miércoles, 22 de abril de 2009

Una provocadora reflexión...

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GABRIEL BRITO
La generación encostalada
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Las enseñanzas familiares sobre conservar nuestro empleo representan una base para la conformidad que se avecina. Se hilvanan los meses y se construyen fantasías sobre el estatus, la solvencia financiera y el talento irremplazable (ese que nos conduce a pensar: siempre requerirán de mí).
Pasan algunos años, se acumula experiencia, pero sobre todo miedo a la incertidumbre laboral, a la ausencia del cheque seguro. Hay avisos, alertas que indican la distancia a la que nos encontramos de nuestras antiguas metas. Cabe la esperanza de un estruendo, de una llamada, de una oportunidad inesperada, de un huracán que atraiga miradas internacionales que se fijen en ti. Hay voces que avisan, que anuncian cuando el círculo ha de cerrarse y comenzaremos a dar una segunda vuelta infructuosa, cuando comenzaremos a repetirnos.
Llegan los recuerdos como huracán, las enfermedades psicosomáticas se asoman, las letras del desencanto toman por asalto la computadora, las descalificaciones bulliciosas funcionan como placebo, el lío amoroso hace recordar que aún duele y que se está vivo. ¿Qué hay después de conocer el mundo en la nómina de empleados? ¿cómo se salta una cerca cuya alambrada contiene estatutos sindicales? ¿cómo gritar si el silencio firma los cheques del patrón?
Uno asume la derrota del ideal descalificándolo, describiéndolo como una bobada de aula preparatoriana, apareciendo en los diarios locales como promesa o decepción artística (o científica, o social, o política) del pequeño barrio, reescribiendo el currículum vitae, enmarcando en vidrio antireflejante el reconocimiento que nos otorga la madrina de bautizo. El ideal es ya una hoja seca que será encostalada, para que se pudra de manera oculta entre el resto de las hojas que cayeron con el ventarrón del conformismo colectivo.
El destino de los miles de costales con los millones de hojas secas dentro, es el olvido.
¿Existe el olvido? Si es que existe ¿por qué alcanzamos a recordarlo? ¿no es una incongruencia lingüística que debe ser aclarada? ¿a dónde está el olvido? ¿por qué pretender que guarde él un cargamento de truncos caminos?
Y olvidar, ¿para qué? para no aceptar que cargamos con el peso de nuestro medianía en el andar por los bares, escuelas, conciertos, moteles, camiones, cines, oficinas, puentes, avenidas, parques, oxxos, teléfonos públicos, miradores. Inculpar al olvido como cómplice en la masacre de las ideas, es la tarea de un ciudadano responsable y comprometido con el desarrollo de su país. Y como eso somos, en el olvido quedan relegadas las imágenes subversivas, los planteamientos de reconstrucción social, los viajes de culto, las preguntas de investigación, los idiomas no hablados, los poemas no escritos, el sexo no experimentado, las aficiones no consolidadas.
Si el olvido existe, habrá que ir a buscarlo, encontrarlo y abrir a cuchilladas los costales plásticos de supermercado, para esparcir de vuelta en este mundo deprimido: las razones, los argumentos, los cuestionamientos, las reflexiones, los debates, las opiniones y las ocurrencias que, algún día, hicieron de esta sociedad un ente con la capacidad de creer que algo faltaba por ser creado y había que arrojarse desmedidamente a inventarlo. Algo en el olvido está guardado y, aseguro que, contiene la fórmula para levantar de la cama a las mentes somnolientas de nuestra generación encostalada. Un viaje hacia el olvido, al menos, provocaría la expectativa y la espera y la esperanza ¿quién se anota en la expedición?
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*Poeta, dramaturgo y director de escena
[Publicado en LA JORNADA GUERRERO, 21 de abril de 2009]
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