En la edición impresa del pasado 14 de abril de 2010, DIARIO 21 publicó en la columna DERROTERO GUERRERENSE la siguiente nota:
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¿Y la historia de la Universidad en Guerrero?
David Cienfuegos Salgado
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Historia aquí, historia allá. 2010 es año histórico o al menos se pretende que así sea. Me pregunto ¿quiénes somos l@s guerrerenses? Concientemente me atosiga la pregunta desde que mi amigo Humberto Santos me la descubrió entre las inconscientes líneas de tantos escritos. Ahora que la Universidad Autónoma de Guerrero cumple 50 años, lo menos que debería hacerse es escamotearle el papel que le corresponde en nuestra historia. Por eso me pregunto siguiendo la línea argumentativa de Humberto, ¿cómo ha influido la Universidad para que seamos l@s guerrerenses que somos y no otr@s o l@s que se supone debiéramos ser?
Sé que es de mala educación atribuir tanta responsabilidad a un ente informe y quizá inexistente, puesto que la Universidad es y fuimos tod@s: alumn@s y emplead@s universitari@s. Mal inicio pues el de darle entidad a la suma de recursos humanos y materiales que ha generado este estado, pero ¿hay otra opción para pensar en serio la Universidad?
Muchas cosas he aprendido de Humberto, quien me tacha de impaciente, quizá en un afán de negarme la calidad de guerrerense al que él concibe como “una rara combinación de rebeldía permanente y paciencia mítica”. Uno de esos aprendizajes, no precisamente el mejor, es el de ponerme a pensar en voz alta cuando estoy frente a grupo, y también el de pensar escribiendo. Y ahora pienso en la Universidad, en nuestra Alma Mater.
Hace unos días al visitar el Colegio de San Nicolás, en Morelia, leía la placa que en testimonio de veneración a Hidalgo suscribieron en 1953 numerosas autoridades escolares. Uno de los firmantes era Alfonso Ramírez Altamirano, director del Colegio del Estado de Guerrero.
A diferencia del espíritu imperecedero atribuido al padre de la patria, para los guerrerenses parece que el Colegio del Estado es si acaso un antecedente sin trascendencia en la historia de la UAGro. Como lo puede ser el Instituto Literario con que iniciamos nuestra andadura como nuevo estado en 1851. Convencidos como estamos que nacimos de la nada, no nos gusta aferrarnos al pasado, porque éste suele jugarnos malas pasadas, especialmente cuando nos recuerda lo que queremos olvidar. Ese es otro aprendizaje: no importa el surco que se recorra, siempre habrá que volver la vista atrás, para poder andar en uno distinto, para no volver a sembrar donde ya hay semilla, para no desperdiciar el poco abono que tenemos.
La UAGro no tiene memoria. Me lo grita el cartel que afirma que en la UAGro estamos de fiesta, pues de los catorce eventos, apenas uno, la presentación de la “Enciclopedia Universitaria”, alude directamente al sujeto que se festeja. ¿Nadie quiere recordar en esta conmemoración qué ha sido la UAGro? Seguramente en otro evento nos dirán lo que entre el 16 y 29 de marzo de 2010 no se quiso decir. No importa cuándo se diga, pero tiene que decirse, la certeza que nos queda es que habrá que preguntarnos qué fue la UAGro y qué es ahora, para poder solventar todos esos temores que parecen empujarnos al abismo de la desesperanza, cuando de cambio, de educación y de futuro se trata.
En la búsqueda de una identidad, veo como la UNAM “apenas” le dobla la edad a la UAGro: 100 años, pero multiplica con creces el ánimo de recordarse hasta el mínimo detalle de su historia. Tan sólo un evento da cuenta de ello “La UNAM en la historia de México” [http://www.100.unam.mx], que permitirá a los universitarios, durante siete coloquios, de marzo a noviembre, pensarse y pensar la Universidad que se asegura ha sido de todos los mexicanos.
¿Acaso estábamos condenados a festejar los 50 años de la UAGro con recitales poéticos y conciertos, con concursos de pintura infantil y con exhibiciones de baile? ¿Acaso sólo cantan, hacen poesía, pintan y bailan los universitarios guerrerenses?
Espero equivocarme y que a la vuelta de la esquina, desde aquí, estemos invitando a los guerrerenses a escuchar a los universitarios decirnos cómo la UAGro surgió, cómo sobrevivió en sus luchas, quiénes fueron las mujeres y hombres que le enaltecieron, cómo contribuyó a construir este estado, cómo transformó nuestras vidas y, sobre todo, cómo hará para construir un futuro que valga la pena.
Ojalá pronto escuchemos a los universitarios de tiempo completo decirnos que están comprometidos a sacar a la UAGro del fondo del pozo dónde algunos la han puesto. Eso bastaría, para que en esta primavera, alejemos el espectro de la mediocridad que se nos revela cuando pensamos desde una sucesión rectoril donde se ufanan los ganadores frente a los perdedores. ¿Quién ganó, quién perdió? Parece ser que perdimos todos. Aquí coincido con algunos profesores universitarios, estamos ante la paradoja de que años de esfuerzo institucional, que lo ha habido nadie puede negarlo, fueron echados a la basura porque en la UAGro había que elegir cada 3 o 4 años un rector.
En el siglo XIX, ante la imposibilidad intelectual de la universidad de formar los cuerpos necesarios para la discusión que ameritaba el país, fueron los colegios e institutos de los estados los que proporcionaron una pléyade de librepensadores: los liberales del mediodía decimonono en su mayoría surgieron de tales centros. ¿Qué pasará en el siglo XXI? ¿Serán capaces las universidades estatales, entre ellas la UAGro, de formar esos recursos que requieren sus pueblos? Para responder esto, bueno es rememorar lo que ha sido la UAGro, lo que pudo ser la UAGro, ahora que es tiempo.
¿Y la historia de la Universidad en Guerrero?
David Cienfuegos Salgado
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Historia aquí, historia allá. 2010 es año histórico o al menos se pretende que así sea. Me pregunto ¿quiénes somos l@s guerrerenses? Concientemente me atosiga la pregunta desde que mi amigo Humberto Santos me la descubrió entre las inconscientes líneas de tantos escritos. Ahora que la Universidad Autónoma de Guerrero cumple 50 años, lo menos que debería hacerse es escamotearle el papel que le corresponde en nuestra historia. Por eso me pregunto siguiendo la línea argumentativa de Humberto, ¿cómo ha influido la Universidad para que seamos l@s guerrerenses que somos y no otr@s o l@s que se supone debiéramos ser?
Sé que es de mala educación atribuir tanta responsabilidad a un ente informe y quizá inexistente, puesto que la Universidad es y fuimos tod@s: alumn@s y emplead@s universitari@s. Mal inicio pues el de darle entidad a la suma de recursos humanos y materiales que ha generado este estado, pero ¿hay otra opción para pensar en serio la Universidad?
Muchas cosas he aprendido de Humberto, quien me tacha de impaciente, quizá en un afán de negarme la calidad de guerrerense al que él concibe como “una rara combinación de rebeldía permanente y paciencia mítica”. Uno de esos aprendizajes, no precisamente el mejor, es el de ponerme a pensar en voz alta cuando estoy frente a grupo, y también el de pensar escribiendo. Y ahora pienso en la Universidad, en nuestra Alma Mater.
Hace unos días al visitar el Colegio de San Nicolás, en Morelia, leía la placa que en testimonio de veneración a Hidalgo suscribieron en 1953 numerosas autoridades escolares. Uno de los firmantes era Alfonso Ramírez Altamirano, director del Colegio del Estado de Guerrero.
A diferencia del espíritu imperecedero atribuido al padre de la patria, para los guerrerenses parece que el Colegio del Estado es si acaso un antecedente sin trascendencia en la historia de la UAGro. Como lo puede ser el Instituto Literario con que iniciamos nuestra andadura como nuevo estado en 1851. Convencidos como estamos que nacimos de la nada, no nos gusta aferrarnos al pasado, porque éste suele jugarnos malas pasadas, especialmente cuando nos recuerda lo que queremos olvidar. Ese es otro aprendizaje: no importa el surco que se recorra, siempre habrá que volver la vista atrás, para poder andar en uno distinto, para no volver a sembrar donde ya hay semilla, para no desperdiciar el poco abono que tenemos.
La UAGro no tiene memoria. Me lo grita el cartel que afirma que en la UAGro estamos de fiesta, pues de los catorce eventos, apenas uno, la presentación de la “Enciclopedia Universitaria”, alude directamente al sujeto que se festeja. ¿Nadie quiere recordar en esta conmemoración qué ha sido la UAGro? Seguramente en otro evento nos dirán lo que entre el 16 y 29 de marzo de 2010 no se quiso decir. No importa cuándo se diga, pero tiene que decirse, la certeza que nos queda es que habrá que preguntarnos qué fue la UAGro y qué es ahora, para poder solventar todos esos temores que parecen empujarnos al abismo de la desesperanza, cuando de cambio, de educación y de futuro se trata.
En la búsqueda de una identidad, veo como la UNAM “apenas” le dobla la edad a la UAGro: 100 años, pero multiplica con creces el ánimo de recordarse hasta el mínimo detalle de su historia. Tan sólo un evento da cuenta de ello “La UNAM en la historia de México” [http://www.100.unam.mx], que permitirá a los universitarios, durante siete coloquios, de marzo a noviembre, pensarse y pensar la Universidad que se asegura ha sido de todos los mexicanos.
¿Acaso estábamos condenados a festejar los 50 años de la UAGro con recitales poéticos y conciertos, con concursos de pintura infantil y con exhibiciones de baile? ¿Acaso sólo cantan, hacen poesía, pintan y bailan los universitarios guerrerenses?
Espero equivocarme y que a la vuelta de la esquina, desde aquí, estemos invitando a los guerrerenses a escuchar a los universitarios decirnos cómo la UAGro surgió, cómo sobrevivió en sus luchas, quiénes fueron las mujeres y hombres que le enaltecieron, cómo contribuyó a construir este estado, cómo transformó nuestras vidas y, sobre todo, cómo hará para construir un futuro que valga la pena.
Ojalá pronto escuchemos a los universitarios de tiempo completo decirnos que están comprometidos a sacar a la UAGro del fondo del pozo dónde algunos la han puesto. Eso bastaría, para que en esta primavera, alejemos el espectro de la mediocridad que se nos revela cuando pensamos desde una sucesión rectoril donde se ufanan los ganadores frente a los perdedores. ¿Quién ganó, quién perdió? Parece ser que perdimos todos. Aquí coincido con algunos profesores universitarios, estamos ante la paradoja de que años de esfuerzo institucional, que lo ha habido nadie puede negarlo, fueron echados a la basura porque en la UAGro había que elegir cada 3 o 4 años un rector.
En el siglo XIX, ante la imposibilidad intelectual de la universidad de formar los cuerpos necesarios para la discusión que ameritaba el país, fueron los colegios e institutos de los estados los que proporcionaron una pléyade de librepensadores: los liberales del mediodía decimonono en su mayoría surgieron de tales centros. ¿Qué pasará en el siglo XXI? ¿Serán capaces las universidades estatales, entre ellas la UAGro, de formar esos recursos que requieren sus pueblos? Para responder esto, bueno es rememorar lo que ha sido la UAGro, lo que pudo ser la UAGro, ahora que es tiempo.
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