martes, 23 de marzo de 2010

Otra opinión sobre el proceso electoral en la UAG

En la edición del 22 de marzo de 2010, EL SUR publica la siguiente nota:
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OTRO PAÍS
Manotazo de Zeferino en la UAG
Tomás Tenorio Galindo
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La enorme y costosa operación política que hizo “ganar” la rectoría de la Universidad Autónoma de Guerrero a Ascencio Villegas Arrizón no puede explicarse sin la participación del grupo del gobernador Zeferino Torreblanca Galindo, uno de cuyos brazos está representado de forma lacayuna por el actual rector Arturo Contreras Gómez.
La intervención directa del grupo de Zeferino Torreblanca en la elección del rector de la UAG se confirma por noticias que circulan en los corrillos del gobierno del estado, según las cuales Carlos Álvarez Reyes, el número dos del directorio zeferinista, se dispone a capitalizar como suyo el “triunfo” de Villegas Arrizón en la sorda y creciente disputa que sostiene contra Armando Ríos Piter por la bendición de Zeferino Torreblanca en pos de la candidatura del PRD a gobernador.
Si la contienda por la Rectoría alcanzó momentos de genuina competencia, ello se debió a la fuerza que Rogelio Ortega Martínez imprimió a su campaña con el objetivo de impedir la imposición de Villegas Arrizón, una amenaza que estuvo siempre en el horizonte de esa elección y que se consumó a ojos vistas el 12 de marzo.
En el esquema de la exacerbada derechización que Zeferino Torreblanca impuso al gobierno del estado, resultaba inconcebible que un universitario de izquierda como Rogelio Ortega pudiera aspirar a dirigir la universidad como en aquellos tiempos de los setenta en que la UAG era considerada por las clases dominantes como un “nido” de guerrilleros. Si a ello le añadimos que Ortega era además un cercano amigo del asesinado Armando Chavarría y era apoyado por su viuda Martha Obeso, se entenderá cuál era el estado de ánimo en el Palacio de Gobierno en torno a la sucesión en la UAG. No importa que Rogelio Ortega sea un académico con prestigio y prendas indiscutibles, adquiridas aquí y en el extranjero.
En esa trama de reproducción de poder, tanto Arturo Contreras como Ascensio Villegas juegan un papel de marionetas y comparsas de intereses políticos que trascienden a la universidad, pues la UAG fue usada por el zeferinismo como una zona de pruebas previas a la disputa por el control del gobierno, y el mensaje que envió es a la vez inequívoco y sombrío: no está dispuesto a entregar el poder, ni una fracción del poder.
Es por eso que pese a las múltiples evidencias del fraude electoral de que se hizo víctima a Rogelio Ortega y a los universitarios, Zeferino Torreblanca y Arturo Contreras tratarán de impedir al costo que sea el reconocimiento de las irregularidades, el desconocimiento del falso triunfo de Villegas y la repetición del proceso, como sería el caso si se impusiera la sensatez y la disposición democrática.
Lo sugiere así el hecho de que arbitrariamente solamente cuatro de los seis integrantes de la Comisión Electoral del Consejo Universitario hayan avalado y anunciado el resultado que da el triunfo a Villegas Arrizón, y que los otros dos hayan sido excluidos de las reuniones de ese órgano en cuyas manos está depositada la legalidad y legitimidad de la elección. Más todavía: nadie supo cuándo, dónde y cómo realizaron esos cuatro integrantes de la Comisión Electoral el cómputo de la elección.
La universitaria Berenice Illades Aguiar denunció que “este fraude se fraguó desde mucho tiempo atrás en la entrega de recategorizaciones, contrataciones, basificaciones, contrataciones unilaterales y manejo de las becas”, y durante la jornada electoral mediante la coacción y compra masiva de votos, así como de la manipulación del padrón electoral. (El Sur, 20 de marzo de 2010).
Todas esas irregularidades fueron expuestas por la planilla de Rogelio Ortega el mismo 12 de marzo a la Comisión Electoral, pero ésta no hizo nada al respecto; no investigó las denuncias, y ni siquiera las contestó, lo que está entre sus obligaciones.
Con una Rectoría y una Comisión Electoral ostensiblemente parciales a favor de Villegas Arrizón, y sin instancias que ante los vacíos de legalidad y legitimidad permitan encauzar las denuncias de fraude, la institucionalidad interna de la UAG quedó aplastada por los grupos al servicio de los intereses del gobernador Zeferino Torreblanca. No es un organismo respetado y respetable el que dice que Villegas Arrizón ganó la contienda, sino un grupo que manifiesta una conducta facciosa. En esas condiciones, el conflicto en la universidad sólo puede escalar.
En la elección del rector no hubo, como arguyen los defensores del “triunfo” de Villegas Arrizón, un clima civilizado y de tranquilidad, pues no puede haberlo en una atmósfera que asfixia el derecho a elegir libremente. En consecuencia no se expresó la voluntad mayoritaria de los universitarios –al menos no a favor de Villegas Arrizón, y en todo caso no es posible saber a favor de quién– y es irresponsable atribuir al grupo de Rogelio Ortega el propósito de desestabilizar a la UAG sólo por demandar la restitución del derecho en el ámbito universitario. Es previsible que Villegas Arrizón busque negociar un pacto con Ortega Martínez con la oferta del tradicional reparto de posiciones en la administración universitaria a cambio de arrojar a la basura las impugnaciones y la denuncia del fraude. Así ha sido siempre, arguyen también los seguidores de Villegas Arrizón, y no tendría porqué ser distinto ahora.
Sin embargo sí es un caso distinto de cualquier otro de los muchos conflictos postelectorales que ha vivido la universidad, e importa mucho que exista conciencia de ello entre los seguidores de Rogelio Ortega y entre los universitarios. Porque en esta ocasión fue el gobernador de la alternancia, que formalmente pertenece al PRD, el que interpuso su poder para sumar a la UAG a su proyecto transexenal, ideológicamente sólo comparable al figueroísmo.
Rogelio Ortega no enfrentó a un sector universitario, sino al grupo en el poder en Guerrero, que pretende perpetuarse mediante las mismas fórmulas de imposición que distinguieron los peores momentos del régimen del PRI. Ninguno de los rectores de la UAG vinculados al PRI en el pasado, significó en los hechos un retroceso tan grande como el que representa hoy Villegas Arrizón por sus compromisos con el zeferinismo. Si por complacer al gobernador Zeferino Torreblanca el rector Arturo Contreras pisoteó la autonomía universitaria, Villegas Arrizón no tendría límites en su servilismo: es el zeferinista ideal, débil y maniatado. Por su origen político, el peor rector que podría tener la UAG. Eso sí es una crisis.
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Puede consultarse en:
http://www.suracapulco.com.mx/opinion02.php?id_nota=6000

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