En la edición del 15 de octubre de 2009, en el periódico PUEBLO, aparece el siguiente artículo en la sección de Educación:
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Carta a mi maestro
Mtra. Susana Dircio Giles
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Mtra. Susana Dircio Giles
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Querido profesor:
Hoy veo realizado uno de mis grandes sueños, ser una maestra y estar trabajando como me lo había propuesto, vivo una incertidumbre porque ahora comprendo que ser maestro implica un esfuerzo de 24 horas del día, despierto y pienso en la clase, pero también en documentación, en problemas sindicales, en la distancia, en mis planeaciones, en los niños que no aprenden, etcétera, me acuesto cansada después de la jornada que sé continuará a pesar de que se atraviesa un fin de semana. Pero me siento orgullosa de ver reflejados sus aprendizajes, sus regaños que sirvieron para comprender que tenía que ser fuerte ante las adversidades.
Lo conocí en la primaria, dos años estuvo al frente del grupo donde yo vivía día a día con juegos y preocupaciones de pequeñuelos que aquejaban mi vida. Siempre ha sido un hombre de carácter fuerte, con mirada seria y una sonrisa que muy pocas veces pude observar en su rostro, lo admiré desde el momento en que imponía su presencia, recuerdo que era puntual en la entrada y muy estricto en mis trabajos. Hoy no le puedo decir que lo recuerdo por ser cariñoso, lo recuerdo fuerte y gruñón, pero a la vez un hombre que siempre luchaba por inyectarnos el amor por la vida; llegué muy lejos mientras estaba en sus manos, tuvimos fracasos en los concursos académicos, un día que nos arrebataron un lugar entre las olimpiadas de conocimiento fue la única vez que lo vi aborde de un sentimiento que embargaban mis lágrimas, pero su carácter siempre fuerte lo ayudó a contenerse.
Pasaron los años y con ellos mis ganas de ser igual que usted, el primer día en la normal preguntaron que por qué la decisión de estar ahí y sin titubear dije que admiré a un maestro y quise ser maestra por ser como él, de repente mi carácter no me ayuda a ser como lo era usted, a veces los sentimientos de mis alumnos me contagian y en vez de ser fuerte me desmoronó ante sus lágrimas, cuando sucede eso recuero la escena que describí hace un momento.
Nos encontramos ahora dentro del magisterio, yo comenzando y usted ya a punto de jubilarse, pero alcancé a convivir con usted un poco, ahora su reflejo está en mi, y cuando me llama colega hasta la piel se me eriza, lo veo a los ojos y solo imploro un gracias; sé que también usted le da gusto verme realizada profesionalmente.
Gracias maestro por enseñarme a ser responsable en mi trabajo, pero más le agradezco por enseñarme el valor de la vida. Por siempre lo recordaré, mientras viva la vida laboral que apenas comienzo recordaré sus palabras: En tu alumno verás reflejada tu vida…
Por siempre gracias.
Hoy veo realizado uno de mis grandes sueños, ser una maestra y estar trabajando como me lo había propuesto, vivo una incertidumbre porque ahora comprendo que ser maestro implica un esfuerzo de 24 horas del día, despierto y pienso en la clase, pero también en documentación, en problemas sindicales, en la distancia, en mis planeaciones, en los niños que no aprenden, etcétera, me acuesto cansada después de la jornada que sé continuará a pesar de que se atraviesa un fin de semana. Pero me siento orgullosa de ver reflejados sus aprendizajes, sus regaños que sirvieron para comprender que tenía que ser fuerte ante las adversidades.
Lo conocí en la primaria, dos años estuvo al frente del grupo donde yo vivía día a día con juegos y preocupaciones de pequeñuelos que aquejaban mi vida. Siempre ha sido un hombre de carácter fuerte, con mirada seria y una sonrisa que muy pocas veces pude observar en su rostro, lo admiré desde el momento en que imponía su presencia, recuerdo que era puntual en la entrada y muy estricto en mis trabajos. Hoy no le puedo decir que lo recuerdo por ser cariñoso, lo recuerdo fuerte y gruñón, pero a la vez un hombre que siempre luchaba por inyectarnos el amor por la vida; llegué muy lejos mientras estaba en sus manos, tuvimos fracasos en los concursos académicos, un día que nos arrebataron un lugar entre las olimpiadas de conocimiento fue la única vez que lo vi aborde de un sentimiento que embargaban mis lágrimas, pero su carácter siempre fuerte lo ayudó a contenerse.
Pasaron los años y con ellos mis ganas de ser igual que usted, el primer día en la normal preguntaron que por qué la decisión de estar ahí y sin titubear dije que admiré a un maestro y quise ser maestra por ser como él, de repente mi carácter no me ayuda a ser como lo era usted, a veces los sentimientos de mis alumnos me contagian y en vez de ser fuerte me desmoronó ante sus lágrimas, cuando sucede eso recuero la escena que describí hace un momento.
Nos encontramos ahora dentro del magisterio, yo comenzando y usted ya a punto de jubilarse, pero alcancé a convivir con usted un poco, ahora su reflejo está en mi, y cuando me llama colega hasta la piel se me eriza, lo veo a los ojos y solo imploro un gracias; sé que también usted le da gusto verme realizada profesionalmente.
Gracias maestro por enseñarme a ser responsable en mi trabajo, pero más le agradezco por enseñarme el valor de la vida. Por siempre lo recordaré, mientras viva la vida laboral que apenas comienzo recordaré sus palabras: En tu alumno verás reflejada tu vida…
Por siempre gracias.
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Consulta del 15 de octubre de 2009, en:
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