miércoles, 15 de junio de 2011

Sobre Simón Bolívar


Gómez Aristizábal, Visión de Bolívar
Florencio Salazar Adame
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Horacio Gómez Aristizábal es político, historiador, cronista, promotor de la cultura y polígrafo. Sintetiza la culta expresión del quehacer humano. Es un humanista.
De noble carácter, tiene el sentido del humor de quienes transitan por la vida con pasos firmes, seguros de sus actos; que rehúyen la solemnidad, cuando ésta se convierte en lienzos duros que momifican al ser.
Sarcástico, irónico, agudo en la polémica, claro en la disertación, elocuente en la argumentación, de un temperamento vivo que expresa el regocijo del alma, ya que es capaz de reírse hasta de sí mismo.
Como es fácil deducir, es árbol dominante de sombra bienhechora. Su generosidad es más grande que los ríos Cauca y Magdalena.
Para este ilustre colombiano no habrá elogio suficiente, el que no busca; no habrá aprecio suficiente, el que no rehúye; no habrá mérito que no alcance, porque lo merece. Todo ello, se expresa en el universo de una gota: respeto. Respeto a él, respeto a su obra.
He leído su libro Bolívar y la integración del siglo XXI, la obra más reciente, editado por la Asociación Patriótica Bolivarense de Ecuador, cuya Embajada acoge la presentación de esta biografía política y militar de Simón Bolívar, que se desdobla hacia el pensamiento continental del Libertador y que sigue convocando sin fatiga a la unidad latinoamericana.
Para Emil Ludwing, el notable biógrafo de Napoleón, “Ciertos problemas, actuales hoy en día: el antagonismo entre dictadura y democracia (…); la fuerza moral con que persiguió siempre el elogio de la posteridad, más que el fácil triunfo del dictador; su perspicaz idea de una sociedad panamericana; su lucha en pro de la unidad y contra las disensiones partidarias. Temas todos de nuestra época a las que Bolívar puede servir de modelo”.
Gómez Aristizábal traza la trayectoria de Bolívar a grandes saltos, pero siempre estableciendo la conexión entre ellos. Está consciente de que una biografía del héroe implica el esfuerzo de un tiempo vasto y que la bibliografía sobre el héroe, de tan numerosa, podría llenar las naves de un sinfín de bibliotecas; sin embargo, decide incursionar en la vida del patricio, ya recreada por muchos autores. Y lo hace con elegancia en la prosa, contundencia en los hechos históricos y reposo en las reflexiones.
Se empeña en ver con proximidad al padre de cinco patrias; y al mismo tiempo es distante, para no dejarse llevar por la pasión que, 181 años después de su muerte, sigue irradiando el valeroso caraqueño. Pero el propósito no lo logra a cabalidad ya que, sin referir directamente el encuentro entre Bolívar y San Martín en Guayaquil, cita a Rufino Blanco Bombona, quien hace el paralelismo de los dos caudillos: San Martín se erige como uno de los más grandes hombres, y Bolívar como uno de los dioses de la libertad.
Gómez Aristizábal tiene la virtud de tocar “momentos estelares” de Bolívar. En momentos pareciera que se inspirara en Carlyle, quien ha señalado que “La historia de los pueblos es la biografía de sus grandes hombres”.
El niño huérfano de padre y madre; el adolescente que parte hacia Europa haciendo escala en México, en donde conspira a favor de la independencia; el joven arrogante que dilapida cuantiosos recursos en los salones de Madrid y Francia; el testigo de los boatos y la mediocridad de la corte española; el que observa deslumbrado el coronamiento del Emperador Napoleón; el que viaja a la península Itálica; ese es el mismo Bolívar que se encuentra con Miranda y Humbolt y quien, al volver a Venezuela, lleva consigo el fermento de las ideas que guillotinaron la cabeza de los déspotas y rompieron la cadena de las multitudes.
A diferencia de los libertadores de México, que fueron una sucesión de caudillos y pensadores, de manera que los iniciadores de la lucha de independencia no vieron la culminación de su obra; y aquellos que la consumaron, no participaron en sus luchas iniciales. En ese sentido, la independencia mexicana es el esfuerzo de generaciones, que fueron radicalizando su doctrina y al final, pragmáticamente, erigieron la patria soberana en un abrazo entre adversarios, el del indomable insurgente Vicente Guerrero y el tenaz capitán realista Agustín de Iturbide.
La independencia de Venezuela, la Nueva Granada, Perú, Ecuador y lo que sería Bolivia, es el afán de un hombre extraordinario, que desata las ansias contenidas por la libertad, combate a muerte a los adversarios, construye repúblicas, dicta constituciones, crea el territorio de una patria grande y aspira a mayores magnitudes. Bolívar es precursor, artífice, ideólogo y consumador. Se eleva con los lauros de la gloria, ensombrecidos al final de su vida por el recelo, la deslealtad y hasta la traición de quienes lucharon con él y luego contra él.
La desintegración de la Gran Colombia, el gran pilar que debería sostener la unidad latinoamericana, se entiende en razón de los intereses regionalistas, pues ya superada la lucha por la separación de la Corona española lo que quedaba eran los feudos, las influencias de los caciques, los intereses de los diversos comprometidos con la unidad sólo cuando tenían la amenaza común de la potencia europea; pero sacudida ésta olvidaron las razones fundamentales de Bolívar: una sola lengua, una sola cultura, un mismo territorio.
Doscientos años después de las gestas libertarias de la América hispana, debemos preguntarnos si es posible hacer de la utopía bolivariana una realidad continental.
Estos años, por primera vez a lo largo de la historia de nuestros países, son los de una América democrática, comprometida con el desarrollo que favorece la redistribución del ingreso y el respeto a los derechos humanos. No obstante, la desigualdad social es evidente. Superados conflictos militares aún hay confrontaciones políticas por la persecución de modelos que, debiendo favorecer la pluralidad y avanzar hacia la integración, parecen excluirse.
La hoja de ruta establecida por Simón Bolívar sigue siendo válida. Pensar en la Confederación de Naciones en las que cada una de ellas goce de autonomía y régimen interior propio; mantenga la vigencia de leyes correspondientes a su idiosincrasia y pacte la unidad continental favoreciendo su presencia planetaria con el valor supremo de la cultura, el aprovechamiento racional de sus recursos, la distribución equitativa de sus rentas, la creación sin distingos de sus recursos humanos, la observancia sin mengua al Estado de Derecho, la rendición de cuentas de sus gobernantes y el internacionalismo solidario. Porque nuestros pueblos mestizos resumen la cultura occidental y la vitalidad de las naciones prehispánicas.
Pareciera que los europeos sí apreciaron la visión bolivariana y que al constituir su Unión, con la experiencia dramática de dos guerras fratricidas y el desmoronamiento de sus economías, encontraron en el pensamiento de El Libertador la orientación para encaminarse a la concreción de un estado supranacional desarrollado, libre, democrático y justo.
Nuestro reconocimiento a Horacio Gómez Aristizábal, que hoy suma su obra a las notables de Gabriel García Márquez, Víctor Paz Otero, Carlos José Reyes y William Ospina, por citar sólo a algunos destacados autores colombianos.
Sobre todo, porque aviva el pensamiento y estimula el debate sobre la importancia de volver hacia los pasos de Bolívar, reconociendo un mundo globalizado, cuya tecnología siendo ventana de oportunidad también puede ampliar la brecha entre los desposeídos y los que acumulan riqueza. En la unidad continental podremos encontrar los recursos necesarios para que nuestras naciones puedan ser, además de soberanas, independientes en el pensamiento, libres de la pobreza y sin la orfandad que ocasiona la marcha sin rumbo y la confusión en las ideas.
“Después de la gloria y la libertad, ideas abstractas; lo que más amó El Libertador fue a la América, en la que aquellas abstracciones tomaban cuerpo (…). Hasta cuando la insulta y la llama el pueblo más infernal de la tierra, hasta cuando asegura que no merece la libertad que le ha dado, es por amor: por despecho de amor no correspondido”.
 Que las anteriores palabras de Horacio Gómez Aristizábal sean el acicate para que los americanos seamos bolivarianos y demos vuelco a una historia de desencuentros. Se trata hacer del sueño de nuestros antepasados la realidad de nuestros hijos.

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