jueves, 5 de mayo de 2011

Sobre la visita de Calderón al Vaticano

En la edición del 05 de mayo de 2011, EXCELSIOR publicó la siguiente nota:
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Santo súbito; Presidente sufre
Mario Melgar Adalid
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El Presidente violó la Constitución mexicana al acudir a una ceremonia de culto. Eso fue la beatificación de Juan Pablo II. Así nos digan que se trató de un encuentro diplomático. El Presidente ha entrado ya en la cuenta regresiva de su tambaleante gestión. Este viaje que le daría un respiro ante la gran mayoría de los mexicanos resultó nuevamente fallido.
López Portillo que violó la Constitución más cínicamente que Calderón, al haber construido, dentro de la misma casa presidencial, una capilla para el culto como ofrenda a su piadosa madre, invitó a Juan Pablo a visitar México por primera ocasión. Después de décadas de lejanía de la Iglesia católica con el gobierno, López Portillo autorizó una misa al aire libre oficiada por el Papa que se trasmitió por televisión. La Constitución prohibía entonces el culto fuera de los templos. A partir de 1992, se permite el culto externo en casos extraordinarios.
Entonces, como ahora, se quebrantó la Constitución y ni el poderoso secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles, que sí sabía lo que pasaba jurídicamente, pudo cambiar las cosas. López Portillo, en el pináculo de su gestión, cuando México derrochaba la abundancia, dijo envidiar la capacidad de convocatoria popular del Papa.
Juan Pablo II es un fenómeno mediático y probablemente el hombre más carismático que vio el México del siglo XX. Cuando llegue a santo será el preferido de los mexicanos. En Estados Unidos, Juan Pablo también fue aclamado. Provocó, en el Shea Stadium de Queens, suburbio de Nueva York, con una misa en 1979, casi la misma histeria colectiva que Los Beatles en 1965 con su célebre concierto o el éxtasis masivo cuando Tom Seaver, el legendario pitcher de los Mets, ganó la Serie Mundial de Beisbol en 1969. En un recuento personal es evidente que Calderón prefirió ganar las indulgencias plenarias que le dará su segunda visita al Vaticano, que cumplir sus responsabilidades republicanas.
Calderón fue invitado por el papa Ratzinger como también Enrique Peña Nieto, quien declinó la invitación papal. La inteligencia vaticana debe estar al tanto de las encuestas de opinión sobre las preferencias electorales de los mexicanos para 2012, pues no sabemos de invitaciones papales a otros gobernadores del país o precandidatos a 2012.
La visita da pena ajena. En un saludo de paso, en la Sacristía de la Basílica de San Pedro, el Presidente olvidó su jerarquía de jefe del Estado mexicano.
Casi como un acólito más, de los que rinden culto al Papa, clamó con desesperación: “Estamos sufriendo por la violencia. Ellos (los mexicanos) lo necesitan más que nunca, estamos sufriendo”. Así, con esas razones desgarradoras, invitó al Papa a visitarnos.
No importa mucho a la República que Calderón vaya a Roma. Sí importa, por el contrario, que otro Presidente, sólo que no de la República, sino de un municipio de Chihuahua azotado por el crimen, también salga del país. No para ver en plenitud espiritual la beatificación de un santo, sino para salvar su pellejo amenazado por el narcotráfico. Ricardo Solís Manríquez, presidente municipal de Gran Morelos, Chihuahua, nunca pudo asumir el cargo para el que fue electo, en virtud de un atentado y de amenazas cumplidas. Huyó hacia Estados Unidos y pidió asilo. Tomó la decisión de no regresar. Hace algunos años cuando se habló en Estados Unidos de México como un Estado fallido, el presidente Calderón exigió que le mostraran un metro cuadrado del país en que no hubiera control del Estado mexicano.
A unos meses de su declaración, todo indica que el único metro cuadrado que controla el Estado mexicano es el que pisa el Presidente. En ese metro también se tambalea..
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