martes, 23 de marzo de 2010

Una opinión más: La UAG sometida, de Jorge Salvador Aguilar

En la edición del 23 de marzo de 2010, EL SUR publica la siguiente nota:
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La UAG sometida
Jorge Salvador Aguilar
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Durante las primeras décadas de gobiernos posrevolucionarios, en Guerrero se estableció una de las expresiones más autoritarias de éste, controlada por el ala carrancista, es decir, una de las más conservadoras del movimiento triunfante. A esta corriente la caracterizaba su atraso político, la instrumentación de algunas medidas populistas, como el reparto de tierra, pero donde el argumento principal para ejercer el control de la sociedad era el uso de la fuerza selectiva.
A lo largo de los primeros treinta años del nuevo régimen, estos métodos fueron eficaces para mantener bajo control la protesta social, pero a partir de finales de la década de los cincuenta surge en el estado un movimiento social de tal fuerza, que esos métodos resultan insuficientes para mantener la gobernabilidad; reacio a ampliar los espacios de participación que exige el movimiento, durante toda la década de los setentas, el Estado inicia una guerra de baja intensidad contras los sectores más radicales de éste.
Con instituciones democráticas inexistentes, con una organización política localizada en pequeños núcleos campesinos y magisteriales, con partidos políticos en la clandestinidad, acosada por el caciquismo, perseguida por los cuerpos represivos, la disidencia se refugia en el campus universitario, convirtiendo a la UAG a lo largo de casi dos décadas en una especie de partido político alterno, desde donde el movimiento social dio una enconada lucha contra el régimen autoritario.
Aún falta una investigación seria que haga un balance de esta lucha, pero es indiscutible que a nivel político la UAG hace un aporte importante al desarrollo de la democracia en el estado, pues aporta la mayoría de los cuadros dirigentes de 1988, y luego del PRD. Pero no podemos afirmar lo mismo en cuanto a su tarea central: la educación.
La represión que ejerce el régimen sobre la universidad durante la década de los setenta y la primera mitad de los ochenta es tan violenta, que para poder sobrevivir, el movimiento universitario prioriza la actividad política por sobre la académica, lo que deteriora de tal manera su tarea sustancial, y veinticinco años después la institución y la sociedad guerrerense aún sufren las consecuencias.
Aunque hace ya más de cuatro lustros que la universidad ha “normalizado” su actividad, su dinámica actual sigue determinada por una buena parte de los usos y costumbres que normaron su vida durante la confrontación con el régimen autoritario: sectarismo, reparto de cuotas de poder, priorizar los compromisos políticos sobre los académicos, convertir cada elección en una confrontación a muerte, carencia de proyecto de desarrollo académico en todas las corrientes.
Mientras en el país y en el estado se ha establecido la alternancia y una competencia electoral más o menos equitativa, las fuerzas internas de la UAG se siguen manejando con la misma inercia de hace tres décadas: una disputa donde el objetivo central es el control de la universidad, aunque carezcan de proyecto académico, a la altura de las necesidades de la sociedad guerrerense.
Esto mantiene hoy a nuestra máxima casa de estudios del estado en los últimos lugares del ranking de la educación superior del país, prueba de ello es el más reciente proceso electoral para elegir rector, donde predominaron campañas vacías de propuesta y los vicios más pedestres. Pero a diferencia del pasado, en el que al menos en el discurso había una intención de poner a la universidad al servicio de los sectores mayoritarios del estado, hoy ambos contendientes estuvieron guiados por una política pragmática; hacerse del aparato administrativo a toda costa para fortalecer a sus grupos y ser un factor en la política estatal.
Lo anterior fue especialmente claro en la Alianza Ganadora, de Ascencio Villegas Arrizón, que con la protección del poder estatal y echando mano de los peores vicios del viejo régimen: golpeadores, chantajes, amenazas, y ofrecimiento de posiciones, fue a la campaña con la intención de mantener sumisa a la universidad al poder público.
Si durante la administración de Florentino Cruz Ramírez algo se intentó en materia académica, con una tímida reforma, fue echado a la basura en la administración de Contreras, quien, en aras de conseguir más presupuesto, se convirtió en dama de compañía del gobernador; de imponerse el triunfo de Arrizón, como seguramente sucederá a cambio de algunos puestos para los perdedores, el declive de la universidad continuará, para consolidarla como la peor del país.
Aunque es justo decir que tampoco el bloque perdedor, el Gran Frente Universitario, encabezado por Rogelio Ortega Martínez, entusiasmó a los universitarios. Activo participante en el proyecto de Universidad Pueblo, del que fue uno de sus impulsores en aquella etapa histórica del movimiento universitario, en los últimos años Ortega Martínez ha preferido una civilizada subordinación al poder.
Ni la marginación a la que se vio sometido a su paso por la administración zeferinista, como subsecretario de Educación, que lo obligó a renunciar poco después del año de su nombramiento, hicieron entender a Ortega que la disputa por la UAG no era contra Arrizón o Contreras, sino contra el gobernador.
Así pues, no era portándose bien o haciéndole guiños a Casa Guerrero, como iba a conseguir el apoyo de la comunidad universitaria, sino recurriendo a la memoria histórica del movimiento, mediante un proyecto que se comprometa a convertir a la UAG en un instrumento del desarrollo estatal, pero sobre todo al servicio de los sectores mayoritarios; un líder de la sociedad guerrerense en el aspecto técnico, científico e intelectual. Volverla convertir en sede del pensamiento crítico.
El Gran Frente Universitario y su candidato, Ortega Martínez, no entendieron, o no quisieron entender, que hoy la disputa por la universidad es parte de la disputa por el poder en el estado y prefirieron quedar bien con el neocacique, para ver si así les permitía ser sus compañeros de ruta. Hoy tendrán que conformarse con migajas, y Guerrero tendrá que esperar a que surjan nuevas generaciones de académicos menos comodinos.
La sociedad puede derrotar al viejo régimen, puede lograr todas las alternancias, pero mientras no logre impulsar una profunda reforma cultural y educativa, Guerrero seguirá en los últimos lugares del desarrollo nacional. Para ello es indispensable rescatar a la UAG del atraso y la mediocridad en la que la mantienen los grupos que hoy la controlan.
Sé que esto no es políticamente correcto, y que estas afirmaciones pueden causar malestar en muchos amigos, pero parafraseando al prócer diría, la sociedad es primero.
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