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Construyendo utopías
David Cienfuegos Salgado
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David Cienfuegos Salgado
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Leí a Mario Bunge esta mañana. Deleita su forma de pensar y de hacernos ver “realmente en realidad” las cosas que nos rodean y que aun tocándonos resultan ajenas. Sus palabras certeras son preámbulo perfecto para pensar en qué puede decirse sobre la educación y la ciencia en nuestro estado de Guerrero, aunque puede predicarse para todo México, de muchos otros temas.
Algunas reflexiones de Bunge nos dejan algo claro: hay que detenerse a pensar, pues éste es el momento crítico que antecede a la creación. Ninguna duda cabe que la distancia entre lo que se piensa y aquello que se crea, resulta de trascendental importancia para una región que tiene pocos recursos y por tanto el deber de maximizarlos. Pero incluso hay que ir más allá de lo pensado y de lo creado: lo realizado.
En el ámbito educativo y científico, no cabe duda que hay que revisar lo que se ha pensado y creado en nuestro estado. Los proyectos han sido variados, muestra evidente de una riqueza de pensamiento. En cambio, los resultados, lo realizado ha sido poco. ¿Somos pensadores incapaces de llevar a la práctica nuestras utopías? ¿Cuántas utopías no hemos pensado en Guerrero? Educativas, culturales, universitarias, socialistas, turísticas, municipales, lucrativas, gubernamentales… ¿Cuántas hemos logrado?
Me detengo en aquella que tienen que ver prácticamente con todos los guerrerenses. Me detengo en lo que significa la Universidad Autónoma de Guerrero. Utopía sesentera que se trocó en apenas un vestigio de lo que pudo ser.
2010 marca el quincuagésimo aniversario de la Universidad Autónoma de Guerrero [UAGro]. Institución en la cual se han formado y forjado miles de ciudadanos. Sus aulas recibieron a mis padres, a cuatro de mis seis hermanos, a mi esposa y a mí. A muchos de mis mejores amigos ahí los conocí. Me siento orgulloso de eso, pero no puedo obviar que está lejos, muy lejos de ser la universidad que necesitamos los guerrerenses o los mexicanos para salir adelante, situada como pocas en el fondo del pozo de los indicadores de excelencia a que nos tienen tan acostumbrados hoy día.
En un reciente libro, en homenaje al maestro Miguel Ángel Parra Borbón, escribía que hay una frase atribuida a Augusto César Sandino, quien afirmaba que si hubiera cien hombres que amaran a Nicaragua como él lo hacía, entonces Nicaragua sería libre por completo. Mencionaba la necesidad de encontrar también a cien universitari@s que amaran tanto a la UAGro que la tuvieran en un alto concepto en la construcción de un futuro mejor para los surianos, que pudieran sacarla de ese pozo y elevarla a mejores posiciones.
En la encrucijada política, la Universidad que conoció Parra Borbón en sus inicios como profesor, ha sido sepultada. Pueden hacerse oídos sordos, pues como dicen algunos: quienes no estamos en la UAGro “no tenemos derecho” a participar en su vida. ¡Cuán equivoca es tal idea! La UAGro es de todos los guerrerenses, no es patrimonio de unos cuantos, aunque así haya sido visto desde hace muchos años por unas cuantas camarillas de sedicentes universitarios.
Si alguien piensa que la UAGro fue una utopía de unos cuantos, bien por ellos. Pero esa utopía se convirtió en una realidad de muchos, de todos, porque los recursos con que viven (o sobreviven) alumnos y académicos no sale de otra parte sino de los bolsillos de todos. Ni más ni menos. Pero si eso no es suficiente, debería serlo el advertir la alta probabilidad de que nuestros hijos, sobrinos, nietos y amigos sean alguna vez alumnos ahí.
A la distancia, me parece que es tiempo de reflexionar sobre la UAGro, quizá para seguir construyendo utopías en torno al papel que le corresponde jugar en este nuevo siglo. Para discutir las apuestas que deben hacerse para que las siguientes generaciones de académicos superen a las actuales, lo mismo en términos de eficiencia que de compromiso, pues de ambas se nutre el espíritu universitario. Cuantitativa pero especialmente cualitativamente.
La utopía de un académico que deje piel y alma en las aulas de la UAGro se ha hecho realidad en más de una ocasión: díganlo si no los buenos maestros que tuve en las aulas de la entonces Facultad de Derecho, díganlo si no aquellos que siguen embarcados en el proyecto, remando todos los días, sin desazón, mientras algunos han dejado caer los brazos y se han abandonado a la soledad del estipendio quincenal y la espera inmortificada de la pensión de retiro. Con éstos es vana e impensable una utopía; con aquéllos, es posible idealizar un futuro mejor, una universidad mejor.
Seguimos pendientes de las utopías, porque sólo de esa manera podemos vivir. Que la mejor de ellas sea ese ideal al que no debemos renunciar: encontrar en la Universidad el espacio idóneo para construir nuevos mundos y ponerlos a prueba; seguir intentando desde la academia dar respuesta a las inquietudes que nos suscita esta realidad que nos avasalla.
Ojalá pronto se logre que la UAGro sea ese espacio, vital y necesario en los días que corren, urgidos de utopías hechas realidad. Sus 50 años lo ameritan.
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Algunas reflexiones de Bunge nos dejan algo claro: hay que detenerse a pensar, pues éste es el momento crítico que antecede a la creación. Ninguna duda cabe que la distancia entre lo que se piensa y aquello que se crea, resulta de trascendental importancia para una región que tiene pocos recursos y por tanto el deber de maximizarlos. Pero incluso hay que ir más allá de lo pensado y de lo creado: lo realizado.
En el ámbito educativo y científico, no cabe duda que hay que revisar lo que se ha pensado y creado en nuestro estado. Los proyectos han sido variados, muestra evidente de una riqueza de pensamiento. En cambio, los resultados, lo realizado ha sido poco. ¿Somos pensadores incapaces de llevar a la práctica nuestras utopías? ¿Cuántas utopías no hemos pensado en Guerrero? Educativas, culturales, universitarias, socialistas, turísticas, municipales, lucrativas, gubernamentales… ¿Cuántas hemos logrado?
Me detengo en aquella que tienen que ver prácticamente con todos los guerrerenses. Me detengo en lo que significa la Universidad Autónoma de Guerrero. Utopía sesentera que se trocó en apenas un vestigio de lo que pudo ser.
2010 marca el quincuagésimo aniversario de la Universidad Autónoma de Guerrero [UAGro]. Institución en la cual se han formado y forjado miles de ciudadanos. Sus aulas recibieron a mis padres, a cuatro de mis seis hermanos, a mi esposa y a mí. A muchos de mis mejores amigos ahí los conocí. Me siento orgulloso de eso, pero no puedo obviar que está lejos, muy lejos de ser la universidad que necesitamos los guerrerenses o los mexicanos para salir adelante, situada como pocas en el fondo del pozo de los indicadores de excelencia a que nos tienen tan acostumbrados hoy día.
En un reciente libro, en homenaje al maestro Miguel Ángel Parra Borbón, escribía que hay una frase atribuida a Augusto César Sandino, quien afirmaba que si hubiera cien hombres que amaran a Nicaragua como él lo hacía, entonces Nicaragua sería libre por completo. Mencionaba la necesidad de encontrar también a cien universitari@s que amaran tanto a la UAGro que la tuvieran en un alto concepto en la construcción de un futuro mejor para los surianos, que pudieran sacarla de ese pozo y elevarla a mejores posiciones.
En la encrucijada política, la Universidad que conoció Parra Borbón en sus inicios como profesor, ha sido sepultada. Pueden hacerse oídos sordos, pues como dicen algunos: quienes no estamos en la UAGro “no tenemos derecho” a participar en su vida. ¡Cuán equivoca es tal idea! La UAGro es de todos los guerrerenses, no es patrimonio de unos cuantos, aunque así haya sido visto desde hace muchos años por unas cuantas camarillas de sedicentes universitarios.
Si alguien piensa que la UAGro fue una utopía de unos cuantos, bien por ellos. Pero esa utopía se convirtió en una realidad de muchos, de todos, porque los recursos con que viven (o sobreviven) alumnos y académicos no sale de otra parte sino de los bolsillos de todos. Ni más ni menos. Pero si eso no es suficiente, debería serlo el advertir la alta probabilidad de que nuestros hijos, sobrinos, nietos y amigos sean alguna vez alumnos ahí.
A la distancia, me parece que es tiempo de reflexionar sobre la UAGro, quizá para seguir construyendo utopías en torno al papel que le corresponde jugar en este nuevo siglo. Para discutir las apuestas que deben hacerse para que las siguientes generaciones de académicos superen a las actuales, lo mismo en términos de eficiencia que de compromiso, pues de ambas se nutre el espíritu universitario. Cuantitativa pero especialmente cualitativamente.
La utopía de un académico que deje piel y alma en las aulas de la UAGro se ha hecho realidad en más de una ocasión: díganlo si no los buenos maestros que tuve en las aulas de la entonces Facultad de Derecho, díganlo si no aquellos que siguen embarcados en el proyecto, remando todos los días, sin desazón, mientras algunos han dejado caer los brazos y se han abandonado a la soledad del estipendio quincenal y la espera inmortificada de la pensión de retiro. Con éstos es vana e impensable una utopía; con aquéllos, es posible idealizar un futuro mejor, una universidad mejor.
Seguimos pendientes de las utopías, porque sólo de esa manera podemos vivir. Que la mejor de ellas sea ese ideal al que no debemos renunciar: encontrar en la Universidad el espacio idóneo para construir nuevos mundos y ponerlos a prueba; seguir intentando desde la academia dar respuesta a las inquietudes que nos suscita esta realidad que nos avasalla.
Ojalá pronto se logre que la UAGro sea ese espacio, vital y necesario en los días que corren, urgidos de utopías hechas realidad. Sus 50 años lo ameritan.
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