martes, 30 de marzo de 2010

Una reflexión cultural para Guerrero y los guerrerenses

Una reflexión cultural para Guerrero
David Cienfuegos Salgado
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De nuevo en Colima. Entrada por salida. Pero ahora sin anécdota gastronómica, aunque sí envidias palpables. Gracias a Leticia Barragán conocí a José Miguel Romero de Solís. Nada del otro mundo: un historiador local, hombre entrado en años, con un entusiasmo adolescente. Investigador nato de visión extraordinaria.
Me llevó por pasillos y rincones de la Casa del Archivo y con gesto amable, luego de saber mi interés por la historia, me obsequió un libro pequeño “Escritos y escritores de la Casa del Archivo”. Me contó en quince minutos, veinte a lo más, sus aspiraciones para hacer de la Casa del Archivo una institución más atractiva para investigadores y público en general. Tuvo el detalle de contarme sobre los antecedentes, sobre los proyectos y sobre algunos de sus colaboradores. Me mostró las labores que llevan a cabo para cuidar libros, documentos y todo lo que constituye el acervo histórico de la institución. Después, simplemente se despidió y volvió a su cubículo, quizás a seguir leyendo. Me agrado su figura y personalidad. Franco, abierto, soñador. Hombre de pasado y futuro.
Compré algunos libros en la Casa del Archivo y me fui a preparar mi plática de la tarde. Con las premuras del caso concluí mi charla sobre Juan Álvarez en la Casa de la Cultura Jurídica y me dispuse volver al Distrito Federal. El vuelo fue tranquilo y me permitió leer el libro obsequiado, breve pero sustancioso. Se trata de una suerte de catálogo de las obras escritas y publicadas bajo el sello de la Casa del Archivo.
Aquí empieza la envidia.
Ya me había dicho Romero de Solís que la Casa del Archivo contiene el Archivo Histórico del Municipio de Colima, en cuyo acervo se conservan miles de documentos: el legajo más antiguo es de 1535. Los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX, ahí se dan la mano. No sólo fondos documentales, sino también bibliotecas enteras, fotografías e incluso obras artísticas están ahí reunidas. ¡Qué envidia, de verdad! Un simple archivo municipal, pero ¡qué centro cultural!
Seguí leyendo. El primer trabajo publicado data de 1985, hace un cuarto de siglo, de la pluma de mi anfitrión: “La Alcaldía Mayor de Colima”. Desde entonces hasta la fecha conté más de setenta trabajos. De todo tipo, de toda época. El mérito es mayor porque ví como el afán de unos cuantos ha logrado consolidar una institución.
Afán creativo. Imaginación en acción. Ellos mismos, los investigadores y unos cuantos ayudantes, construyendo una bibliografía para Colima. Con los rudimentos mínimos, pero con una guía inspiradora. ¡Qué envidia!
Miro afuera. En las alturas, insisto, todo se ve igual aunque tan diferente. Las luces de los pueblos de este país inmenso y colosal parecen cuestionarme, ¿por qué en Guerrero no?
De manera involuntaria recuerdo anécdotas: aquellos libros pudriéndose en los sótanos de lo que ahora es el Museo Regional del Guerrero; aquellas obras “desechadas” de las bibliotecas universitarias porque algunos guerrerenses las consideraron obsoletas e indignas de ocupar un espacio en los acervos de la Universidad Autónoma de Guerrero y terminaron en aquellos bidones a la espera de que el carro de la basura se deshiciera de ellos. Pero también me preguntó dónde habrán quedado no pocas colecciones de oficinas e instituciones públicas que de un trienio o sexenio a otro han desaparecido (aprovechando que no hay un inventario posible ni confiable).
¿Por qué nunca mi amigo Jorge Alberto Sánchez Ortega hizo realidad aquel proyecto de una biblioteca dedicada a Guerrero? ¿Por qué mi amigo Ricardo Infante Padilla sigue empeñado en construir un acervo mínimo para los guerrerenses, que seguimos escamoteándole el gentilicio a él, que se ha revelado más guerrerense que muchos?
Escribo pues movido por la envidia. Está decidido: enviaré a José Miguel Romero de Solís mi agradecimiento por su ejemplo y espero volver pronto a Colima, para andar los pasillos y escuchar los susurros y enseñanzas que una pequeña Casa del Archivo tiene. Y entonces, cuando la envidia vuelva a hacer presa de mí, escribiré y diré que hace falta que los guerrerenses nos conozcamos y nos reconozcamos, para poder escribir como lo dicen de los Brizuela: desde entonces hubo guerrerenses en esta tierra: hacendados, clérigos, militares hombres de bien, pecadores, patriotas, violentos y pacíficos, ganaderos, comerciantes, arrieros, alcaldes, regidores, alguaciles, diputados, y la última generación de hombres y mujeres vinculados con su pasado, con su cultura, con su futuro.
Ha habido más guerrerenses aun que esos, pero bastaría que una mínima parte de ellos se hiciera presente, lo mismo mestizos que amuzgos, nahuas que mixtecos, o incluso yopes o afromestizos y mulatos. De todos algo hay qué decir. ¿Podremos con ese reto? Ojalá y aunque fuera por un solo lustro de nuestra historia, hubiera interés por rescatar los archivos municipales que hace más de veinte años nos describía Jaime Salazar Adame.
En tanto, me consuela pensar que en Colima llamaron mi atención para que alguien más leyera este reclamo, en alguna parte del sur, en algún rincón de Guerrero.

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