miércoles, 19 de mayo de 2010

Sobre crímenes políticos...

CON TRAICIONES ESTÁ HECHA LA CASA
EL CRIMEN POLÍTICO, LA DESAPARICIÓN FORZADA
Isaías Alanís
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En pleno teatro bicentenarino, la traición y el crimen de estado, han sido la pauta a seguir en diferentes momentos históricos de la nación. Y esta aseveración nos recuerda el ajusticiamiento de Francisco Indalecio Madero y de José María Pino Suarez. Dos ejes en los que se movieron los intentos por hacer cumplir el Sufragio Efectivo No Reelección, en el fragor de la batalla por el poder. Cayeron los Hermanos Serdán, en Puebla. La eliminación de Emiliano Zapata en la hacienda de San Juan Chinameca a cargo del carrancismo. O la metralla que detuvo al general Francisco R. Serrano en Huitzilac, Morelos, en 1927 al ser detenido y fusilado con catorce miembros de su gente por intentar llegar a la silla presidencial mediante enjuagues aliancistas dentro del marco violento y sangriento de los regímenes post revolucionarios. Detenidos y amarrados fueron asesinados por una fuerza de trescientos soldados al mando del general Claudio Fox, (qué apellido tan ilustre). Años después se oiría un estribillo: “quien mató a Obregón…Cállese señor…” Y el grito desesperado de Obregón al caer herido mortalmente en un plato de mole, en la Bombilla. O la voz de alerta que nunca escuchó Francisco Villa al cruzar las calles de Parral, Chihuahua donde ya lo esperaba la emboscada quirúrgica. De igual forma el ajusticiamiento de Carlos Madrazo, que intentara democratizar un partido de estado como el PRI, y que se cayó de la nube en que andaba el avión sin importar la muerte de inocentes y del tenista mexicano, el “Pelón” Osuna. Carlos Madrazo, un hombre inteligente y al que se liga emocionalmente con la escritora, Elena Garro. Y como seguramente lo van a reflexionar historiadores, cronistas, periodistas, medios de comunicación, en este año de Bicentenarios huecos y sin nada que celebrar. La traición y el asesinato, ha sido el ingrediente especial en la historia de México. El crimen de Rubén Jaramillo, su esposa Epifanía, embarazada y de tres de sus hijos en Xochicalco el 23 de mayo de 1962. A pesar de contar con un salvoconducto expedido por el entonces presidente de México, Adolfo López Mateos, fue sacado de su casa por un pelotón de soldados que los acribillaron sin piedad. México sesenta y ocho, los cientos de líderes muertos, o encarcelados y campesinos desaparecidos durante la llamada Guerra fría. Los accidentes sui generis o de plano la muerte suprema: Lomas Taurinas, Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato a la presidencia por el tricolor en plena era modernizadora de Salinas, es asesinado con un revolver Taurus, por un “fundamentalista loco”, cuyo parecido con otros integrantes de esta trilogía del horror vacuo, cimbró a la nación, mientras en una mansión bebían café con crema, brindaban con coñac y ron Bacardí por el éxito de la operación.
Y a crímenes de famosos que llaman mucho la atención de los medios, existe una lista ominosa de los miles y cientos de miles que han caído en el territorio nacional, a manos de fuerzas del orden o paramilitares y cuyos culpables materiales e intelectuales nunca han sido ni serán detenidos porque gozan de impunidad. Acteal, Aguas Blancas, El Charco, Copala. A estas muertes, últimamente se han sumado la de estudiantes, campesinos, empresarios, soldados, periodistas, sicarios, jefes de los corporativos delincuenciales, modestos servidores públicos, policías federales, estatales y municipales y gente de la calle que ha estado en el lugar de los enfrentamientos, la cifra 23 mil que carecen de justicia y de averiguación previa. A nadie se ha detenido por estos crímenes.
En Guerrero, la muerte ya no es noticia. En años recientes José Francisco Ruiz Massieu, fue ultimado en plena era de la recomposición del país bajo la batuta ensangrentada de Carlos Salinas de Gortari. A río revuelto, ganancia de pescadores, en medio de un clima de violencia extrema, han caído líderes sociales como el caso de los indígenas abatidos y torturados en Ayutla de los Libres, Raúl Lucas y Manuel Ponce. O el ajusticiamiento de Armando Chavarría a las puertas de su casa. O el de presidentes municipales, regidores, servidores públicos, gente común y corriente que han caído en medio del fuego cruzado, en un estado donde la violencia se enseñorea sin que nadie pueda pararla.
En este escenario nacional y local, es que la desaparición de un personaje negro de la historia negra de la política mexicana, Diego Fernández de Cevallos, secuestrado en su rancho La Cabaña, ubicado en el municipio de Pedro Escobedo, Querétaro, se convierte en noticia nacional y mundial. En el preciso momento en que se viven elecciones internas al interior y exterior del PAN y en los estados el panismo se desmaya electoralmente; perdieron un bastión emblemático, Mérida. En tanto en el cuarto de guerra de los Pinos, todo esta de cabeza. En este tablado, la desaparición del ex Jefe Diego, nubla aún más el episodio de la guerra interna del pan y contra los carteles de la droga. No lo secuestraron por dinero. No se lo han exigido a la familia. ¿Se trata de una venganza política? ¿Es un reto al estado mexicano, tal y como lo predijo el Secretario de la defensa Nacional, si no se cumplían con reformar las leyes para darle a los militares el marco legal para crear estados de excepción, o ante la caballada flaca del panismo bisoño, Fernández de Cevallos, resultaría un candidato natural a la presidencia de México que habrá que sacar de la jugada?
El secuestro o la muerte de Diego Fernández de Cevallos podría encuadrarse en este escenario o también en el de las innumerables tranzas que realizó el ex candidato presidencial, (la Ardilla) al que le podrían cobrar algunas facturas, y demostrar la incapacidad del estado mexicano para ser garante de la vida de los ciudadanos: artífice del desafuero, de los videos, de la ley indígena mocha, los terrenos de Punta Diamante, el libramiento a Cuernavaca, el aeropuerto de Querétaro; incrementó sus arcas con negocios millonarios al amparo del poder, junto con su pupilo Javier Lozano Gracia y Fernando Gómez Mont. “La Coyota”, sabía y sabe de qué pie cojean miembros distinguidos de la clase política. Si a Diego que lo cuidaba un chorro de guaruras, viajaba en camionetas blindadas y hasta una ex reina de belleza, le protegía su ego del sol, lo levantaron en su rancho ¿que no será del ciudadano común expuesto a ser presa del crimen organizado, o de venganzas aviesas? Un hombre de controversias, es levantado, secuestrado, evaporado y el estado, bien gracias. ¿Al PAN le conviene la desaparición forzada de Diego, en plena caída libre o por el contrario, es una palanca que moverá los rencores y resortes de la división al interior del partido que hace como que gobierna México y que con la negativa del presidente a cambiar su estrategia contra los barones de los corporativos subterráneos, ha metido al país en un callejón sin salida y cuya única puerta de salida es la ingobernabilidad, el caos, y para volver a los viejos tiempos centenarios, el crimen de estado?

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