalar la carencia absoluta de perspectiva y análisis necesarias para la elaboración –y erección- de un programa así. Una investigación somera nos dirá que la ausencia de una industria y de un centro de análisis fílmicos en Acapulco; así como el hecho de haber sido usado –y seguir siendo usado- como telón de fondo de historias ajenas, se debe a que el resto del país nos ve como pro-vincia; es decir, “territorio a vencer”. O vencido.
En efecto, seguimos siendo una colonia para el gran capital. Su cine (que no nuestro) lo ha dicho en cada una de las películas que ha venido a filmar: somos su set y en él jamás dejará un poco de su ciencia, tecnología y filosofía para beneficio de este territorio (que considera suyo) y de sus hijos. Le conviene que sigamos siendo ésa ínsula.
Visto así “Aquí se filmó”, no hace otra cosa que recordarnos nuestras insalvables carencias. Nuestro infinito atraso. Nuestra condición provinciana. Y la torpe promoción cultural que el Instituto Guerrerense de Cultura hace de todo eso.
Sin embargo, no todo es malo. En cada película “filmada aquí” podemos atestiguar cómo con el paso de los años la belleza prístina de nuestro entorno se fue perdiendo bajo un mar de concreto y de edificios, marinas y muelles, puentes y demás desatinos urbanísticos. Ese ejercicio de testimonio que nos presenta el cine que “Aquí se filmó” bien puede servir para estudios de deterioro y depredación ambiental que puedan explicar la contaminación de nuestras playas, la pérdida de nuestros valores locales y, por ende, la huída del turismo internacional, que incluye a los cineastas que de otros países también vinieron a filmar aquí.
Sería bueno reconocer que sin programas como “Aquí se filmó” análisis como éste no podrían ser posibles, pero creo que es mejor proponer al IGC que se preocupe -aunque sea un poco- por conocernos y analizarnos y por emitir propuestas que abatan nuestros atrasos y carencias. A su titular, pedirle que cambie de asesores; que no olvide que le advertí que la iban a hacer quedar mal, porque están igual o peor que ella en materia de cultura local.
Y que deje el ejercicio de la promoción turística a la Secretaría de Turismo.
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Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
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