lunes, 28 de noviembre de 2011

Aviones en Acapulco...

Yo, ciudadano

Aviones
Gustavo Martínez Castellanos
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Quiero ofrecer una disculpa a mis lectores por no haber subido desde el sábado la reseña de la presentación de mi libro, Siete modelos femeninos para William Shakespeare; la cena de celebración con mi familia, la boda de una de mis hermanas el domingo, la tornaboda el lunes en la playa, un viaje que inicié el lunes en la noche y que terminó ayer, y compromisos varios impidieron que me sentara a realizar la reseña. Aún más, la boda y la tornaboda me indicaron que escribir sobre este fin de semana en Acapulco era más urgente.
Mientras los novios se desposaban ante un juez en un local de la Condesa, el cielo brumoso de la bahía era insistentemente trazado por potentes aeronaves. Abajo, las playas estaban abarrotadas de turistas y acapulqueños. Había mucha gente en restaurantes y tiendas y una cantidad excesiva de autos en la costera. Todo esto había iniciado el sábado, llegó a su clímax el domingo pero terminó subrepticiamente la mañana del lunes.
Casi todos los invitados se estremecieron con el rugir de los potentes motores de los aviones. Casi todos tomaron fotos. Casi todos se asomaron aunque fuera una vez al balcón para verlos –sobre todo a los imponentes helicópteros de la Armada de México que hicieron maniobras en la cuenca del arroyo de la cañada de los Amates- y después de un rato, casi todos estaban cansados de respirar el penetrante tufo a combustible quemado que dejaron en el aire las intrépidas naves. A la noche, nadie las recordaba. Había sido un suspiro.
Desde que se presentó el Air Show en Acapulco por vez primera manifesté mi desacuerdo con que ese tipo de eventos se realizaran aquí. En ese entonces gobernaba Guerrero Zeferino Torreblanca; y, Acapulco, Félix Salgado. Y la izquierda local estaba metida en el clásico lío definitorio de toda izquierda contemporánea: ideas vindicatorias, teoría marxista, praxis burguesa. Por ello, como aquella vez, por “rescatar a Acapulco” muy pocos políticos, ideólogos y ecologistas sintieron resquemor por la presentación del “Air Show”. Y quienes se sintieron obligados a pronunciarse en contra fueron finalmente “convencidos” de sus virtudes por ambos gobiernos. Y por una prensa “de izquierda” pero bobaliconamente entusiasmada con ese circo burgués y otros no menos bizarros.
Por mi parte mi desacuerdo fue y aún es por razones apegadas a nuestra realidad.
Acapulco no es un pueblo con tradición tecnológica como aquellos en que se diseñan, construyen y venden aviones. Allá los espectáculos aéreos sirven para probar a sus pilotos y para hacer menos macabra la misión de muerte y destrucción de esos aviones (y de esos pilotos) porque casi todos son aparatos de guerra. En México sólo vivimos eso con los vuelos rasantes de provocación del ejército mexicano contra los zapatistas en Chiapas.
Acapulco, en cambio, es un lugar cuyo mayor referente es la naturaleza: el paisaje, la ecología, el clima; elementos que juntos se convirtieron en ventajas de muy alto nivel en el mercado turístico. Además de nuestra cercanía con Estados Unidos y Europa que, con referencia a Centro y Sudamérica, nos mantiene en un nivel privilegiado.
Esas ventajas, sin embargo, devinieron en desventajas en cuanto se implantó aquí el modelo turístico estadunidense que exige hotel con playa; pavimentación y construcción en donde sea (acantilados, estuarios y ensenadas) y un uso rapaz del paisaje, la ecología y el clima, entre más valiosos, más caros; es decir, inaccesibles para las clases media, baja y depauperada. Ese esquema dio como resultado una ciudad inoperante, caótica, ineficaz; tanto para el descanso como para el desarrollo de la industria y el comercio. Por si fuera poco, la voracidad de líderes y políticos y de compañías tanto extranjeras como locales, originó una rémora de prestadores de servicio que cada temporada expolia, defrauda y maltrata al visitante. De esa forma el turista sale de Acapulco jurando no regresar nunca. Y no regresa. Ya lo vimos. La puntilla la vino a dar la violencia que vive el país todo, y que aquí se agudizó por dos factores locales: la siembra de enervantes en la sierra y su trasiego por costa y el alto consumo en los sitios turísticos. Acapulco, el más dinámico.
Traer de nuevo al turista a Acapulco y a Guerrero, requiere entonces de un trabajo de reversión de ésos, nuestros grandes problemas locales: la polución, es decir, playas limpias, transporte no contaminante ni por gases ni por ruido; el ambulantaje (el lunes había más ambulantes que turistas en las playas), ordenamiento del transporte urbano y el abatimiento de todas las mafias -incluidas las de temporada-, sólo por señalar una: hay lugares en la costera en la que restauranteros y tenderos impiden que el visitante estacione su auto si no va a consumir en sus locales. Ante este panorama, un análisis somero indica que la inoperancia de la ciudad y sus aberraciones –como evento urbano- no son los únicos responsables de la huída del turismo sino una increíble falta de conciencia con base en un sentido de identidad y de pertenencia con referencia a nuestra ciudad y lo que es.
Debo insistir en que es urgente revalorar nuestras virtudes y bondades en función de nuestros valores humanos, nuestras tradiciones y costumbres, nuestros ecología y paisaje. Nuestra cosmovisión. Trabajar en eso requiere de otro tipo de esfuerzo entre sociedad y gobierno; por poner un ejemplo diré que debe ser similar al que realizó la ciudad de Guadalajara para obtener el galardón de que estos Panamericanos hayan sido calificados como los mejores de toda la historia. Por supuesto, hay muchísimos factores culturales y económicos a favor de la Perla Tapatía para ello; pero hay muchísimos más en experiencia en materia turística en la Perla del Pacífico, pues, en turismo, Acapulco es potencia. En México y en el mundo nadie puede negar eso. Nuestra idea de la tecnología, entonces, tendría que ver de forma muy particular con el turismo y todas sus concomitancias: desde innovaciones en materia de servicio al cliente hasta la experimentación en materia gastronómica y coctelería. Por supuesto, el cuidado y preservación de nuestra ecología y de nuestros lugares emblemáticos –y sagrados-, el conocimiento de nuestra historia local y la orientación tanto de la ingeniería civil como de la arquitectura en función del arribo a una mayor operatividad del urbanismo y del abatimiento de energéticos fósiles para preservar limpio nuestro entorno y prístino nuestro paisaje. El turismo es lo nuestro, visto como una parte –muy pequeña pero específica- de nuestra identidad. Alentar su investigación, su promoción, su enaltecimiento como el producto de nuestras potencialidades nos puede ayudar a reinventarnos, a recuperarnos y a pelear por el quinto lugar en el ranking mundial que los gobiernos de Felipe Calderón y Ángel Aguirre nos propusieron hace seis meses.
Sí, este fin de semana el empresariado local tuvo un respiro económico, pero no hay que olvidar que fue gracias también a muchos factores conjuntos: el puente del día veinte, el “fin de semana más barato”, el adelanto del aguinaldo. ¿Cuándo se repetirán esas condiciones? No observar eso puede significar un gran error en este momento.
Por ello, insisto en que gobierno y sociedad necesitamos trabajar en lo nuestro y, desde sus raíces netamente culturales, perfeccionarlo. Debemos concienciar al empresario y al prestador del servicio, y otorgar al acapulqueño y al guerrerense identidad. Sentido de pertenencia. Bonitos aviones. Ya se fueron. Ahora sólo quedamos nosotros. Nosotros.
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Felicidades a mi hermanita Rosy y a Andrés por su boda, que Dios los bendiga siempre. En la próxima entrega, la reseña de la presentación de mi primer libro. Vale.
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Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
http://www.culturacapulco.com/; http://culturacapulco.blogspot.com/

1 comentario:

Jorge Ramiro dijo...

Hola! Muy linda entrada. Se ve que has pasado unos días geniales... Yo también tuve una boda allí, en uno de los más lindos hoteles en acapulco y fue espectacular! Saludos