martes, 7 de junio de 2011

'The Mexican Paradox'

Mario Melgar
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 México ya no es noticia en el mundo. Por ello el interés inusitado por un partido de futbol, inocuo desde el punto de vista nacional, situó a los mexicanos al lado del Manchester United, cuando en México lo único que se sabía de Manchester es que se trataba de una marca de camisas (“Hasta que usé una Manchester me sentí a gusto”). Como dicen los muchachos: “No Manchester”.

El Chicharito logró el milagro de reunir a cientos de cientos de miles, ¿millones?, a favor de un equipo inglés. No le prestaron la pelota y el Barcelona derrotó la ilusión mexicana.

No hay más mexicanos universales que Chicharito, Carlos Fuentes y Carlos Slim. Atrás quedaron Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, José David Alfaro Siqueiros, Dolores del Río, María Félix, Agustín Lara, Cantinflas, Ignacio Chávez, Julián Carrillo, Hugo Sánchez, Octavio Paz y otros.

Tan buenos o mejores que el Chicharito, pero en deporte distinto, es una pléyade de peloteros mexicanos desapercibida en México, que tienen deslumbrada a la millonaria afición del beisbol en Estados Unidos, Japón Corea, China y el Caribe.

Adrián González, originario de Tijuana, es el bateador líder en carreras producidas de los Medias Rojas de Boston. Yovani Gallardo, de Penjamillo, Michoacán, es el pitcher sensación del momento. No hay quien le vea la bola. Otro de igual calibre es Jaime García, de Reynosa, el mejor lanzador de los Cardenales de San Luis. 50 mil fanáticos lo aclamaron hace algunos días al casi lanzar un juego perfecto.

Ninguno ha sido motivo de un tweeter del presidente Calderón, tan pendiente siempre de los éxitos mexicanos. El activo tweeter presidencial anunció un artículo publicado por el Wall Street Journal que, si no estuviera firmado por Bret Stephens, podría haberlo escrito el mismo Presidente.

Dice en su artículo The Mexican Paradox varias cosas que son el discurso oficial mexicano: En 2010, cuando hubo 60% más muertos que el año anterior, la economía creció 5.6 por ciento. En Ciudad Juárez, donde mataron a tres mil personas ese año, se agregaron 20 mil nuevas plazas de trabajo. El porcentaje de mexicanos en pobreza bajó 47.4 por ciento. La tasa de alfabetización llegó a 90% y la expectativa de vida de los mexicanos casi alcanza los niveles del Primer Mundo. El 54% de los mexicanos apoya al Presidente después de 34 mil 612 muertes. El tétrico argumento nos llevaría a creer que, entre más muertos, más prosperidad.

Según el artículo, si bien la tasa de homicidios (12 por 100 mil) es más del doble que la de Estados Unidos (cinco por 100 mil), está por debajo de la de Brasil.

La tasa de homicidios en la Ciudad de México en 2009 fue una cuarta parte menor que la de Washington, D.C.

El artículo apoya la estrategia calderoniana de que si bien hay muchos muertos, al final de cuentas se matan entre ellos.

Evocó un pensamiento de Abraham Lincoln en un discurso en 1834, sobre unos apostadores que fueron colgados: “Se trata de una porción de la población que es menos que inservible en cualquier comunidad”. Stephens piensa que lo mismo puede aplicarse a los cárteles mexicanos de la droga en su “orgía de aniquilamiento mutuo”.

Los datos del artículo están fuera de contexto. El 54% no apoya a Calderón sino mucho menos de 50%, según las cuentas oficiales. Los muertos ya van en más de 40 mil. No es alivio pensar que matan más en Brasil y en Washington, D. C. Los logros en educación y salud se deben a la Revolución Mexicana y al sistema del México que fue creado, según Stephens, antes del PAN, en “las conspiraciones del miedo y el silencio”.

Hace muchas décadas que los mexicanos, proverbialmente valientes, no vivíamos con tanto miedo.

El artículo concluye con una recomendación que le hace Álvaro Uribe, el ex presidente colombiano, a México. ¿Como si Uribe fuera Churchill, como si México y Colombia fueran comparables? ¿Sabrá el colombiano predicador que ellos han aumentado su producción de cocaína
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