lunes, 4 de octubre de 2010

Pasado y reconciliación

La izquierda y la obsesión por el pasado
Armando Escobar Zavala
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La pasión necrológica sigue consumiendo gran parte del discurso político y la energía de la izquierda. En un manto de legitimidad histórica, buscan justificar su hoja de ruta en los legados del pasado, más que en los requerimientos del futuro.
Genera más polémica dónde enterrar a los héroes del siglo XIX en lugar de debatir el contenido que deben tener los planes y programas de estudios de los niños y jóvenes del siglo XXI.
Hugo Chávez hizo desenterrar los restos de Bolívar, que habían estado descansando durante más de un siglo en el Panteón Nacional, para hacer una “investigación científica e histórica” de su muerte.
Pero en esto de la “legitimidad histórica”, el presidente de Venezuela no está solo. En la ceremonia de apertura de la Cumbre de las Américas de 2009 en Trinidad y Tobago, Barack Obama respondió a los presidentes de Argentina y Nicaragua que minutos antes habían pronunciado apasionados discursos centrados en la historia de las relaciones latinoamericanas con Estados Unidos y el Caribe, en un recuento de todas sus injerencias desde comienzos del siglo XIX.
Finalizada la diatriba de Daniel Ortega, Obama con una sonrisa cordial, comenzó con una broma de la invasión a Bahía de Cochinos. “Estoy muy agradecido que el presidente Ortega no me haya culpado personalmente por cosas que pasaron cuando yo tenía tres meses de edad”.
Acto seguido reconoció que Estados Unidos había hecho cosas buenas y malas en el pasado, pero anunció que había llegado el momento de dejar atrás debates estériles y concentrarse en el futuro.
“No he venido aquí para debatir el pasado. He venido aquí a lidiar con el futuro”.
¿Por qué en este proceso electoral de Guerrero no discutimos planes estratégicos para reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de los guerrerenses y superamos los rollos “retro” de nuestra izquierda? ¿Cuál será su discurso cuando Figueroa no esté? ¿Por qué no tomar el ejemplo de Pepe Mujica, ex guerrillero y actual presidente de Uruguay, quien convocó a que bajo su gobierno creará las condiciones políticas transformadoras de largo plazo, con políticas nacionales no de un partido. Mujica y su esposa Lucia Topolansky (preside actualmente el Senado) pasaron 13 años en la cárcel, pero en el Uruguay de hoy, llaman a la reconciliación, incluso a aquellos que asesinaron y desaparecieron a sus compañeros Tupamaros. De la cárcel salieron con la cabeza lúcida y el compromiso entero.
Ese es el dirigente que sin haberse dejado “convertir” por las ideas dominantes en el presente, tampoco se siente atado a las ideas que defendió en su pasado, sin por ello renegar de las mismas. En nombre de las viejas luchas se puedan validar los nuevos encuentros.
No deja de tener una gran importancia simbólica y práctica que Mujica, cargando una mochila de 74 años en la que seguramente pesa un justificado rencor, se comprometa a los cuatro vientos con el desafío de la pobreza y evite el atajo de distraer a sus seguidores con juicios a represores que son, en muchos casos, más viejos que él. Y que invariablemente pertenecen al pasado. A él, que también protagonizó esa historia, todavía lo convoca el futuro.
Otro ejemplo a imitar es Mandela. Cuando en los 90 asumió la presidencia de Sudáfrica estrechó la mano de sus carceleros, ante la incomprensión de los radicales.
En todos estos casos no se trató de indultos o amnistías a determinados responsables políticos, sino de pacificar los ánimos sociales para cuidar la construcción democrática.
Resulta probable, que los desaparecidos compartirían la postura de Mujica y Mandela en torno a la necesidad de mirar hacia adelante. Lo harían porque pertenecieron a una izquierda apasionada por el futuro. Lo harían porque no entregaron sus vidas para que una proporción alarmante de la izquierda actual, desorientada y desmotivada ante el porvenir, agote sus magras energías ocupándose de ellos.
Reclamar justicia por las violaciones a los derechos humanos ocurridas en el pasado es obligación preeminente. Pero en más de una ocasión ha demostrado no serlo y se ha convertido, incluso, en un objetivo de militancia sobreactuada que sirve para maquillar imperdonables claudicaciones.
Una parte significativa de la izquierda ha desarrollado una fijación con el pasado que en su oportunismo posmoderno le sirve de subterfugio para seguir considerándose como tal aunque haga poco y nada en el presente para merecer este apelativo.
Con esta actitud de complacencia ideológica y de obsesión por el pasado, los “herederos” de aquellos activistas solo contribuyen a reproducir una realidad social todavía más injusta que la que sus muertos y desaparecidos buscaban cambiar.
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