martes, 21 de septiembre de 2010

Sobre festejos patrios...


Faltó el rey de España
Mario Melgar Adalid
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Concluyó la fiesta bicentenaria. Gustó. Claro que hay gustos para todos. Fiesta perfecta para quienes, en el poder, les gusta echar cohetes, sin pensar que hay que recoger las varas y, sobre todo, pagarlos. Fiesta para quienes les gusta echar la casa por la ventana y gastar 300 millones de dólares en una noche. Bueno, para eso hay reservas históricas, dirán quienes se los gastaron. Había mejores cosas en qué gastar, pensamos ingenuamente muchos mexicanos.
Más allá del gasto cuestionable, sí es para celebrar que haya un saldo blanco como lo merecía la fecha. Si, como dicen los rumores, se arreglaron con los narcos para que le bajaran estos días a la violencia, ¿por qué no se arreglarán así para el futuro?
Buen discurso de Calderón en la columna de la Independencia. Lo hizo ante el regalo que nos obsequió Francia hace 100 años, el Ángel de la Independencia. Ahí bajo la sombra del Ángel, el símbolo de la ciudad, Calderón intentó una conmoción patriótica. Como todo lo que hace, fue sólo un intento.
El Ángel me vio nacer desde su pedestal. Nací en el extinto Sanatorio Reforma que estaba en la esquina de Paseo de la Reforma con Tíber cuando no había tráfico ni violencia. Era una clínica de maternidad de las que surgieron entonces como signo de modernidad de una naciente clase media que dejó de tener los niños en sus casas con las comadronas.
Cuando niño, paseaba los domingos en el Plymouth de la familia, con mis padres y con mi hermana María Eugenia, para tomar unas chufas en la calle de Salamanca. Al pasar por la glorieta del Ángel era ritual pedirle que nos trajera un nuevo hermanito. No entendía por qué pedirle niños al Ángel. Mis padres sonreían. Alguna vez pregunté cómo era que el Ángel traía a los niños si éstos, según decían, venían de París.
- Es que el Angelito también vino de París, se lo regaló Francia a don Porfirio, me dijo mi padre, oaxaqueño. Siempre sostuvo creo que con razón que los dos grandes hombres de la República Mexicana del siglo XIX fueron oaxaqueños: don Benito Juárez y don Porfirio Díaz.
Al ver las celebraciones, pensé que lo que faltó fue una conexión internacional, perdurable. Me hubiera gustado, como a muchos mexicanos, que hubiera venido el rey de España a visitarnos con motivo de la Independencia, ¿Quién mejor? Que España hubiera hecho un gran regalo. Qué mejor homenaje a la Independencia que tener al rey de España con nosotros. Hubiéramos sellado nuestra identidad con su presencia. Celebrar la relación bicentenaria con España con un partido de futbol que fue un lastimoso tongo o tango. No lo merecíamos ni mexicanos ni españoles.
Ya entrados, que para eso era la fiesta, también pudo haber estado con nosotros el presidente Barack Obama, así como ver en la mesa de una cena de Estado en el Castillo de Chapultepec al presidente Sarkozy, advertido de que tendría que hacerse acompañar de su esposa Bruni y no invocar la libertad de la secuestradora francesa. En esa mesa imaginaria también veo a los jefes de Estado latinoamericanos. España, Estados Unidos y Francia han sido los países con los que construimos nuestra historia
Pasó el Bicentenario. Queda todavía la celebración del Centenario de la Revolución Mexicana. Difícil solución ideológica para un grupo como el panista en el poder que no cree en los ideales de la Revolución Mexicana. ¿Cómo celebrar a los enemigos históricos? ¿Qué harán para celebrar a los revolucionarios que forjaron el siglo XX mexicano?
Faltó visión internacional en las celebraciones. Hubiera sido un signo de madurez pensar globalmente. Hace 100 años las delegaciones invitadas trajeron regalos tan maravillosos como el Ángel de la Independencia. Este año no vinieron jefes de Estado ni hubo, que sepamos, regalos de Estado por nuestro cumpleaños mexicano. Eso sí, tropas extranjeras desfilaron por Reforma y avenida Juárez. Días patrios en que también celebramos que, aunque sea por unas horas, no hubo daños colaterales que provoca nuestra moderna guerra de las drogas incomprensible tarea del nuevo siglo mexicano.
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Publicado en Excélsior

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