El libro del fotógrafo serrano muestra episodios alegres y de placidez ensoñadora, pero también descarnada y vibrante de una cotidianidad inexorable.
Tlacotepec, retratos de la realidad en la sierra guerrerense, vistas por Ramiro Reyna
Una de las imágenes que componen el libro. Cortesía del autor
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Niños y ancianos son los mejores modelos, todos los fotógrafos lo saben y a Ramiro Reyna no se le olvidó en su libro Tlacotepec, cuyos créditos son para el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Instituto Guerrerense de la Cultura, el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias 2007, la agencia fotográfica Cuartoscuro y la Legislatura local pasada.
La obra se compone de tres partes, la primera dedicada a mostrar la pobreza en la que viven los niños de la sierra del estado, la segunda dedicado a la naturaleza, con énfasis en la flor que ha hecho popular a Guerrero, la amapola, y la tercera con adultos de diversas edades y algunas fiestas populares.
Se trata de un proyecto de cultura popular, en el que son clásicas, como en éste caso, las imágenes de niños reventando sus sonrisas, en medio de la marginación; ancianos resignados y melancólicos; episodios alegres de la vida en la sierra, cuya placidez, mostrada en las fotografías de montañas y ríos, se antoja ensoñadora, pero también descarnada, por la realidad de los pobladores de la sierra, sobre todo de Tlacotepec, quienes tienen que decidir entre mejorar sus ingresos con los cultivos ilícitos o sumergirse, y con ellos a las generaciones venideras, en el estoicismo de vivir pobres, pero sin un hacha pendiendo sobre la cabeza.
Quizá lo que haga que este libro sea sólo otro libro con buenas fotografías –dignas del National Geographic–, y nada más, es que los temas, aunque importantes, han sido explorados concienzudamente con anterioridad.
El discurso está incompleto, dado que faltan elementos fúnebres en catálogo, y si se trataba de mostrar la vida en esa parte de la sierra, sin duda que los funerales debieron ser parte de la edición. Son pocos los fotógrafos que no buscan los mismos temas cuando visitan una localidad rural. Pensándolo bien, es difícil no retratar la pobreza en la que viven, sus fiestas… pero ¿y sus quebrantos?
La fotografía de la niña que abre la exposición tiene una carga emocional muy fuerte, porque está tratando de escribir en un libro ajado apoyándose en el suelo. Es la misma niña de la portada, salvo que ahí se apoya en una silla. Entonces las cargas emocionales varían, porque el personaje ya no está en la misma situación. Así es el tono del compendio: en ocasiones sublime, sólo testimonial en otras, como en la titulada El desayuno, en donde nos perdemos el rostro de uno de los tres niños que aparecen con frituras en la mano.
Sin contar que hay dos fotografías que llevan el mismo título, unas cuantas erratas en los textos y agradecimientos a un par de diputados cuya aportación a la obra es que hicieron su trabajo.
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Texto de Roberto Carlos Rojas publicado en:
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2009/05/22/index.php?section=sociedad&article=012n1soc
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Niños y ancianos son los mejores modelos, todos los fotógrafos lo saben y a Ramiro Reyna no se le olvidó en su libro Tlacotepec, cuyos créditos son para el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Instituto Guerrerense de la Cultura, el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias 2007, la agencia fotográfica Cuartoscuro y la Legislatura local pasada.
La obra se compone de tres partes, la primera dedicada a mostrar la pobreza en la que viven los niños de la sierra del estado, la segunda dedicado a la naturaleza, con énfasis en la flor que ha hecho popular a Guerrero, la amapola, y la tercera con adultos de diversas edades y algunas fiestas populares.
Se trata de un proyecto de cultura popular, en el que son clásicas, como en éste caso, las imágenes de niños reventando sus sonrisas, en medio de la marginación; ancianos resignados y melancólicos; episodios alegres de la vida en la sierra, cuya placidez, mostrada en las fotografías de montañas y ríos, se antoja ensoñadora, pero también descarnada, por la realidad de los pobladores de la sierra, sobre todo de Tlacotepec, quienes tienen que decidir entre mejorar sus ingresos con los cultivos ilícitos o sumergirse, y con ellos a las generaciones venideras, en el estoicismo de vivir pobres, pero sin un hacha pendiendo sobre la cabeza.
Quizá lo que haga que este libro sea sólo otro libro con buenas fotografías –dignas del National Geographic–, y nada más, es que los temas, aunque importantes, han sido explorados concienzudamente con anterioridad.
El discurso está incompleto, dado que faltan elementos fúnebres en catálogo, y si se trataba de mostrar la vida en esa parte de la sierra, sin duda que los funerales debieron ser parte de la edición. Son pocos los fotógrafos que no buscan los mismos temas cuando visitan una localidad rural. Pensándolo bien, es difícil no retratar la pobreza en la que viven, sus fiestas… pero ¿y sus quebrantos?
La fotografía de la niña que abre la exposición tiene una carga emocional muy fuerte, porque está tratando de escribir en un libro ajado apoyándose en el suelo. Es la misma niña de la portada, salvo que ahí se apoya en una silla. Entonces las cargas emocionales varían, porque el personaje ya no está en la misma situación. Así es el tono del compendio: en ocasiones sublime, sólo testimonial en otras, como en la titulada El desayuno, en donde nos perdemos el rostro de uno de los tres niños que aparecen con frituras en la mano.
Sin contar que hay dos fotografías que llevan el mismo título, unas cuantas erratas en los textos y agradecimientos a un par de diputados cuya aportación a la obra es que hicieron su trabajo.
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Texto de Roberto Carlos Rojas publicado en:
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2009/05/22/index.php?section=sociedad&article=012n1soc
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