martes, 15 de junio de 2010

La resurrección de los héroes de la patria, de Jaime Salazar Adame

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La resurrección de los héroes de la patria
Jaime Salazar Adame
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Los espíritus de los héroes principales de la patria, Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, José María Morelos, Mariano Matamoros, Mariano Jiménez, Francisco Xavier Mina, Vicente Guerrero, Leona Vicario, Andrés Quintana Roo, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, salen de sus sepulcros de la Columna de la Independencia y desafían a la muerte, la que al tiempo de querer sepultar su memoria en el olvido, quiebra su horrible guadaña y queda desarmada, porque la muerte no tiene poder sobre los héroes.
Los genios de la gratitud y libertad los han puesto andar de nuevo hace unos días, haciéndolos marchar con la pompa de las ceremonias militares al Castillo de Chapultepec, donde serán estudiados y analizados científicamente, para que sus huesos no se confundan y puedan pasar lista de presentes el 1º de agosto de este año, en la exposición México 200: la patria en construcción.
El asunto que se trama sobre los desbaratados esqueletos de estos ilustres personajes, es el de un análisis etnogenético de especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que servirá para determinar estatura, edad, sexo, enfermedades y causas de defunción de las 12 osamentas de quienes antes que la esclavitud prefirieron la muerte. Restos muy honrados echados siempre fuera de casa, puesto que desde el 17 de septiembre de 1823 empezaron a depositarse en un laberinto de huesos en la Catedral Metropolitana.
No obstante, son muertos que reciben nueva vida laica al ser reinhumados y cambiados de domicilio el 16 de septiembre de 1910, cuando el presidente de la República Porfirio Díaz inaugura el monumento a la Independencia, en las llamadas fiestas del Centenario de la Independencia de México, que durarían todo septiembre, para reposar en la Columna de la Independencia, popularmente denominada El Ángel de la Independencia, por la victoria alada que corona su cúspide.
Tales festejos habían iniciado en 1907 en toda la República, pero fue en la ciudad de México donde fueron más fastuosos. Con gran bombo y platillo se celebraron las fiestas en las que participó la población, aunque hubo actos y homenajes que estuvieron reservados para un grupo selecto, como el baile del centenario ofrecido por Porfirio Díaz. La prosperidad económica durante el porfiriato no fue accesible para todos, pero el régimen y los miembros del Partido Científico, “partido de los cientísicos” decía el vulgo con sorna, trataron de hacer creer al mundo en estos agasajos que la estabilidad política y social se había logrado definitivamente en el país, cuando solamente cinco meses después, don Porfirio salía a Francia exiliado.
Los huesos dichosos de los héroes excomulgados y considerados traidores por la Corona española, habían de entrar en México con tanta pompa y solemnidad nunca vista, el arquitecto Antonio Rivas Mercado sería el artífice del monumento dedicado al Tabernáculo de la Patria, inspirado en una columna de la ciudad de Burdeos, Francia, difiriendo de ella únicamente en los motivos patrios y alegorías.
La base del monumento es cuadrangular y en sus ángulos están colocadas las estatuas que representan la ley, la justicia, la guerra y la paz. Los caudillos insurgentes, Morelos, Guerrero, Mina y Bravo, tienen estatuas en lugar prominente. El Padre Hidalgo en una maravillosa escultura, aparece tremolando la bandera de la insurgencia y rodeado de sus principales lugartenientes.
Los huesos desgraciados son de los encargados de aplicar la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental que deben remitirse con desprecio a ningún camposanto o de consuelo al de San Lázaro, que nada nos han de hacer, porque dignos son los cadáveres de nuestra consideración, aunque sólo sirvan para dar a conocer cómo los llorados huesos se van reagrupando en sus antiguos esqueletos.
El alto designio de identificar con acierto el pasado glorioso de los primeros promotores de nuestra independencia pertenece al pueblo agradecido, quien sanciona las amables y benéficas virtudes que le adornan a los próceres del bicentenario, cuyos restos mortales veremos con admiración brillar en el magnífico espectáculo de un funeral por cortesía oficial.
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Publicado en La Jornada Guerrero, del 15 de junio de 2010.

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