La columna DE VEZ EN VEZ, de nuestro amigo Ricardo Infante Padilla, que se publica en Diario de Guerrero de Chilpancingo, nos ofrece la siguiente reflexión sobre el oaxaqueño Benemérito de la Patria:
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Y SI JUÁREZ NO HUBIERA MUERTO…
Y SI JUÁREZ NO HUBIERA MUERTO…
Ricardo Infante Padilla
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El 21 de Marzo de 1806, en un punto de la geografía nacional -que de seguro en aquella época ni siquiera figuraba en el mapa-, llamado San Pablo Guelatao, nació un niño, que como millones de sus paisanos indígenas estaba condenado a la miseria y la ignorancia, de no haber sido por tres circunstancias: la primera, su carácter tozudo, constante e indoblegable; la segunda, su inteligencia; y, la tercera, que un hombre llamado Valentín Gómez Farías, hubiera realizado reformas a la educación que permitieran que los desheredados de este país tuvieran acceso a una formación escolar que fuera más allá del catecismo de Ripalda.
Este magnífico hombre, el Dr. Valentín Gómez Farías, creó la educación laica, gratuita, y basada en un método que desechaba el medievalismo español e implantaba los avances de la educación británica.
Absurdo sería hacer una apología de don Benito Juárez pues su trayectoria es de todos conocida, y, curiosamente, quienes lo odian, lo detestan por sus logros; y, los que lo admiramos, lo hacemos por la misma razón.
Juárez, como todos los héroes de la historia oficial, sufren una deformación de su actuar durante el transcurso de su vida. Y así, el magnífico esposo y padre de más de una decena de críos, tuvo sus aventuras juveniles que le dieron dos vástagos, a los que por cierto nunca mantuvo cerca de él.
Juárez, el ateo, en su vida dejó de ser católico, y a su propia hija, la casó con Pedro Santacilia en una ceremonia civil, pero también dentro del rito católico. Juárez, el orgulloso político e ideólogo, supo reconocer en los momentos difíciles de su vida, la grandeza de otros hombres y se plegó a sus causas, caso concreto: don Vicente Guerrero, a quien defiende, siendo la única vez que Benito Juárez en lo personal, toma las armas como teniente de la milicia oaxaqueña, y posteriormente, como secretario de don Juan Álvarez, quien encabezaba la Revolución de Ayutla.
Quizá, los dos aspectos más polémicos referentes a don Benito sean: su amor por el poder y su manejo político, en ocasiones poco comedido. Como sabemos, Juárez se negó al término de su primer periodo de gobierno a entregar el poder al vicepresidente González Ortega. No sólo eso, sino que urdió todo un plan para que González Ortega, que era un gran militar, pero un hombre ambicioso e incauto en política, cayera en un garlito, como fue el ausentarse del territorio nacional por más tiempo del permitido a un militar en tiempo de guerra; pero, sobre todo, por adquirir armamento a un precio, y venderlo al ejército en plena Guerra de Intervención a un costo superior.
Juárez jugó con fuego cuando, para lograr el reconocimiento de los Estados Unidos pidió a don Melchor Ocampo, la firma de un tratado con el representante de los Estados Unidos, el sr. McLane, tratado cuyas características eran francamente leoninas, aunque, en desagravio de Juárez, habrá que decir, que haberle entregado el poder a González Ortega hubiera significado prácticamente una rendición, pues el general estaba dispuesto a llegar a acuerdos con Maximiliano con tal de detener la guerra; además, de que como decían los principales estrategas de aquel momento, era estúpido cambiar de caballo a mitad del río.
En el caso del Tratado McLane-Ocampo, Juárez, habilidosamente, nunca plasmó su firma en ningún documento y sólo se limitó a ratificar acuerdos que ya habían aceptado gobiernos mexicanos con anterioridad, y aceptó entrar en pláticas sobre el dichoso tratado porque el gobierno conservador de Miguel Miramón, previamente, había firmado un acuerdo similar con España, llamado Mont-Almonte.
Otra de las cosas que incluso hombres tan brillantes e inmaculados como Altamirano, Vicente Rivapalacio, o Ignacio Ramírez le cuestionaban, era que como una medida de corte electoral, decretara amnistías a quienes habían sido no sólo traidores, sino incluso asesinos.
Por último, Juárez se había perpetuado en el poder y al llegar su muerte se había iniciado ya su segundo periodo de reelección, contraviniendo preceptos de la Constitución de 1857; es decir, que cómo dice el danzón: si Juárez no hubiera muerto posiblemente hubiese llegado a ser un dictador. Sin embargo, esto no le resta un ápice a su grandeza, a su heroísmo y a su capacidad. Fue un hombre al que la suerte lo acompañó toda su vida, excepción hecha con la muerte de sus hijos y su señora, y que incluso, al llegar su último momento tuvo la fortuna de que esto le evitara que siguieran gestándose revueltas en su contra, y que se enturbiara su magnífica trayectoria como gobernador, como Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como presidente de la República, y desde luego, como el hombre providencial que necesitaba la patria para gestar su verdadera independencia, primero, durante la Guerra de Reforma, y, después, para vencer a la intervención Europea.
Juárez era un ser magnífico, y se supo rodear de hombres que sabían, que individualmente algunos eran incluso más brillantes que él, pero, supo agruparlos y dirigirlos. Fue, indudablemente el político más distinguido de su tiempo, no sólo en América, causando la admiración de personajes como Víctor Hugo, o como el mismo Carlos Marx.
Fue el hombre que materializó la verdadera independencia de México, en lo político, en lo jurídico, y hasta en lo idiosincrático, pero, hay que recordar que fue un ser humano con pasiones, con momentos dubitativos de los cuales siempre supo salir adelante, y a mi entender, eso lo saca de la historia oficial que le da una imagen inmaculada, cuasi beatífica, para volverlo el insuperable hombre de estado.
Viva Juárez, viva su legado, y que también vivan los hombres que lo acompañaron sin ser incondicionales, ni acríticos, pero si leales a costa de la propia vida.
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Publicado en DIARIO DE GUERRERO, del 21 de marzo de 2009. Tomado de:
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