Perú en la encrucijada
Mario Melgar Adalid
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Jurar es asegurar la verdad al cuadrado. La violación del juramento es en ocasiones más grave aun que el delito que, se juró, nunca se cometió. Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, que enseñan a los niños en el catecismo, contienen la prohibición de jurar el nombre de Dios en vano. De niño no sabía si jurar el nombre de Dios en vano resultaba más o menos grave que matar, robar o fornicar.
La idea del juramento se trasladó al ámbito político. Los funcionarios juran por Dios y los funcionarios laicos bajo protesta de decir verdad, que cumplirán principios, ideas, proyectos, leyes o constituciones. Se trata del juramento cívico. Ollanta Humala es el nuevo presidente de Perú que no aprendió el catecismo cívico. Al asumir el cargo juró invocando una Constitución derogada, la que impuso en su tiempo Fujimori.
Como si un mahometano jurara por Jesucristo. El juramento de Humala es un despropósito jurídico. El Ejecutivo está obligado, antes que nadie, a cumplir y hacer cumplir la Constitución. No puede en ningún modo decretar que ya no le gusta una Constitución y prefiere la anterior. La Constitución que desconoció es la que fija las bases por las cuales fue electo Presidente.
El desplante debió haber puesto en dificultades al Tribunal Constitucional peruano. Esa instancia tendría que resolver las acciones de inconstitucionalidad que planteará la oposición. Sólo que el presidente del Tribunal se adelantó: anunció que el juramento de Ollanta Humala “se ajusta a la Constitución”. En cualquier sistema jurídico los jueces están impedidos para emitir opiniones públicas que impliquen prejuzgar sobre un asunto de su conocimiento. Algo como si el árbitro de futbol dice antes del juego que va a imponer tres penaltis a un equipo, aunque no se cometan. El Estado de derecho cayó a pedazos.
Como si siguiera los pasos de los mandatarios latinoamericanos, Humala tiene hermanos incómodos. Uno de ellos declaró que el Presidente electo, su querido hermano, estará en el poder 40 años y lo comparó con Muammar Gadhafi. Otro hermano, Alexis, decidió visitar Rusia para reunirse con el ministro de Relaciones Exteriores y otros funcionarios para discutir temas de los preciados recursos peruanos: el gas y la pesca. Ollanta, todavía presidente electo, dijo que su hermano había ido en misión privada sin autorización. La embajada rusa en Perú, haciendo honor a la fama bien ganada de ser los diplomáticos más duros del planeta, declaró que había ido a Rusia como enviado especial del Presidente electo. Según reporta The Economist, esto generó que la aceptación de Ollanta Humala haya caído de 70% a 41 por ciento.
Ya en el poder, el nuevo Presidente de Perú tiene frente a sí la definición del rumbo de su gobierno. Admirador ferviente de Hugo Chávez, el ex militar de izquierda tomó la determinación de volverse incluyente. Anunció una economía nacionalista de mercado, lo que es una contradicción en sus términos.
Nombró a ex funcionarios del Banco Mundial en su gobierno, a ex funcionarios del gobierno conservador de Alan García, a hombres de negocios, lo que le hizo ganar puntos a él y a la bolsa peruana. No estuvieron de acuerdo los integrantes de su coalición política que hubieran querido ver dirigiendo las finanzas públicas a personajes de la izquierda.
Ollanta Humala visitó Washington. Sin estar programado, Obama le concedió unos minutos. Hillary Clinton fue invitada a la toma de posesión, pero se excusó por tener compromisos previos que atender en Indonesia. Humala tendrá que decidir hacia dónde quiere dirigir al Perú.
Si cede a Estados Unidos, que como dijo Hillary Clinton, están listos para ser sus socios, o si caerá en las redes de Chávez, Castro y compañía, que ciertamente luchan contra el cáncer del primero, pero no olvidan su agenda. Por lo pronto, China es ya el primer socio comercial de Perú, país que, como tantos otros de la región, ha sido abandonado por Estados Unidos.
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