lunes, 8 de marzo de 2010

Sobre la Universidad Autónoma de Guerrero

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Universidad, poder y democracia
Luis A. Arcos Castro
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Cuando terminé mis estudios de licenciatura en la hoy Facultad de Economía de la UNAM a finales del periodo echeverrista, después de haber recorrido el estado de Guerrero auspiciado por el fondo nacional de fomento ejidal, haciendo parte de mi servicio social elaborando proyectos de inversión encaminados a fomentar el desarrollo económico, pude constatar la ingenuidad y la falsedad de dichas políticas mismas que poco o casi nada podían hacer para superar la situación de atraso y de pobreza en que se encontraba postrado nuestro estado, misma que por cierto, muy poco ha cambiado.
Dada mi formación progresista universitaria, de entre otras propuestas, decidí aceptar la invitación para trabajar en la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), en la que en aquellos tiempos se gestaba el proyecto Universidad Pueblo; considerando que mi trabajo podría ser más útil en esta institución que se proponía contribuir a la superación del subdesarrollo, materia en la que nuestro estado tenía y sigue teniendo uno de los primeros lugares a nivel nacional.
Ya en la Universidad, pude conocer de cerca el proyecto o mejor dicho los proyectos y sus principales teóricos y representantes; bajo el influjo del optimismo juvenil y la vorágine del activismo, me convertí en simpatizante del proyecto abrazando por convicción cercanía y carisma la propuesta de Rosalío Wences Reza. Con el tiempo conocí a las diversas agrupaciones universitarias en distintos periodos y momentos.
Al principio en la Universidad la lucha fue contra el “conservadurismo”, luego contra los “oportunistas-economicistas”, más tarde contra el “reformismo”, después entre los “revolucionarios” y en tiempos más recientes de todos contra todos, así sin adjetivos. Después de la Crisis de la Deuda (1982), de la Reforma Política (1982), de la Crisis Financiera de la UAG (1984), la irrupción de la Participación Ciudadana como consecuencia del terremoto de la ciudad de México (1984), el Fraude Electoral (1988), la Caída del Muro del Berlín en (1989) , la Desaparición de la URSS (1991), el “Fin de las Ideologías” y el “Triunfo del Neoliberalismo”; lo duro se hizo flácido, lo rígido flexible, lo transparente borroso y lo claro confuso. En la Universidad perdimos el rumbo.
En los 70, la UAG tenía que formar técnicos y profesionistas basados en una filosofía “científica, crítica, democrática y popular”, necesarios para incidir en la transición al socialismo. Después de los 80 y con mayor nitidez a partir de los 90, las autoridades universitarias acuciadas por los problemas financieros y la pérdida de certeza e identidad aceptaron las recomendaciones oficialistas haciéndose evidente una crisis institucional. Así es como hoy se sostiene con base a una “visión integral humanista y ambiental” que su misión es formar y actualizar recursos humanos, en sus diferentes modalidades y niveles educativos en las diversas disciplinas del saber, con un elevado compromiso social. Se dice además que el “nuevo modelo educativo se centra en el aprendizaje y el estudiante introduciéndose el enfoque de competencias”. Lo cierto es que después de 34 años la UAG como institución académica poco ha avanzado y el estado tampoco ha logrado cosechar gran cosa de la misma, para atender sus más acuciantes problemas. Obviamente hay muchos factores que lo explican, pero no lo justifican.
Un factor que hay que analizar para entender la historia reciente de la UAG, lo es el asunto del poder, mismo que aunado a los cambios antes referidos, trastocaron y modificaron el comportamiento y la composición de las élites universitarias, las que al priorizar las tareas sociales y políticas descuidaron la adecuación y consolidación del proyecto académico institucional.
[Segunda parte]
El poder había trastocado el comportamiento y composición de las élites univesitarias, lo que no sólo trajo rezagos, sino que también promovió toma de decisiones pragmáticas y oportunistas, que al calor de la lucha interna por el poder con el tiempo condujeron a la pérdida de principios y valores, que a su vez propiciaron un proceso de depauperización institucional, que en algunos casos raya en la depredación vergonzante; simplemente al no haber claridad en las ideas, todo se ha perturbado, se ha caído en la simulación, no se respeta la normatividad, pareciera no haber límites, todo se negocia, se imponen los intereses de grupo y personales. Obviamente que aún hay excepciones.
Otro aspecto a considerar lo es la democracia universitaria, que hizo posible la participación de los diversos sectores en la designación de autoridades vía votación universal directa y secreta, misma que al carecer de una normatividad adecuada, producto de una casi inexistente cultura democrática para su puntual observancia, trajo consigo un proceso de sobrepolitización que afectó notablemente la eficacia y la eficiencia de la estructura político-institucional en todos los órdenes. Lo que en principio se consideró un avance, se convirtió en una obstáculo, una pesadilla, sobre todo para los estudiantes quienes vieron sustraídos sus derechos mediante diversos mecanismos de coacción, represión y corrupción. La democracia así vía procesos electorales pervertidos ha sido convertida en un mercado cuasi permanente, donde el mal uso de los recursos institucionales y la compra de conciencias están a la orden del día. Democracia en la que el cumplimiento de los proyectos ofertados en campaña tiene una importancia residual.
Este proceso cada vez más intenso de deterioro institucional, reflejado en una marcada pérdida de reconocimiento social, en el que se encuentra atrapada nuestra universidad, se ha intensificado en las últimas administraciones, resultado de las políticas promovidas con un alto grado de discrecionalidad, en el que la responsabilidad por acción u omisión compete a todos los universitarios y sobre todo a las élites de las corrientes políticas, que no han sabido orientar ni conducir adecuadamente la institución, permitiendo un sinfín de irregularidades en relación a la rendición de cuentas, la transparencia en el uso y aplicación de recursos, propiciando su desvío y deficiente utilización, haciéndose cómplice en ocasiones, del beneficio personal o familiar de las burocracias en turno.
Por todas estas observaciones y muchas otras que por hoy me reservo, el actual proceso electoral de elección de rector de nuestra máxima casa de estudios reviste de singular importancia para el presente y el futuro de la misma. Hoy a diferencia de otras contiendas, dada la aguda crisis por la que atraviesa nuestra institución, ya no tenemos mucho tiempo, por lo que tiene que ser rescatada, reorientada, reposicionada, relanzada y modernizada; retomando lo mejor de sus orígenes y de su historia, de cara a los retos que nos imponen los nuevos tiempos.
Esta oportunidad no podemos desaprovecharla, no debemos equivocarnos, el costo sería demasiado alto. Nuestra confianza debe de ser depositada en el candidato que de acuerdo con su don de gente, compañerismo, trayectoria, formación, experiencia, compromiso, honestidad y carisma sea el idóneo, para que por encima de todos los intereses personales y de grupo proponga, construya, articule y promueva con carácter y decisión en compañía de todos los universitarios guerrerenses y ciudadanos en general, la universidad que Guerrero necesita para responder a los desafíos del siglo 21.
Con base en estas reflexiones, considero que la mejor propuesta para nuestra institución, será la que garantice, su reorientación, renovación, transformación, desarrollo y consolidación; la que proponga y de certeza de cambio y rumbo a la institución. Hoy a diferencia de otras contiendas, la participación libre, organizada, consciente, responsable y comprometida de la comunidad universitaria guerrerense será decisiva. ¿Vale?
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