miércoles, 2 de diciembre de 2009

Sobre tradiciones en Chilpancingo

En DIARIO DE GUERRERO del 02 de diciembre de 2009, aparece la siguiente nota en la columna COSMOS de HÉCTOR CONTRERAS ORGANISTA:
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COSMOS
Héctor Contreras Organista
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Comentaba ayer una muy entusiasta chilpancingueña que el día 24 de diciembre de cada año, antes de que el gobernador (en turno) de aquellos años 40, 50, 60, inaugurara el festejo de la Feria de San Mateo, los puestos de madera que las vendedoras de comida mandaban hacer alrededor del jardín del barrio, se cubrían con unos petates de Chilapa, a manera de cortina en la parte frontal. Estos se quitaban cuando la feria era inaugurada y las cocineras comenzaban a ofrecer sus deliciosos manjares a los visitantes.
Son detalles, explicó nuestra amiga y paisana, que forman parte de un ritual que murió, como murieron muchos hermosos y siempre bien recordados detalles que conformaron la Feria de San Mateo, con su colorido, sus aromas, su cocina, los personajes de los Doce Pares de Francia, la Misa de Gallo, “la acostada” del Niño Dios, que hacían los Pastorcitos, la vistosidad de la rueda de la fortuna, los caballitos y la silla voladora, la algarabía que se desbordaba en el corral de toros, sus charros y los jinetes que “hasta” se le montaban en el pescuezo a las bestias que nunca se cansaban de dar reparos, la música del chile frito, los cohetes de varilla surcando el espacio nocturno y dibujando caprichosas figuras, llenando el cielo de colores, los castillos y los “toritos” de otate, adornados con papel crepé y artillados de cohetes y “buscapiés”, izados por traviesos chamacos que corrían entre la gente por los pasillos del jardín del barrio.
Esos aspectos, como muchos otros –siguió comentando nuestra paisana- jamás se volverán a ver en los pocos y tristes residuos que quedan nuestra feria, porque, los tiempos cambian. Ahora en lugar de puestos de comida hay “stands”, es decir: cantinas que obstaculizan la convivencia familiar, y además son las que ocupan el mayor espacio de las reducidas instalaciones de la feria y abunda la venta de “fayuca”.
Y, como si fuera poco, hay que agregar que todo lo que en ese lugar se vende es carísimo, inaccesible a la raquítica economía familiar. Lo peor de todo esto, afirma nuestra amiga, es que no hay quien controle precios ni ponga orden, ni reglamente nada a favor de quienes a la feria asisten. Es un caos. Asiste la razón nuestra apreciada y valiosa paisana, en su evocación deliciosa y en su crítica sana y constructiva. Al igual que ella (omitimos su nombre porque así lo dispuso), mucha gente que participó en el festejo de años idos quisiera que, de algún modo, aunque se tengan que hacer esfuerzos supremos para ello, se rescatara parte de esa convivencia, para mostrarla y entregarla a las nuevas generaciones. Es cierto, eso lo intentó el siempre bien recordado gobernador don Alejandro Cervantes Delgado, pero hay que decirlo como es: No pudo, no porque él no lo quisiera, no pudo porque al paso del tiempo comenzó a funcionar la máquina de la ambición de algunos funcionarios de su gobierno.
Advirtieron que “se podía sacar dinerito extra” de la feria y partieron por el eje las intenciones del noble chilpancingueño. Nunca se repetirá que la feria se haga en el barrio de San Mateo. Jamás regresará a su cuna, porque no hay espacio para ello. Pero sí, quien tenga la oportunidad de organizar la feria y ¡de verdad! sienta y tenga amor por Chilpancingo y sus tradiciones, y no vaya a hacerse “cargo” del pesado y jugoso signo de pesos que de ella deriva, y no oriente sus pasos al “quedabien” político para obtener “favores posteriores”, lo puede lograr.
Viven aquí familiares de algunos quienes participaron en ese evento que mucho atrajo a nuestros mayores: Los Santiagos de Tablado. Existen los libretos en manos de varias familias de chilpancingueños, y también las evocaciones que de ese espectáculo escribió, en forma magistral, el médico Rodrigo Vega Leyva, cuyo libro no se ha reeditado, y que es un gran tesoro de aporte cultural. A la danza de los Tlacololeros se le puede también rescatar desde sus orígenes chilpancingueños y mostrarla a las nuevas generaciones, y, sobre todo a los niños, de acuerdo a como fue escenificada hace años, acudiendo los parlamentos que corresponde al Tlacololero (porque sólo es uno en la danza y los demás son personajes como La Perra, El Colmenero, El Maizo, El Salvador, etcétera).
Las máscaras tienen que preservarse tal y como las esculpieron nuestros prestigiados artífices de la muy respetable y querida familia Cerdenares y las que labró magistralmente el gran artista que fue el valioso don Chano González, con la finalidad de que no se sigan deformando con ocurrencias “modernas”, porque al rato, en vez de la máscara de Tlacololero nos van a presentar un transformer, por decir lo menos. Contamos en Chilpancingo a muchos paisanos quienes conservan los libretos de la danza de “Los Diablos” que desde hace buen tiempo ya no acuden a los diálogos que dieron vida a esa representación.
Desde hace años hemos insistido (en nuestros cósmicos comentarios) para que algún Patronato se interese en revivir a Los Pastorcitos que iban a acostar el Niño Dios el 24 de diciembre en la iglesia de la Asunción y en el templo del barrio de San Mateo. Hace un año publicamos los textos completos de “la acostada” y la “levantada” del Niño Dios en el librito “Chilpancingo en Diciembre”, y que de hecho corresponde al motivo principal que da esencia a la feria de diciembre en Chilpancingo. Pero… Nadie se ha interesado en montar una exposición en el jardín de San Mateo, para que nuestros fotógrafos exhiban gráficas y documentales de lo que fue la feria. Muchos que vistieron de tlacololeros, murieron ya, pero existen sus fotografías. La del famoso pitero, don Aurelio Baltazar, no se ha encontrado, la de don Esiquio García, sí. Siendo tan “tradicionalistas” no hemos sido capaces de motivar lo suficiente a los Patronatos para que instalen “El Museo de la Feria” y en él se exhiban atuendos de nuestros danzantes, o “el ajuar” de los tlacololeros, ni contamos con un listados de quienes han participado en los porrazos de tigres y que han hecho historia.
Y no se lo hemos agradecido. Muchos de ellos, por fortuna, viven. Pero hasta ahí. No se le han hecho reconocimientos públicos a quienes “ensayaron” las diferentes danzas en San Antonio, San Francisco y San Antonio. Santa Cruz no tenía la participación de danzas en aquellos años. Del Poniente de Chilpancingo “bajaba” por las estribaciones de la sierra “El Tigre de Amojileca”. Mucha gente de esos barrios que dedicaron gran parte de su vida a la feria, han muerto, y sus nombres, pero sobre todo su obra, ha quedado en el anonimato. ¿Por qué? Y si le rascamos un poco más, veremos que las propias autoridades municipales han permitido, por ignorancia, por desidia o por las dos razones, que al mismísimo Escudo de Chilpancingo lo hayan deformado. No se ha respetado el original en sus colores.
Desde hace años se exhibe como cartel de circo o como huevo de carnaval. Lo hemos protestado, pero, como siempre: ¡Predicamos en el desierto! Y, conste que existe un Reglamento sobre la heráldica. Hace falta que en el Patronato participe gente de los cinco barrios, que sean elegidos por los mismos vecinos, pero, insistimos: Lo que más hace falta en la organización de la feria es que quien la haga, tenga Amor a Chilpancingo y conocimiento real de ella, haciendo a un lado el signo de pesos y los intereses personales o familiares para avenirse “los centavitos que sobren”.
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Consulta del 02 de diciembre de 2009 en:

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